Briana corrió hasta mí, gritando mi nombre, asustada al verme recostada. Me abrazó con fuerza, preocupada y no dudé en corresponderle. Sentí que el mundo se me venía encima y me aplastaba cada vez más.
La espada reposaba inútilmente a un costado de mi cadera. No me atreví a usarla contra Kenneth al mantenerme en shock durante la mayor parte del tiempo. Incluso olvidé por completo que la llevaba y después me arrepentí de haberlo cacheteado en lugar de cortar con el filo de mi hoja su inmaculado rostro.
Mi amiga y yo regresamos a mi habitación sin decirnos ni una palabra, no confiábamos en nuestra escolta y solo pudimos relajarnos al llegar a mis aposentos. Mi pulso siguió acelerado al relatarle a mi amiga lo sucedido y al ver su rostro de preocupación supe que no me tenía buenas noticias respecto a Nathaniel.
—Dime por favor que ocurrió —rogué cuando me dio la espalda con la intención de salir del cuarto.
—Ay Helen… —su rostro estaba avergonzado cuando volteó a verme, preocupada por la situación.
—Sabía que no se iría —dije resignada en voz alta, más para mí que para ella.
—Cuando dejó de leer la carta solo miró la bolsa de oro y luego a mí, después la tomó y me dijo que regresaría a buscarte.
—No puedo quedarme aquí sentada a esperar que vuelva.
—¿Qué piensas hacer entonces? —aguardaba al lado de la puerta, impaciente por mi respuesta.
—No lo sé, Bri. Ahora mismo no tengo idea de que hacer o en que pensar.
Caminé hasta el balcón, mirando a los jardines mientras una parte de mi deseaba encontrar a Nathaniel en el lugar de siempre y otra rogaba con toda el alma que se alejara y no volver a verlo. Un nudo me bloqueó la respiración y mis lagrimas quemaron atascadas en mi garganta. Mi mano viajó a mi corazón, volteando al cielo despejado para después cerrar los ojos. Hubiera deseado jamás salir de aquella cabaña con mi amado, deteniendo el tiempo en ese instante.
Briana se fue sin decir palabra, procurando no hacer mucho ruido. Supe que se marchó cuando la puerta se cerró tras ella siendo el sonido de la madera apenas perceptible.
Las palabras de mi amiga rondaron mi mente. ¿Sería cierto que amaba a Mael sin siquiera haberme dado cuenta? ¿En verdad amaba a Nathaniel tanto como para estar dispuesta a marcharme con él? Llegó el momento de tomar una decisión importante y no me sentía preparada para ello. Mael era mi todo, con él crecí y viví los mejores momentos de mi vida, sin duda y pese a pasar tantos meses con Nathaniel seguía pensando en él en todo momento. Siempre dije que lo quería como a un hermano porque teníamos la complicidad y conexión de uno, pero ahora me preguntaba si también se podía conseguir eso del ser amado. Con Nathaniel sentía que todo era fácil y posible, me sentía llena, me sentía libre. ¿Por qué tenía que compararlos? ¿Por qué todo era tan complicado? Los amaba a ambos, esa era la verdad y lo peor de todo es que por mis malas decisiones ahora los dos saldrían lastimados. Kenneth conocía mi secreto y fue muy claro con sus intenciones, o lo elegia a él o Nathaniel moriría. Para Mael no habría salvación, fuera cual fuera mi decisión rompería su corazón.
—Pero ¿cómo fui tan tonta? —me pregunté en voz alta y mi respuesta fue una piedra impactando en mi vestido.
Abrí los ojos de inmediato y sacudí mi falda viendo una pequeña piedra cayendo al piso. Solo una persona tiraría piedras a mi balcón llamando mi atención. Volteé abajo y allí estaba Nathaniel, sonriente como siempre. No pude evitar hacer un puchero y echarme a llorar. Cubrí mis ojos con las manos, no quería que me viera, pero aun así no estaba dispuesta a moverme de mi lugar. Cuando sequé mis lagrimas el rostro de mi amado fue de preocupación. En mi carta le conté todo, le dije que Kenneth sabia de él y que debía huir antes de que lo mandara capturar y a pesar de mis advertencias allí estaba, bajo el balcón a la espera de verme. Saber lo mucho que me amaba me heria. Ese amor seria nuestra condena si no renunciábamos a él y, sin embargo, ninguno de los dos estaba dispuesto a hacerlo.
Con señas me indicó que subiría hasta donde yo estaba. Negué con la cabeza, asustada, pero me ignoró, acercándose al castillo. Me aferré con ambas manos al barandal para buscarlo y lo encontré trepando entre las enredaderas. Me alejé por un momento, tomando aire sin poder creer lo que estaba haciendo y volví a pegarme al balcón. Con la mirada busqué que no hubiera guardias cerca o que alguien rondara por debajo mi habitación y no pude ver a nadie. La luz del día hacía que cualquiera pudiera verlo trepar y no pareció importarle. Estuve muerta de nervios hasta que llegó a mí. Apenas puso un pie en el balcón lo jalé dentro de mi habitación para abrazarlo. Mi cabeza reposó en su pecho agitado, mientras sus fuertes brazos me rodearon, sujetándome de la noca para mantenerla pegada a él.
—Eres un terco, debiste irte y olvidarte de mí —le reproché entre susurros para que nadie nos escuchara.
—Ni en mil vidas podría olvidarme de ti —confesó siguiendo mi nivel de voz, haciéndome llorar—. No llores.
—¿Cómo me pides que no llore si tu vida está en peligro por mi culpa? —me separé de él para verlo a los ojos.
Me dedicó una tierna mirada y besó mi frente.
—Si tengo que morir por ti no me importa.
—Nathaniel —rogué.
—Necesitaba verte. Leí la carta, pero me niego a irme sin ti —sus manos sujetaban mis antebrazos.
—Las cosas se han complicado aún más. El Príncipe Kenneth sabe sobre nosotros y me amenazó con contarle todo a Mael apenas ponga un pie en el palacio si no me caso con él. Si no te ha capturado aun es porque me dio hasta mañana para pensarlo. Por eso quería que huyeras, antes de que fuera por ti y contigo lejos poder engañarlo diciendo que acepto sus condiciones, pero cuando llegara Mael negarlo todo —sus facciones entristecieron cuando dije que lo negaría, pero no dejó de prestarme atención—. Lo siento tanto Nathaniel, pero es la única forma de mantenerte a salvo —mis manos acunaron sus mejillas.
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Editado: 06.01.2023