La Princesa del Infierno

Capítulo 30

Volví a jalar una vez más hacia adelante mis brazos tratando de deshacerme de las esposas pero fallé y lo único que logré fue que mis muñecas se lastimaran más de lo que ya estaba.

Miguel no había sido tonto cuando me colocó las esposas, no me había puesto unas normales sino que eran esposas especiales para seres demoníacos ya que cada vez que las esposas me cortaban las muñecas, estas no se curaban inmediatamente sino que la herida se quedaba abierta.

Acosté mi cabeza contra la pared y cerré los ojos, mis pensamientos volaron a mis padres que ya debían de estar lejos de aquí, en la casa sin que nadie les pueda dañar y deseaba con toda mi alma poder borrar todos sus recuerdos de estos días, quería que vuelvan hacer los de antes, los grandes empresarios estresados por cumplir con su trabajo.

El rostro de Brandon apareció en mi cabeza haciendo que mi corazón se encoja, me estaba mirando con una gran sonrisa y con un brillo especial en sus ojos, según mis cálculos ya había pasado bastante tiempo, ya tuvo que darse cuenta que no me encontraba en ninguna parte y de seguro ahora estaba echando maldiciones al aire mientras que trataba de encontrarme, una cosa es segura si los arcángeles no me matan, Brandon lo iba hacer cuando me encontrará.

Vi también en mis recuerdos a Dante y a Ignis haciendo que tomé una respiración profunda para no tirarme a llorar aquí, los había dejado en el reino de Elián con el único objetivo de que no sufran a mi lado, los quería demasiado como para que les pase algo por mi culpa y de tanto que les recordaba me pareció que escuche el canto de Ignis y el rugido de Dante cuando no le gustaba algo haciendo que sonría sin ganas.

Y sin invitación alguna apareció una persona que últimamente había estado forjándose un espacio en mi corazón y aunque no lo quisiera reconocer tenía cierto tipo de afecto extraño hacia él y recordé que la última vez que lo vi no habíamos quedado en buenos términos, él giro suavemente en sus talones y me miro con esos ojos azules tan profundos y fríos pero sabía que dentro de ese hielo aún existía una pequeña llama de calidez que rara vez mostraba. Una extraña sensación se instaló en mi pecho y quise correr hacia sus brazos cuando los abrió como una invitación a que me refugie en ellos y me olvide de todos los problemas.

Elián aunque seas un idiota engreído hubiera querido verte una última vez y decirte que aunque entendía tus razones, tú tenías que entender las mías.

Volví a suspirar y abrí lentamente los ojos encontrándome con unos pequeños charcos de sangre en el suelo, los cuales se habían hecho de las gotas de la sangre que caían de mis heridas.

Escuché pisadas que se acercaban, los pasos eran pesados pero ágiles lo que hizo que me ponga en guardia, la puerta se abrió poco a poco dejando ver una sombra alta, entró a pasos lentos y la poca luz mortecina ilumino el rostro de un chico, sus ojos verdes se clavaron en los míos haciendo que mi sangre se enfríe y mi piel se erice.

- Nos volvemos a ver, Kenya – susurró pero sus palabras fueron demasiadas claras

- Gabriel – dije tratando de no mostrar mi sorpresa – te dijera que es un placer pero no lo es   

- Yo tampoco pensé volver a verte tan pronto – habló pausadamente – pero aquí estamos y esta vez el juego es a mi favor

No dije nada, solamente lo mire con una mirada llena de odio y desprecio, sus ojos eran fríos y su sonrisa ladeada era terrorífica, él podía ser guapo pero con su boca ladeada de esa manera y el aura que le rodeaba daba suficiente miedo.

Me puse de pie lentamente, no quería estar sentada y sentirme más pequeña de lo que era al frente de él, estábamos parados uno frente al otro, dos enemigos por naturaleza y con el único objetivo de acabar el uno con el otro.

Gabriel dio un paso más hacia mi dirección y quedamos demasiado cerca, solo nos separaban unos pocos centímetros, sentí que mi cuerpo inconscientemente se ponía en guardia para atacar en cualquier momento pero eso era un poco difícil ya que las esposas me detenían.

- No he tenido tiempo de darte la bienvenida – replicó en voz baja – pero te la voy a dar ahora

En el momento en que las palabras salieron de su boca, mi piel se erizó y un escalofrío recorrió mi espina dorsal, esta vez me dio miedo de todo lo que un arcángel podía hacer cuando estaba enfadado.

No lo vi venir cuando me levantó en el aire y me dejó colgada en un poste de madera  que no supe de donde salió, mis brazos estaban estirados y mi cuerpo estaba colgado en toda su altura.

Escuché una carcajada seca y lo siguiente que sentí fue el látigo que cortó el aire y luego chocó contra mi piel abriéndola, el dolor me recorrió todo el cuerpo desde la punta de mis pies hasta mi cabello, me mordí el labio para no dejar escapar un grito lastimero.




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