Y así fueron pasando los días, cada día un nuevo ángel aparecía para torturarme hasta que se cansaba y me dejaba tirada en el suelo, muchas de las veces solo respirando, hubo varias veces en las que solamente quería morir para poder estar en paz porque esto era peor que la muerte pero cada vez que pensaba eso aparecían en mi mente mis padres y mis amigos haciendo que saque valor de no sé dónde para seguir de pie aunque ya no me quedaban fuerzas.
Al principio pensé que las noches serían mi salvación ya que podía desparecer un rato en el mundo de Morfeo – pero estaba muy alejada de la realidad – no podía dormir más de una hora porque las pesadillas venían a montones hacía mí haciendo que me levantara sobresaltada, mirando el lugar desorientada hasta que recordaba que estaba prisionera por los arcángeles así que lo único que hacía era recostarme contra la pared hecho un ovillo y esperar la mañana entre suspiros y sueños rotos.
La puerta se abrió y se dejó ver Miguel, quien entro con toda su elegancia y seguridad, se acercó y de un tirón de mi cabello hizo que alcé mi cabeza para mirarle a los ojos, gruñí en repuesta pero él no hizo ningún caso.
- ¿Cómo estás Kenya? – preguntó cínicamente con una sonrisa
- Bien – respondí mirándole y sonreí de lado
- Me alegro – dijo parándose – te voy a hacer sentir mejor – habló y chasqueó los dedos
Y otro día de tortura comenzó y aunque suene masoquista ya me estaba acostumbrando a los golpes diarios y pensar que hace unos meses nadie me había tocado.
Pero este día fue el peor de todos.
Luego de que Miguel me sujeto del poste y mi cuerpo quedó tendido en toda su altura, cinco segundos después sentí que un líquido me golpeó el cuerpo haciendo que me retorciera de dolor, parecía ácido en mis heridas.
Era agua pero no una normal, tenía que tener algo para que sintiera el ardor cada vez más fuerte y eso no fue todo, luego vinieron los azotes y estos fueron más fuertes porque el látigo estaba bañado en la misma agua.
El látigo golpeó numerosamente mi espalda haciendo que apretará los dientes y respirara entrecortadamente, esto era un suplicio y no sabía hasta qué punto iba a aguantar todo el dolor y el hambre, aunque no era mucha ya que recién estaba empezando a sentirla.
Recordé que Elián me había dicho que los demonios no necesitábamos alimentarnos para subsistir pero nunca mencionó que podíamos adelgazar gracias a eso, había notado que mis costillas empezaban a notarse bastante y mi piel estaba más blanca de lo normal.
Sentí un nuevo latigazo y todo mi cuerpo tembló, volvió el agua lavándome la sangre y haciendo que reprima un grito en mi garganta, respiré tratando de tranquilizarme pero eso no iba a ser posible en estos momentos.
- Grita Kenya – dijo Miguel - ¡quiero escucharte gritar! – grito extasiado
- Ni en tus sueños más oscuros me vas a escuchar gritar – respondí en un hilo de voz
No sé en qué momento el látigo dejo de lacerarme la piel y el agua de quemarme las heridas, no sabía cuándo había salido Miguel dejándome allí tendida en el suelo sin ganas de levantarme, ni cuando deje de sentir el dolor ya que mi cuerpo estaba demasiado magullado para sentir un golpe más.
Traté de sentarme pero no lo logre, lo único que pude hacer fue quedar acostada boca abajo, mis ojos se cerraban cada dos segundos y mi respiración estaba entrecortada, no quería dormirme ya que pensaba que si lo hacía no iba a volver a despertar y eso no me lo podía permitir porque había prometido salir de aquí con vida.
Lo más irónico de todo esto era que aun cuando estaba a punto de morir mis pensamientos no querían dejar ir a cierto chico de cabello negro y ojos azules que cada vez que cerraba los ojos me encontraba con su rostro haciendo que trate de no morir en el intento.
Pisé un charco de agua cuando di un paso hacia el frente, miré alrededor pero me encontré solo con paredes a mis costados, el lugar era oscuro, frío y un poco húmedo, el aire tenía un olor a rancio y para concluir todo el piso estaba lleno de charcos de agua.
Suspiré y comencé a caminar siguiendo el pasillo que estaba a mi frente, mis pisadas eran pesadas pero rápidas tratando de encontrar la salida porque este lugar no me daba buena espina, parecía que con cada paso que daba la atmósfera se hacía más fría y pesada.
Cuando pensé que el pasillo no se iba a acabar nunca pude ver una luz mortecina que salía de algún lado al frente de mí, caminé más rápido y vi que la luz salía a fragmentos por una puerta cerrada.