La Princesa del Infierno

Capítulo 32

No podía apartar mis ojos de los suyos y mucho menos me podía mover, era como si mis pies se hubieran adherido al suelo al momento en que nuestras miradas se conectaron, miré detenidamente las facciones de su rostro pálido y lo que descubrí me cayó como un balde de agua fría dejando una exclamación de sorpresa atascada en mi garganta.

Ella, la chica que estaba encadena en esa habitación era yo, la chica demacrada y delgada era como yo, era mi copia solo con la diferencia de que sus ojos eran rojos y los míos grises.

Abrí la boca tratando de decir algo pero las palabras no me salían, boquee un par de veces tratando de hablar pero a la final simplemente la cerré haciendo una fina línea con mis labios.

¿Quién era ella? Y ¿por qué estaba aquí?

Me preguntaba una y otra vez tratando de entender que hacía ella aquí o mejor que hacía yo aquí, ni siquiera sabía en qué lugar me encontraba o hacía donde tenía que ir para salir aquí, lo único que sabía era que estaba atrapada y no sabía qué hacer para salir de esta.

- Al fin te dignaste a venir – dijo con voz ronca haciendo que salga de mi ensoñación

- ¿Q – quién eres? – pregunté tratando de que mi voz no se rompiera y fallando en el intento

- Así que no sabes quién soy – ladeó la cabeza sin apartar sus ojos de los míos – algo raro ya que me parezco a ti

- ¿Dónde estamos? – miré a todos lados como señal de que no sabía dónde estaba parada - ¿por qué estás aquí?

- Ya veo que no estas consciente de nada – respondió y se cubrió su rostro con las manos haciendo que con el movimiento las cadenas sonaran – estas muy pérdida y eso en estos tiempos es grave, muy grave – susurró haciendo que mi piel se erice

- ¿Me dirás dónde estamos? – pregunté confundida por sus palabras - ¿por qué debería saber dónde estoy?

- Porque es tu deber saberlo – habló seriamente – pero ya que no lo sabes te lo voy a decir

- Gracias

- No lo hago solamente por ti también lo hago por mí – me señaló y luego se señaló a sí misma

- Entonces… - dije dudosamente - ¿por qué estás encadenada? – vi que suspiró y luego se dispuso a hablar

- Porque tú me pusiste aquí – señaló con la mano todo el lugar haciendo que yo frunza el ceño

- ¿Qué? – dije sin entender de lo que hablaba – yo recién te conozco

- No, tú ya me conocías desde antes de nacer – repuso frunciendo los labios – pero no te acuerdas, ni siquiera sabes que tienes que hacer

- Entonces, explícame

- Mírame Casandra, ¿no te parezco familiar?

- Eres igual a mí a excepción del color de los ojos – contesté jugando con mis dedos

- ¿Y eso no se te hace raro? – dijo con una ceja alzada – ¿no crees que es algo raro ser idéntica a otra persona a quien no conoces?

- ¿Eres mi hermana gemela? – pregunté imitando su gesto haciendo que riera fuertemente

- No soy tu hermana – respondió cuando dejo de reír

- ¿Entonces?

- Soy tú – dijo y yo fruncí el ceño sin entender nada

- ¿Qué? – dije incrédulamente – eso no es cierto

- Sí, lo es

- ¿Cómo puede ser eso verdad?

- Te lo voy a explicar rápidamente ya que no tenemos mucho tiempo porque tú tienes que volver

- ¿A dónde? – cuestioné confundida, ¿dónde me metí?

- Tienes que despertar – respondió mirándome – ahora estamos dentro de ti

- No entiendo – confesé bajando la mirada

- Somos dos cuerpos pero una misma esencia, lo que quiere decir que somos uno mismo – dijo explicándome, abrí la boca para preguntar algo pero ella me hizo una señal de que no hable – yo estoy dentro de ti desde que nacimos pero como a ti te criaron entre amor y cariño, tú inconscientemente me encerraste en lo más profundo de tu consciencia sin dejar que salga a la superficie pero eso fue hasta antes de que sepas quien en verdad eres y de donde procedes – inspiró profundamente y sus dedos pasaron por los grilletes – yo me levanté hace algunas semanas atrás antes de que te dijeran la verdad y he podido hablar contigo advirtiéndote de lo que podría pasar pero tú siempre pensaste que era una mala pasada de tu mente




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