Olivia:
Ya han pasado seis meses desde que estoy aquí, encerrada en la réplica de Hogwarts. He estado aquí durante seis meses y aún me pierdo para ir a mi cuarto o al baño. También son seis meses de estar buscando el punto débil de Dylan, aún lo encuentro pero lo haré; siento la decepción de Freya aumentar cada día, odio esa sensación. Mi vientre ha crecido mucho, parezco un Teletubbie embarazado, pero, por lo que me ha dicho el médico de la familia Hayes que viene a revisarme cada mes, todo está en orden con él o ella. Las cosas con Sebastian no han cambiado; son muy pocas las veces que hablamos y si lo hacemos, es para pelear. ¿La razón? Él no me deja salir de aquí, no le importó nuestro trato. Siento que me volveré loca si sigo aquí encerrada.
-Olivia. ¡Olivia!- El grito de Sebastian me hace salir de mis pensamientos.
-¿Qué demonios quieres?- Gruño, me oculto debajo de la sábana pero este me la quita, por lo que apoyo mi espalda en el respaldo de la cama, mirándolo mal.
-Ya levántate, es hora de desayunar.- Anuncia antes de salir del cuarto. Escucho que cierra la puerta y suspiro antes de levantarme.
-Tu padre en verdad es una molestia, espero que lo único que saques de él sean sus ojos.- Le hablo a mi bebé.
Siempre que le hablo recibo una patada como respuesta --esta vez no fue la excepción--. Cuando Sebastian lo hizo, aunque pasó sólo una vez, empezó a patear como loco y me quejé con su padre por eso. Terminó en una pelea, obviamente, y no volvió a intentar hablarle al bebé, pero varias veces lo he atrapado con su vista fija en mi vientre, lo que me parece algo extraño.
Hago mis necesidades, me cambio y bajo, dirigiéndome al comedor. El peliblanco y el castaño se encuentran ahí, charlando mientras comen. Me siento y empiezo a comer en silencio ya que no tengo ánimos de empezar una conversación. Mi humor en las mañanas nunca ha sido bueno, mucho menos ahora que me tienen encerrada en una jaula de oro: tengo todo lo que, según Sebastian, necesito y más, pero de lo que él parece no darse cuenta es que lo que realmente necesito es salir, ser libre nuevamente.
-Olivia, hoy llegarán unas chicas a las cuales no les debes hablar. Mantente alejada de ellas, ¿entiendes?- Me ordena el ojiazul fríamente. Frunzo el ceño.
-¿Y qué si hablo con ellas?- Recibo una mala mirada de su parte-. Hey, llevo seis meses encerrada aquí, con lo único que puedo hablar es una pared o el bebé, que no puede responderme. Mataste a mi mejor amiga y las sirvientas no pueden hablarme porque tú se los ordenaste.
-Sólo te estoy pidiendo una cosa.- Reprocha. Dylan se mantiene callado, ignorando nuestra pelea, y sigue comiendo.
-No es verdad, no estás pidiendomelo, me lo estás ordenando.- Contraataco. Rueda los ojos y sonrío victoriosa, sé lo que significa.
-Está bien, puedes hablar con ellas, pero no les menciones nada sobre mí.
-Tú no eres el centro de mi vida, Sebastian.- Me levanto y voy a mi cuarto. Debería hacer más ejercicio, me canso demasiado rápido.
Aún pienso en mi venganza. ¿Qué podría hacer? Quiero herirlo, hacer que él sienta el mismo dolor que yo sentí cuando vi a Frey en el suelo con una mancha roja saliendo de su cabeza. Las lágrimas volvieron a caer, siempre que la recuerdo lloro.
Bueno, fueron quince años de amistad; la conozco desde que tenía cinco años, recuerdo ese día. Yo estaba llorando con un osito de peluche en mis manos y un corte en mi frente; por estar jugando con algunos niños me caí. Ella se acercó preocupada y me puso una bandita. Siempre me decía que todo estaría bien con una gran sonrisa en el rostro, aunque ambas sabíamos que nada estaría bien. Freya era apenas dos años mayor que yo, me trataba como si fuera su hermana menor o a veces hasta como su propia hija.
Me lavo la cara antes de salir de mi cuarto y dirigirme a la cocina. Esto del embarazo me da antojos, pero luego toda esa comida termina en el inodoro. Ya se volvió algo normal, pero no es como si me gustara. Me siento en las escaleras y miro fijamente la puerta; fácilmente podría abrir la puerta e irme, hasta lo intenté, pero hay guardias afuera de la casa vigilando las 24 horas por cualquier cosa que pueda ocurrir.
Unos minutos después aparecen unos hombres que me dan miedo, me llevan más de media cabeza y parecían gigantes a comparación de mí, aunque les ganaba por un vientre. Detrás de ellos quince chicas con cadenas en las manos aparecen en mi campo de visión; todas parecen aterradas, mirando hacia todos lados, algunas hasta llorando.
-¿Sólo esto consiguieron?- Aparece Sebastian bajando la escaleras con el ceño fruncido.
Cuando pasa a mi lado se detiene y me extiende la mano, la acepto para pararme. Tengo una idea de lo que está pasando, rezo mentalmente porque no sea verdad, porque esté exagerando y Sebastian no esté metido también en este negocio. Con el de las drogas apenas podía soportarlo.
-U-usted nos o-ordenó que solo tra-trajeramos quince por lo que pasó la última vez, señor.- Contesta uno de los hombres con miedo, pero luego aclara la garganta.