La princesa errante (one-shot)

Parte 2 Condena perpetua.

La agonía perpetua endurece hasta el corazón más frágil y noble. Sedienta de libertad, su alma que no pudo ser liberada en la luz, resurgió en la oscuridad más fría y cruel.

La sangre cubrió todo su vestido, hasta teñirlo del rojo más vivido, sin apartar nunca de su mano aquella espada que vagó junto a ella en su agonía.
¿Quién puede sostener esa desdichada alma?, que solo su dolor y venganza.

En contraste de la oscuridad, una falsa luz y prosperidad se puede ver reflejado en un país lleno de poder y también de avaricia.

El emperador lleno de lujos y guerras ganadas, una tras otra. Se decía que el olor sangre humana estaba impregnado en su cuerpo, como si fuera un perfume inquietante y abrumador.

Pasaron muchos años y aquel emperador no parecía querer entregar su alma a la muerte. Siempre gozando de salud y poder. A costa de mucha gente inocente.

Sin embargo, tal vez la muerte vestida de venganza, lo había venido buscar a él.

Haciendo sonar el filo de su espada, sobre el piso del cuarto del emperador.
Imponente y grotesca, una mujer bañada en sangre y venganza apareció frente a él.
Aquella princesa destruida por la codicia humana.

Él no la recordaba, aún viéndola atónito; pero ella sí.
Recordaba cada segundo de su agonía perpetua y la de su propio país.
Recordaba su sonrisa burlona y mirada fría.
Su odio contenido, hacia que recordara todo de él.

Por primera vez, el emperador tenía miedo de algo.

La muerte.

Conmocionado y ocultando su temor, el emperador preguntó con la mirada el alto:

«¿Te atreverás, yo el gran emperador, llevarte el alma de un imperio? ¡Tú, sucio demonio!»

Con una mirada fija en él, la mujer errante hecha demonio, sonrió de forma amplia y escalofriante.

Repitiendo las mismas palabras que él utilizó para condenarla. Ella respondió:

«¿Por qué no?»

En el momento en que aquellas palabras fueron pronunciadas y notando su espada roja, el emperador recordó el rostro de una joven y frágil princesa que suplicó piedad por su país a costa de su vida.

Pero no quedaba nada de aquella flor marchita. Solo el rastro de una alma condenada en la oscuridad.

Y ahora era él, quien debía suplicar a costa de su orgullo y dignidad. Inclinándose ante ella.

Sin embargo, el perdón. Era algo que jamás debería ser mencionado.
Era un deseo puro, para una alma tan podrida.

Alzando su espada arriba de él, antes de que siquiera pudiera reaccionar, su alma fue separada de su cuerpo en un pestañeo.

Cientos y miles de almas. Por mucho tiempo habían reclamado el alma del ser despiadado que los hizo perecer.

Ahora el deber y deseo de ella, era guiarlo a su martirio perpetuo.
Una y otra vez, repitiendo el dolor de la muerte y de perderlo todo.

Condenándose en su propio infierno.

Y así seguiría por la eternidad.
No había un final, ni la de él, ni la de ella.
Y nunca lo habría.

Por siempre sería.
Una historia, sin fin.



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En el texto hay: princesa, guerra, relatos tristes

Editado: 06.09.2021

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