Al siguiente día Alexandra despertó temprano y les ordenó a sus sirvientas que le pusieran el vestido más bonito y elegante que encontró. Era de un color verde azulado, tenía algunos encajes que combinaban muy bien, y alrededor de la cintura tenía una cinta color rosa pastel amarrada con un nudo de mariposa.
Asimismo le colocaron un collar de diamantes y un brazalete de oro; el cabello se lo dejaron suelto, pero en algunas partes llevaba trencitas amarradas con moños y listones de color verde agua. Sus zapatillas eran de tacón muy alto y fino, de color negro, con pequeños diamantes incrustados; le pusieron un perfume que olía delicioso, era el más caro y exquisito que tenía, y le pusieron un poco de maquillaje; con todo eso, se veía muy hermosa. Después de que las sirvientas terminaron su trabajo, las despidió con un gesto duro.
—Bueno, inútiles, váyanse de aquí, pero antes díganle a Julio que venga —ordenó con voz apática.
Minutos después, Julio tocó la puerta y ella lo invitó a pasar. En cuanto entró, hizo una pose elegante.
—Y bien, ¿cómo me veo?
—Hermosa, como siempre, aunque déjeme decirle que ese fino vestido nunca se le había visto tan bien como ahora —respondió él—. Veo que en serio quiere sorprenderlo.
Ella rio brevemente.
—Esa es la idea —mencionó con voz seria.
—Ahora apúrese, porque su amado no tarda en llegar.
—Ayúdame a bajar —pidió ella—, estas zapatillas son muy altas.
Él asintió y la ayudó a bajar las escaleras. Ya estando abajo se encontraron con Vania y, para su sorpresa, el príncipe Santiago ya había llegado.
—Lamento llegar tarde. —Se excusó Alexandra.
—Oh, ¡qué linda te ves! —Exclamó Vania mientras a para abrazarla—. Y no llegaste tarde, llegaste justo a tiempo.
—Me da mucho gusto que quieras ayudarnos con la boda. —Santiago se dirigió a Alexandra.
—Oh, no es nada, yo solo quiero que su boda sea perfecta. —Alexandra le mostró una mirada coqueta y sonrió con sutileza.
—En serio te lo agradezco —sonrió.
La rubia parpadeó varias veces a modo que se viera atractiva y, tocando su cabello con sus delicadas manos, habló con tono seductor.
—Me encanta ayudar a los demás.
A Julio, que estaba atrás, no le gustaba que Alexandra le coqueteara tanto a Santiago, él le dijo claramente que no flirteara mucho, pues Vania podría darse cuenta de sus intenciones, aunque en realidad ella no era el problema, porque era muy ingenua y despistada, el problema era Eduardo, que también estaba viendo las insinuaciones de Alexandra hacia el futuro marido de su querida princesa.
***
Julio vio a Eduardo frunciendo el ceño y observando con mirada de desaprobación a Alexandra, así que se dirigió a ella y pidió que hablaran a solas. Los dos dieron algunos pasos hacia atrás y él le susurró a la chica:
—Ya no flirtee tanto con Santiago, si le va a coquetear que no sea muy directo ni visible para los demás. El sirviente de Vania ya se dio cuenta de sus insinuaciones, usted no sabe disimular.
—Lo siento —dijo la joven en voz muy baja—, pero es que no me puedo controlar, ¡es guapísimo!
—Pues contrólese y vaya con ellos —murmuró—. Corra, vaya.
Alexandra de nuevo fue con Vania y Santiago.
—¿Pasó algo malo? —Preguntó Vania—. Vi a tu sirviente preocupado.
— No pasó nada, me dijo que nos apresuráramos o si no se nos irá el todo día aquí.
—Tiene razón —dijo Vania—, no queda mucho tiempo.
—¿A dónde nos dirigimos? —Preguntó el príncipe con un tono suave.
—Ya tenemos mi vestido, y los adornos —indicó Vania—. Falta escoger los manteles.
—¡Vamos a escogerlos! —Exclamó el joven.
Se dirigieron hasta una mercería para escoger las telas con las que se mandarían a hacer los manteles.
—¿Qué te parece esta? —Vania tomó una tela muy bonita de color blanco ostión.
—En lo personal es bonita —indicó Alexandra—, pero yo digo que hay que hacer algo más original.
—¿Original? ¿Cómo? —Vania ladeó la cabeza.
—¿Qué tal si eliges una tela de acuerdo a tu personalidad?
—¿Y de qué color sería?
—Tú tienes una personalidad alegre, elige telas de diferentes colores, podrías variar el color de los manteles, así en una mesa pones uno rojo y en otra un azul —dijo Alexandra, pensando que los manteles de colores se verían muy ridículos y sería de mal gusto ponerlos así en una boda.
—¡Qué genial idea! —Exclamó Vania—. ¿Tú qué opinas, Santiago?
Alexandra temió que su plan no saliera bien; la idea de los manteles coloridos le encantó a Vania, pero ella era tonta, ahora faltaba ver qué decía el príncipe.
—¿Cómo no se me ocurrió a mí? —Dijo él—. Me fascina la idea de los manteles de colores.
Alexandra quedó incrédula al notar que a Santiago le gustara eso, pero luego recordó que él tenía malos gustos, pues se fijó en Vania, así que aprovecho para sonreírle.