Pasaron dos semanas y media, y Vania seguía molesta con Eduardo. El plan de Alexandra estaba funcionando a la perfección, faltaban solamente tres días para la boda y ella cada vez estaba más cerca de Santiago, se quedaban solos más tiempo e incluso había conseguido que desayunaran, comieran y cenaran los tres juntos y, cada vez que podía, la rubia susurraba palabras al oído del apuesto príncipe sin que la ingenua de su prometida se diera cuenta.
Julio la cubría y la ayudaba, él era su mesero, no permitía que nadie más los atendiera y le hacía preguntas a Vania como: «¿Está bien la sopa, madame?», o «¿Le gustaría más ensalada, princesa?», así Alexandra aprovechaba esos momentos para coquetear con el príncipe.
Una linda mañana, mientras desayunaban, Vania le dijo a Alexandra:
—Qué tal si vamos a comprar tu vestido de dama de honor, amiga.
—Sería buena idea —musitó Santiago.
—Está bien, querida amiga —dijo Alexandra de mala gana, pero como siempre, le sonrió y no mostró su malhumor. No quería ir con Vania a elegir su atuendo, pensaba mandar a algún sirviente a comprar un vestido muy caro en una boutique de su propio reino, pero no le quedó opción más que aceptar la invitación.
—Solo iremos nosotras dos, ¿eh, Santiago? —Indicó Vania.
—¡¿Por qué?! —Rezongó el joven príncipe—. Yo igual tengo que comprar mi traje para la boda, aún no me he decidido cuál comprar, estoy entre dos.
—Pues irás aparte, nosotras iremos a una tienda de vestidos muy lindos para chicas —dijo la alegre Vania—. Además no tengo que ver tu traje hasta el día de la boda.
—¿Qué? Eso aplica solo para las mujeres —rio Santiago.
—Ya está decidido, iremos nosotras dos solas… Con Julio, claro está.
—¿Y Eduardo? ¿Él no irá con ustedes?
—No, él no.
— ¿Por qué? Tiene mucho tiempo que no le hablas, ¿estás enojada con él?
—Sí, estoy muy molesta por algo que hizo, pero lo perdonaré un día antes de la boda, pues no quiero que se la pierda, es mi mejor amigo.
—¿Y qué fue lo que hizo, que causo que le retiraras la palabra?
—Es una historia muy larga, luego te la platico, ahorita no hay tiempo —diciendo esto le dio un beso en la mejilla y tomó del brazo a Alexandra—. Tenemos que apurarnos.
Alexandra y Vania, en compañía de Julio, se dirigieron hasta una tienda donde vendían vestidos muy hermosos y caros. Vania estaba emocionada, viendo todos los vestidos que había. Alexandra miraba todos con expresión aburrida.
—¿Qué te parece este? —Vania le enseñó un vestido largo de color verde con muchos adornos y encajes.
—Mmmm, yo veré cuál elijo.
Vania sonrió asintiendo con la cabeza. Las chicas estuvieron viendo todos los vestidos mientras Julio las esperaba afuera de la tienda, pero ninguno le parecía adecuado a la caprichosa chica. Vania le mostraba algunos, pero como ya conocemos sus pésimos gustos, a Alexandra le parecieron horribles. Se limitaba a sonreír y decir que no quería opacar a la novia. Vania, con su inocencia infinita, asentía ante las palabras de Alexandra.
La hermosa rubia pensaba que no encontraría un atuendo adecuado, hasta que vio uno muy hermoso de color azul cielo, era de esos vestidos strapless, largo y elegante, alrededor de la cintura tenía un gran listón que estaba amarrado en forma de moño; si se ponía ese vestido con unos zapatos negros que tenía, un collar de zafiros y una pulsera de plata, de seguro que se vería muy hermosa… Mucho más que la novia, claro está.
Alexandra se probó el vestido y le quedó perfecto. Vania le dijo que se veía muy linda con él, así que lo compró.
Después de comprar el vestido, las princesas se fueron a tomar un café al parque —idea de Vania—, mientras Julio regresaba al castillo a buscar otros zapatos más cómodos para Alexandra.
***
Mientras tanto, Eduardo estaba desesperado e intentaba hacer un plan para atrapar a Alexandra y que no tuviera forma de hacerse la inocente. No se le ocurría nada. Quería mucho a Vania y no quería que sufriera; caminaba de un extremo al otro del castillo, agarrándose el cabello y diciéndose en la mente: «Pobre Vania, tan inocente, tan ingenua, no sabe que Alexandra le quiere quitar a su prometido, ¿qué haré para ayudar a mi Vania, mi princesa y mi mejor amiga?».
—¡Ya sé lo que haré! ¿Cómo no se me ocurrió antes? —Exclamó mientras corría a la habitación en donde se hospedaban los sirvientes de Alexandra.
Cuando llegó donde ellos se hallaban, los encontró trabajando. Unos diseñaban vestidos, otros limpiaban y pulían las joyas de la princesa, algunos cosían las prendas, hacían zapatos, y otros más bosquejaban y elaboraban sombreros, todo para la princesa malvada. Ella de por sí tenía todas esas cosas, las compraba en tiendas caras y elegantes, pero la idea de ponerlos a trabajar sin descanso fue de Julio, para que se mataran trabajando y que, en lugar de descansar —que bien merecido se lo tenían, ya que como eran “invitados”, Vania no los ponía a hacer nada— se mantuvieran ocupados. La idea le pareció muy divertida al malvado mayordomo. «Para que no se acostumbren a ser flojos» había pensado Julio con diversión.
—Oigan —dijo Eduardo—, ¿por qué trabajan tanto?