Hoy fue un día muy difícil para empezar. Me levanté tarde y llegué tarde a mi primer día de preparatoria. Todo comenzó porque mi hermana Rebecca, la menor de todos, con apenas 13 años, se olvidó de hacer una maqueta para su clase de ciencias, y me tuve que quedar hasta tarde ayudándola. Aunque, claro, al final fui yo quien hizo todo. Mi primer día de clases fue un caos: nada más llegar, me equivoqué de aula y tuve que salir corriendo para llegar a mi salón antes de que sonara la campana. Bueno, no fue tan mal día, porque al final conocí a un chico lindo. Se llama Aron, aunque no creo que me vea. Él es hijo de un duque, y yo soy hija de campesinos, no estamos en el mismo nivel social. Qué triste, ¿no?
El día continuó con mi clase de historia, mi favorita. Amo la historia, me encanta todo lo que tiene que ver con el pasado. Me da tanta curiosidad, pero perdón, me estoy desviando. Justo en ese momento, escuché a mi mejor amiga gritar:
— ¡Charlotte! — gritó Isla.
— ¿Dónde estabas? ¡Te estaba buscando! — dijo, un poco alterada.
A, perdón, regresé. Isla es mi mejor amiga desde toda la vida. Aunque su familia tiene dinero y un estatus social muy elevado, no es de sangre real, pero se mueven en los círculos de la corte y la alta sociedad.
— Perdón, es que me levanté tarde y salí apurada — le respondí.
— ¿Tú, levantarte tarde? ¡Doña puntual! — dijo Isla, entre risas.
— Sí, es que me quedé hasta tarde ayudándole a Rebecca con la maqueta — le conté.
Pasamos el resto del día hablando de todo, hasta llegar a la segunda clase, que era de matemáticas, una asignatura que odio, aunque soy buena en ella. El profesor se presentó ante la clase, pero mis ojos se centraron en el chico al frente. ¡Aron! El chico que conocí esta mañana. Es alto, rubio, de ojos azules, atlético, juega al hockey, es inteligente... Perfecto. Estuve pensando en él hasta que el profesor me sacó de mis pensamientos.
— Charlotte, ¿puedes presentarte ante la clase? — me dijo el profesor.
Lo hice, pero no sé si fue mi imaginación o de verdad pasó, pero Aron me sonrió. Y no pude evitar sonreírle de vuelta. ¡El día mejoró!
La clase terminó, y fuimos a la cafetería con Isla y dos nuevos amigos: unos mellizos que eran lo máximo. El día de verdad mejoró. Al final de la jornada, me crucé nuevamente con Aron. Nuestros ojos se encontraron, y sentí como si todo se detuviera por un segundo. Llegué a casa súper feliz, y mis padres me esperaban contentos, como siempre. Me preguntaron sobre mi día, y les conté todo. Mi mamá estaba feliz de que me hubiera ido tan bien, pero mi papá, como siempre, se preguntaba quién era ese chico.
Esa noche todo siguió con normalidad. Ayudé a mi mamá en la casa, como siempre. Luego, me fui a mi cuarto y toqué mi guitarra. Ah, por cierto, no les dije, pero amo la música. Isla me llevaba a sus clases de canto, y fue ahí donde aprendí a cantar. En mi cumpleaños número 13, Isla me regaló mi guitarra, mi mayor tesoro.
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Editado: 28.04.2025