A la mañana siguiente, Elvira me despertó temprano. Apenas abrí los ojos, el cansancio seguía pegado a mi cuerpo como una segunda piel.
—Vamos, dormilona. Hoy empiezas un entrenamiento especial —dijo sonriendo, mientras me pasaba una taza de algo humeante y dulce.
Pero esta vez no iba a entrenar magia. Hoy sería fuerza física.
Según me explicó, el Rey estaba ocupado, así que una entrenadora legendaria vendría en su lugar.
—¿Quién será? —pregunté, frotándome los ojos.
Elvira me miró con una chispa de emoción.
Maestra Astraelis
• Antigua maga-guerrera de las estrellas, una leyenda viviente.
• Lleva una armadura ligera que parece hecha de fragmentos de constelaciones.
• Sus ojos brillan como la aurora boreal, sabios y desbordantes de historia.
• Domina tanto el combate físico como la magia espiritual.
• Su entrenamiento transforma la realidad: cambia la gravedad, crea enemigos ilusorios y campos de batalla celestiales.
• Tiene una cicatriz luminosa en el brazo, un misterio que solo revelará cuando demuestre ser digna de conocerlo…
La sola descripción hizo que un cosquilleo nervioso recorriera mi espalda.
—¿Y... ¿Isla? —pregunté, sintiendo un vacío extraño al no haberla visto.
—Ella también está entrenando —me respondió Elvira, su sonrisa tornándose un poco más seria—. Su entrenamiento es diferente... uno mucho más duro.
—¿Y estará bien? —dije, con un nudo formándose en mi estómago.
—Ella es fuerte. Confía en ella —me aseguró, aunque su voz no logró quitarme la inquietud.
—¿Y mis padres? ¿Puedo verlos pronto? —agregué, la tristeza pesando en mis palabras.
Elvira se detuvo un momento, como eligiendo con cuidado sus próximas palabras.
—Quizás cuando termines tu entrenamiento y estés lista —dijo suavemente.
Asentí en silencio, sintiendo cómo mi corazón latía con una mezcla de tristeza y determinación.
Cinco minutos después, llegó ella: Astraelis.
La majestuosidad con la que apareció era indescriptible. Cada paso parecía resonar con ecos de otras galaxias.
Y ahí comenzó el infierno... o algo que se le parecía bastante.
Entrenamos cinco horas seguidas.
—¡No puedo más! —grité, con las piernas temblándome.
—¡¿No puedes más?! ¡Esto fue solo el calentamiento! —exclamó ella, sus ojos brillando con severidad.
—¿¡QUÉ!? —jadeé, sintiendo que me iba a desmayar.
—Claro que no puedes más si estás tan flacucha. ¡Con estos ánimos, el Reino está perdido! —dijo cruzándose de brazos.
Por algún motivo, eso me dolió más que todo el entrenamiento.
Pero antes de que me quebrara, Astraelis suspiró y me lanzó una pequeña sonrisa de lado.
—Diez minutos de descanso, princesa.
Casi me arrastro hasta un árbol gigante y me dejé caer, abrazando la botella de agua como si fuera un tesoro.
Después del descanso, vino el verdadero entrenamiento.
Un infierno hecho de gravedad cambiante, ilusiones de monstruos y batallas contra enemigos que parecían reales.
Perdí la cuenta de cuántas veces caí, me levanté, sangré o lloré por dentro.
Pasaron otras cinco horas hasta que, por fin, terminó.
—Nos vemos pasado mañana —dijo Astraelis, como si nada hubiera pasado.
—Ajá… bye… —balbuceé, con la dignidad tan rota como mis músculos.
Llegué a la cabaña casi gateando. Cada paso era una tortura.
—¿Por qué caminas como un pato herido? —se burló Isla al verme.
La alegría de verla sana y salva fue tan grande que solo atiné a sonreírle antes de tirarme en el sofá como un trapo viejo.
—¿Sabes que puedes usar magia para quitarte el dolor, ¿no? —dijo, aguantándose la risa.
—¿¡QUÉ!? ¿¡Y POR QUÉ NO ME LO DIJISTE ANTES!? —grité, con un hilo de esperanza.
—Pensé que ya lo sabías —se rió a carcajadas, mientras yo me revolcaba de frustración.
Me pasó el cuaderno de hechizos, y apenas conjuré uno de ellos…
¡Milagro divino! El dolor se evaporó de mi cuerpo.
—¡No siento nada! ¡Es glorioso! —exclamé casi llorando de felicidad.
En ese momento, Elvira entró con una gran noticia:
—Mañana entrenarás magia oscura y magia blanca —anunció, como quien dice "mañana hay pizza".
Mi corazón dio un brinco.
—¿¡En serio!? —dije, con los ojos brillando.
—¿Y quiénes serán mis entrenadores? —pregunté, ansiosa.
Ella me guiñó un ojo, misteriosa.
—Mañana los conocerás.
Mañana sería un nuevo desafío.
Y aunque el miedo tamborileaba en mi pecho, algo mucho más fuerte lo empujaba hacia atrás.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba empezando a encontrar mi verdadero camino.
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Editado: 28.04.2025