."La Princesa Perdida de Noveria: El Despertar del Hielo"

Capítulo 8: La Llama Interior y la Huida a la Tierra de los Elfos

Hoy me levanté entre asustada y emocionada. Hoy tocaba entrenamiento con la Maestra Astraelis.
—Va a ser duro... —me dije a mí misma mientras bajaba las escaleras arrastrando los pies, con las pocas fuerzas que me quedaban.

Cuando llegué, Astraelis ya me esperaba en el campo de entrenamiento, de pie sobre un círculo de piedra antigua. Su cabello blanco como la luna flotaba levemente, como si la brisa la respetara demasiado para tocarla.
—Llegas tarde, Amelia —dijo sin levantar la voz, pero su tono hizo que me enderezara de inmediato—. Hoy, entrenaremos tu cuerpo y tu espíritu. ¿Estás lista para caer... y volver a levantarte?

Asentí, aunque por dentro temblaba.
El entrenamiento comenzó con ejercicios físicos. Correr, saltar, esquivar obstáculos invisibles que Astraelis creaba moviendo apenas un dedo. Cada vez que fallaba, sentía una pequeña descarga en el cuerpo, no dolorosa, pero sí un recordatorio de que debía ser más rápida, más ágil.
—La fuerza no es solo músculo —me enseñó mientras esquivaba un látigo de luz que surgía del suelo—. Es voluntad. ¡Tu voluntad debe ser más fuerte que cualquier golpe!

Caí, me raspé las rodillas, me dolieron los brazos, me faltaba el aliento... pero cuando Astraelis se detuvo frente a mí y me tendió la mano, no dudé en tomarla.
—Hoy, has dado el primer paso. No porque ganaste —me dijo—, sino porque no te rendiste.

Y en su mirada vi algo que me llenó de valor: orgullo.

Después de horas de correr, saltar y caer, Astraelis se acercó a mí con una sonrisa casi imperceptible.
—Has resistido bien, Amelia. Ahora, vamos a despertar algo dentro de ti.

Se agachó y colocó frente a mí una roca enorme, casi del tamaño de un barril.
Mis ojos se abrieron como platos.
—¿Quieres que levante eso? —pregunté, dudando de mis propias fuerzas.

Astraelis soltó una pequeña risa, apenas un susurro de viento.
—No quiero que la levantes con tus brazos, sino con tu espíritu.

Se puso detrás de mí, posó sus manos apenas rozando mis hombros, y cerró los ojos.
—Dentro de ti hay una llama, Amelia. Una fuerza más grande que cualquier muro. Concéntrate. Siente tu centro... respira... y ordena a la tierra que te escuche.

Seguí sus instrucciones. Cerré los ojos. Respiré.
Visualicé esa llama creciendo dentro de mí, envolviendo todo mi cuerpo, mis brazos, mis manos.

Cuando abrí los ojos, algo diferente brillaba en mis pupilas.
Grité desde lo más profundo de mi pecho y golpeé la roca con ambas manos.

¡CRACK!
Un sonido seco llenó el aire.
La roca se resquebrajó... y luego, se partió en dos.

Me quedé mirándola, sin creerlo. Mis manos temblaban, no de dolor, sino de poder.
Astraelis sonrió, ahora sí, abiertamente.
—Bienvenida, Amelia. Acabas de despertar tu verdadera fuerza.

Astraelis se acercó lentamente, mientras yo aún jadeaba, sorprendida de lo que acababa de lograr.
Se agachó a mi altura, me tomó el rostro entre sus manos firmes pero cálidas, y me miró directo a los ojos, como si pudiera ver dentro de mí.
—Recuerda esto, Amelia —dijo con voz firme, pero llena de ternura—: La verdadera fuerza no está en tus músculos, sino en tu voluntad. El mundo se inclina ante un corazón que no se rinde.

Me sonrió con orgullo y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que sí...
Que podía lograrlo.
—Y recuerda, Amelia, que todos confiamos en ti —dijo.

Y sin pensarlo, este fue mi último entrenamiento.

Estaba regresando a la cabaña cuando de pronto apareció Isla, asustada y llena de sangre.
—¿Qué te pasó? —pregunté preocupada y asustada.
—Nos encontraron, pero no fueron los vampiros —dijo jadeando.

—¿Quién nos encontró? —dije, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda.
—Deysi, la nueva reina —dijo.

Narrador
Antes del entrenamiento, mientras buscaban a las chicas, el reino hizo la coronación de la nueva reina Deysi, ya que la reina anterior no podía gobernar por sus problemas mentales.

Volvemos con Amelia
—¿Nueva reina? ¿Y la anterior? —pregunté confundida.

—La sacaron porque dicen que no puede gobernar —me explicó Isla, temblando—. Deysi e Isabella nos encontraron... y no te quieren viva.

Mientras me arrastraba de la mano hacia un lugar desconocido, mi cabeza daba vueltas.
—¿Y Elvira? —pregunté, temiendo la respuesta.

Isla bajó la cabeza.
—La mataron... no quiso decir tu paradero y la mataron por eso. La sangre en mi ropa es de ella. Antes de irse, me dijo que te buscara... Tengo que ponerte a salvo, Amelia. Tú eres la salvación.

No entendía del todo lo que significaba, pero la urgencia en su voz no me dejó tiempo para preguntar.

Llegamos a una cueva en medio de las montañas nevadas. Pensé que sería un lugar feo y aterrador, pero en realidad era todo lo contrario: no era una cueva real, solo una ilusión para despistar.
Cuando pasamos la supuesta cueva, llegamos a un pequeño pueblo escondido... ¡de elfos!

Me quedé boquiabierta. Mi madre siempre me contaba historias de elfos, me encantaban tanto que incluso mi cumpleaños número seis tuvo temática de elfos. ¡Y ahora iba a convivir con ellos! Qué locura.

—Mira, aquí estarás a salvo —dijo Isla, soltándome—. Es el último lugar donde te buscarían. Quédate aquí, busca a Dennis, él te ayudará. Tengo que ir a contarle al rey lo que pasó. Vuelvo en un rato.

Antes de irse, me miró a los ojos, con una expresión grave.
—Por favor, princesa, por nada del mundo salgas de este lugar —me dijo preocupada, pero segura de lo que decía.




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