El aire estaba diferente esa mañana, cargado con algo que no sabía identificar: esperanza. Cuando la noticia de que estaba viva se propagó por el campamento, los guerreros reaccionaron como si hubieran tocado el cielo. No era solo un rumor, no era solo un susurro. Era real. Yo estaba aquí.
Y aunque yo misma no podía creerlo, vi sus ojos. Vi cómo la emoción se apoderaba de ellos, cómo se arrodillaban, cómo algunos incluso lloraban. Algunos me miraban como si fuera un símbolo, como si mi existencia fuera la luz al final de un túnel oscuro. Y todo eso me parecía tan abrumador… no estaba preparada para esto, pero ¿quién lo estaba? El reino había estado esperando tanto tiempo, y ahora la carga era mía.
¿Cómo había llegado a este punto? Pensé. La pequeña niña que había sido parte de un reino que ahora solo existía en recuerdos, ¿era realmente yo? ¿Era esta mi realidad ahora?
Los guerreros me miraban con una adoración casi reverencial, pero no sabía qué hacer con esa adoración. No sabía cómo responderles. Todo lo que podía pensar era en mi madre, en las decisiones que ella tomó y que me trajeron aquí. ¿Sería yo tan capaz como ella? No estaba tan segura de eso.
Pero entonces, uno de los guerreros se adelantó, su rostro marcado por las cicatrices de tantas batallas. Se arrodilló ante mí y habló con voz temblorosa:
—Princesa Amelia. Hemos esperado tanto tiempo por este momento. —sus ojos brillaban con esperanza—. Te juramos lealtad. Lucharemos por ti, por el reino, por todo lo que representas.
Sentí que la emoción me ahogaba, pero no podía dejar que eso me derrumbara. No podía. Era mi momento.
¡Debía ser fuerte! Mi madre me había enseñado eso. Me había enseñado a luchar, a liderar. Sin importar lo que sintiera en mi interior, no podía dejar que mis dudas prevalecieran.
Miré a todos los guerreros que se habían arrodillado ante mí y, en un susurro que se transformó en una declaración de guerra, respondí:
—¡Nos levantaremos contra Deysi! —mi voz resonó con fuerza en la sala, un eco de algo que no era solo mío. Era el grito de todos aquellos que habían perdido la fe, el grito de aquellos que se habían caído y se habían levantado. ¡Por el reino! ¡Por todo lo que hemos perdido!
Y fue entonces cuando entendí lo que sucedía. No solo luchaban por mí. Luchaban por nosotros, por la posibilidad de recuperar todo lo que les había sido arrebatado. No estaba sola.
Los días siguientes fueron de entrenamiento intenso. Cada minuto, cada hora, cada segundo parecía estar marcado por el sudor y el esfuerzo. No solo entrenaba mi cuerpo, sino también mi mente. Los guerreros me enseñaban a controlar mi magia, a manejar la espada, a pelear con cada fibra de mi ser. Sin embargo, el entrenamiento más importante era el que sucedía dentro de mí: aprender a controlar mis emociones.
Mi madre había sido una de las más poderosas hechiceras del reino. Sabía que había algo dentro de mí que estaba esperando ser desatado. No entendía todo lo que había heredado de ella, pero podía sentirlo. Las chispas de magia saltaban de mis dedos mientras entrenaba, y mis entrenadores, los más sabios guerreros, me decían lo mismo:
—Tienes un poder que va más allá de lo que imaginas. —me decía uno de los ancianos mientras observaba cómo mi energía se liberaba sin control.
Sin embargo, lo más desconcertante de todo era la sensación de estar siendo observada. No sé por qué, pero cada vez que me encontraba entrenando, sentía que algo o alguien me vigilaba. Pensaba que tal vez era solo la ansiedad, pero no podía evitarlo. Al final de cada día, las sombras de los árboles parecían alargarse, y el murmullo de los guerreros se sentía más distante, como si algo estuviera al acecho.
Una tarde, mientras descansaba en el jardín de los guerreros, un cuervo negro voló hacia mí. No era normal que se acercaran tanto, pero este cuervo parecía tener un propósito. Se posó en una rama cercana, y para mi sorpresa, dejó caer un pequeño pergamino atado a su pata.
Lo tomé entre mis manos temblorosas, el pergamino estaba sellado con cera roja. Lo desaté y leí las palabras escritas con urgencia:
—Deysi sabe que estás viva. Ella e Isabela ya han comenzado a enviar cazadores para atraparte. El tiempo se agota. No hay refugio seguro.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Deysi lo sabía. Ella y Isabela lo sabían todo. Y ahora no solo era cuestión de resistencia, sino de huir.
No podía dejar que eso me detuviera. No podía dejar que la amenaza de Deysi me arrebatara lo que era mío.
—Amelia, ¿qué pasa? —me preguntó Alistair, un joven guerrero con quien me había hecho amiga durante el entrenamiento. Siempre encontraba la manera de calmarme, de hacerme reír, incluso en los momentos más tensos. Su presencia me tranquilizaba, pero hoy no había ni rastro de diversión en sus ojos.
Le entregué el pergamino sin decir palabra, y él lo leyó en silencio. Su rostro se endureció, pero no dijo nada. Solo se acercó y se quedó a mi lado, y de alguna manera, eso me dio más seguridad de lo que las palabras pudieran haber hecho.
—Debemos estar preparados, Amelia. —su voz era baja, pero firme. No podemos permitirnos fallar ahora.
Asentí, respirando hondo. El tiempo se agotaba.
Esa noche, nos reunimos todos en la sala central. Cada guerrero, cada líder, sabía que el futuro del reino dependía de nuestras acciones en los próximos días. Y aunque había una fuerte sensación de unidad, también sentía algo más. Algo que no podía identificar.
Alguien nos estaba observando.
#1217 en Fantasía
#192 en Magia
magia aventura personajes sobrenaturales, fantacia y traicion, familia disfuncional problemas rencor
Editado: 28.04.2025