El campamento estaba en alerta máxima después del mensaje del cuervo. Apenas amaneció, salimos en pequeñas patrullas para vigilar los alrededores. Yo iba con un grupo de guerreros, incluyendo a Alistair. Caminábamos en silencio, atentos a cualquier sonido extraño.
Cuando cayó la noche, la oscuridad del bosque se volvió espesa y peligrosa. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda… y entonces, sin previo aviso, nos atacaron.
Los cazadores de Deysi e Isabela eran sigilosos y letales. Parecían saber exactamente dónde encontrarnos. Apenas tuvimos tiempo de reaccionar: sus flechas volaban como sombras entre los árboles, sus cuchillas brillaban bajo la poca luz de la luna.
Luchamos con todo nuestro esfuerzo. Escuchaba los gritos, el choque de espadas, los rugidos de batalla. La desesperación me ahogaba.
Nos superaban en número y en fuerza.
Y entonces lo vi.
Alistair estaba rodeado. Un cazador alzó su espada, apuntando directo a su pecho.
Sin pensar, sin planearlo, algo dentro de mí se rompió.
Una explosión de magia brotó de mi cuerpo, como un latido gigantesco. La luz azulada envolvió a todos mis aliados en un escudo brillante y lanzó a los enemigos por los aires. El suelo tembló. Los árboles crujieron. Los cazadores gritaron, desconcertados.
Me quedé sin aliento, temblando.
¿Qué... qué había hecho?
Algunos enemigos huyeron despavoridos, otros fueron capturados por nuestros guerreros. Nadie, ni siquiera yo, podía creer lo que acababa de pasar.
De regreso al campamento, todos me miraban diferente. Había asombro en sus ojos… pero también miedo.
Y fue ahí cuando lo entendí:
La batalla por el reino no se pelearía solo con espadas. También con la magia que había heredado… una magia que apenas estaba empezando a despertar.
Cuando por fin llegamos al campamento, me sentí aliviada de ver a Alistair con vida. Caminaba a mi lado, cubierto de heridas, pero sonriendo como si nada.
Yo no podía dejar de pensar en esa explosión mágica que había salvado nuestras vidas.
Pero la felicidad no duró mucho.
En la oscuridad de la noche, más aliados de Deysi llegaron a atacarnos.
La batalla fue brutal. Peleamos con todo lo que teníamos, pero de pronto, entre el caos, escuché unas voces.
Voces que reconocería en cualquier lugar.
—¡Papá! ¡Mamá! —grité, mi corazón golpeando contra mis costillas.
¿Era posible? ¿Eran ellos de verdad? Dudé unos segundos, pero cuando vi que Deysi los tenía atrapados, supe que no podía quedarme quieta.
Corrí hacia ellos, sin pensarlo.
—¡Papáaaa! ¡Mamáaa! —grité con toda mi alma.
—Si los quieres vivos, entrégate —me dijo Deysi con una sonrisa cruel.
—¡No! ¡No lo hagas, corre Charlotte! —gritó mi padre, luchando por soltarse.
—¡No puedo dejarlos! —lloré, sintiendo el miedo apretar mi pecho.
—¡Corre, Charlotte, sálvate! —suplicó mi madre entre lágrimas.
El mundo se volvió borroso.
La explosión mágica surgió de nuevo, más poderosa que antes. Deysi cayó hacia atrás, sorprendida. Aproveché el momento y corrí hacia donde estaban mis padres. Mis piernas se movían solas, mi corazón era un tambor en mi pecho.
Los liberé como pude y corrimos juntos, los guerreros cubriéndonos.
Algunos de nosotros no lograron sobrevivir aquella noche. La tristeza pesaba sobre nosotros como una sombra. Pero yo tenía a mis padres conmigo.
Y no pensaba perderlos otra vez.
Ahora nos dirigimos hacia donde está Artur, un hombre del que me han hablado como si fuera un dios. No lo conozco aún, pero algo en mi interior me dice que será crucial para lo que está por venir.
Y mientras cabalgábamos hacia el amanecer, una promesa ardía en mi pecho:
Protegería a mi familia. Recuperaría mi reino. Y esta vez, no dejaría que el miedo me detuviera.
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Editado: 28.04.2025