El rugido de la retirada de Isabela aún resonaba en mis oídos, pero no tenía tiempo para descansar. El campo de batalla seguía ardiendo detrás de nosotros, y la magia que había usado para proteger al campamento había dejado mi cuerpo extenuado, debilitado. Cada paso me costaba, como si el peso del mundo me aplastara, y mis cadenas me recordaban que no estaba completamente libre. Isabela podía haberse retirado, pero no la había vencido. Sabía que sería una cuestión de tiempo antes de que volviera a atacar.
Me arrastraron hacia un rincón apartado, un claro oscuro entre los árboles, donde los ecos de la batalla parecían más lejanos, como si el mundo se hubiera detenido por un breve momento. El sonido del viento que arrastraba las cenizas me envolvía, y mi cuerpo temblaba, no solo por el agotamiento, sino por la sensación de que algo mucho más oscuro se acercaba.
De repente, el aire cambió. No fue solo la brisa que acariciaba mi rostro, sino una presencia, una magia que rompió la pesadez del aire y me arrancó del torbellino de pensamientos sombríos. La sentí, una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.
Fue como si el mundo dejara de girar por un instante.
¡Isla!
Mi amiga. Mi hermana. Mi Guardiana.
De repente, un resplandor cegador estalló alrededor de mí, un círculo de luz azulada que desintegró la niebla y cegó a los cazadores que me mantenían cautiva. En ese instante, entendí: Isla había venido por mí.
Apareció entre el resplandor, envuelta en un manto de viento y estrellas, como si el mismo universo hubiera respondido a su llamada. Sus ojos brillaban con una determinación feroz, y en su rostro se reflejaba todo el amor que sentía por mí. Era la promesa de que no me dejaría caer.
—¡Amelia! —su voz resonó en mi pecho, clara y fuerte. —¡Estoy aquí!
No lo dudé ni un segundo. Ella era mi salvación.
Con un suave movimiento de sus manos, las cadenas que me mantenían prisionera se desintegraron como si nunca hubieran existido. Sentí el peso sobre mis muñecas desaparecer, y mi cuerpo, que había estado a punto de ceder, encontró la fuerza suficiente para mantenerse erguido.
—No voy a dejarte caer —dijo Isla, con lágrimas brillando en sus ojos. Su magia era pura, protectora, amorosa, diferente de todo lo que había sentido antes. Era la magia de un ser que luchaba por lo que amaba.
Cuando me sostuvo, el calor de su cuerpo me dio la energía que había perdido. No podía decir nada. Solo la miraba, intentando absorber la realidad de lo que estaba sucediendo. Y entonces, detrás de ella, una sombra apareció entre la oscuridad.
Era el Rey Alex. Montado sobre su caballo negro como la noche, con su espada de luz rasgando la atmósfera en un destello de poder. Él venía a ayudarme.
—¡Amelia! —gritó, su voz cargada de urgencia. —¡Tenemos que movernos!
¡Era mi oportunidad!
Isla y Alex me levantaron como si el peso del mundo ya no existiera. Huimos juntos, entre los árboles y las sombras de la batalla, mientras la magia de Isla nos rodeaba como un escudo impenetrable. La oscuridad intentaba alcanzarnos, pero la luz de su magia nos protegía, nos guiaba. Cada paso que dábamos, cada respiro que tomábamos, sentía como un juramento silencioso de que no me rendiría. No mientras ellos estuvieran a mi lado.
De repente, el viento trajo consigo una voz desgarradora, como un lamento del pasado, y el sonido de una amenaza que congeló el aire.
—¡Te encontraré, Amelia! —la voz de Isabela retumbó en la distancia, llena de furia y promesas rotas.
No miré atrás. Sabía que no debía. Ya no era la misma.
—No te detengas, Amelia —susurró Isla, su voz firme como un ancla.
Y entonces, lo entendí. No solo era mi magia lo que me mantenía en pie. Era mi gente, mi familia elegida. Alex, Isla, todos aquellos que creían en mí. La fuerza que me mantenía viva no era mía sola, sino que venía de los que luchaban junto a mí.
De repente, sentí el peso de la misión que me aguardaba. Aun con la luz que me rodeaba, sabía que esto solo era el comienzo. Isabela no iba a rendirse. Deysi no se detendría.
Pero yo tampoco.
Ya no era la niña perdida en el bosque, buscando respuestas. Ahora, tenía un propósito claro. Y el camino, aunque peligroso, ya no me asustaba.
Me levantaría una y otra vez.
Y esta vez, no estaría sola.
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Editado: 28.04.2025