El cielo apenas había empezado a aclararse cuando nos reunimos en el claro oculto. El fuego chisporroteaba tímidamente entre nosotros, proyectando sombras largas sobre el suelo, mientras Isla dibujaba en la tierra el viejo mapa del castillo.
—El sótano está protegido con magia negra —dijo, su voz cargada de gravedad—. No podremos entrar por la fuerza.
Alex, apoyado contra un árbol, cruzó los brazos y asintió.
—Conozco un pasaje olvidado. Se usaba cuando el castillo fue sitiado hace décadas. Está oculto bajo la fuente seca del jardín.
Mi corazón latía rápido. Mis verdaderos padres... mi pequeño hermano... todos seguían atrapados allí abajo, prisioneros de Deysi. No podía fallar.
—Si hay una mínima posibilidad de salvarlos —dije, con la voz temblando de determinación— entonces la tomaremos.
La noche aún nos envolvía cuando nos infiltramos en el castillo. Cada rincón estaba vigilado por sombras vivientes, criaturas creadas por la magia corrupta de Deysi.
Nos movimos entre las sombras, silenciosos como el viento, pero cuando llegamos a los jardines, la niebla empezó a espesarse de manera antinatural.
Entonces la vi.
Deysi emergió entre la niebla, su vestido negro ondeando como humo, sus labios curvados en una sonrisa cruel.
—¿De verdad pensaste que podrías entrar aquí tan fácilmente, niña estúpida? —su voz era como veneno en mis oídos.
Isla se puso delante de mí al instante, invocando un escudo de viento que nos protegió del primer ataque de magia oscura.
—¡Atrás, Amelia! —gritó.
Pero ya era tarde. Una ola de poder oscuro nos golpeó de lleno. Me aferré a mi magia como un náufrago a un trozo de madera. No podía perder aquí. No otra vez.
—¡No voy a permitir que sigas destruyendo mi mundo! —grité, liberando una ráfaga de luz que empujó a Deysi hacia atrás.
Por un momento, pensé que habíamos ganado. Pero Deysi solo se rio.
—No importa cuántas veces huyas… te encontraré. Te destruiré desde adentro.
Con un movimiento de su capa, desapareció entre la niebla, dejándonos con el eco de su amenaza.
Nos refugiamos en un santuario olvidado bajo el castillo, donde antiguamente se realizaban rituales de protección. Al entrar, una oleada de magia antigua nos envolvió. Espíritus de luz surgieron alrededor, flotando como fragmentos de estrellas.
—Has regresado, Hija de la Corona —dijeron con voces que parecían ser parte del viento.
—¿Quiénes… son ustedes? —pregunté, atónita.
—Guardianes de la Esperanza. Custodiamos el poder que ahora es tuyo.
Uno de ellos extendió las manos, entregándome una llave forjada en luz viva. Su calor me recorrió el cuerpo, llenándome de una fuerza que no sabía que poseía.
Isla sonrió, con lágrimas en los ojos.
—Amelia… es tu destino.
Apenas había tocado la llave cuando algo más me atrapó: un espejo, oculto entre las columnas rotas. La superficie reflejaba no mi imagen, sino dos futuros diferentes: uno donde la oscuridad consumía el reino… y otro donde la luz renacía.
Una voz surgió de dentro del espejo:
—Cada decisión es un hilo en el tapiz del tiempo. Elige sabiamente.
Mis piernas flaquearon. El peso de lo que veía me aplastaba.
—No quiero este mundo de oscuridad… —murmuré, sintiendo el llanto asfixiándome.
Isla me abrazó con fuerza.
—Tu futuro aún no está escrito. Nosotros estamos contigo.
Alex puso una mano firme en mi hombro.
—Confío en ti, Amelia. No estás sola.
Con una última respiración temblorosa, apreté la llave de luz contra mi pecho. No. No iba a rendirme.
Nos pusimos en marcha hacia el sótano. El aire se volvía más espeso, el castillo mismo parecía llorar con cada paso que dábamos. Y allí, frente a la puerta del sótano, nos esperaba la última barrera.
Un monstruo de sombra, nacido de los más oscuros temores, se alzó rugiendo.
Era gigantesco, con garras hechas de puro odio, sus ojos brillaban con hambre de destrucción.
Alex desenvainó su espada de luz.
—¡Hoy terminamos esto! —gritó.
Isla desplegó sus alas de viento, su espada brillando en su mano.
—¡Por la esperanza!
Y yo, con la llave de luz en alto, sentí el despertar definitivo de mi magia.
—¡Por mi familia… por nuestro futuro!
Corrimos hacia la oscuridad, juntos, sabiendo que esta era solo la antesala de la batalla final. Pero ya no teníamos miedo.
Ya no estaba sola.
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Editado: 28.04.2025