El cielo de Noveria se tiñó de rojo sangre, el presagio de lo que estaba por venir. Las fuerzas de ambos bandos comenzaron a reunirse, y todo el reino se preparaba para la batalla más grande de su historia. Desde las grietas del subsuelo, comenzaron a emerger las criaturas mágicas, majestuosas y salvajes, respondiendo al llamado que había resonado en sus corazones. Centauros, dríadas, grifos de alas doradas, hadas guerreras y dragones olvidados por la historia... todos habían llegado, convocados por mi voz, por mi sangre.
Montada sobre un corcel blanco de fuego azulado, mi mirada se dirigió al horizonte. Era como si el tiempo se hubiera detenido y todo el peso del reino descansara sobre mis hombros. A mi lado, Isla sostenía su báculo con determinación, lista para luchar, mientras que el Rey Alex, mi fiel protector, portaba su espada de luz, jurando dar su vida para defenderme.
Frente a nosotros, en la colina opuesta, Deysi se alzaba con su armadura oscura, una sombra que absorbía la poca luz que quedaba. Isabela, su aliada de las sombras, caminaba a su lado, invocando espectros y bestias de pesadilla que susurraban horrores en cada rincón de la batalla.
El aire estaba cargado de una tensión palpable, tan densa que parecía que todo iba a romperse de un momento a otro.
—¿Lista? —me preguntó Isla, su voz temblorosa, pero firme.
Miré la espada en mis manos, sentí la magia vibrando bajo mi piel, más viva que nunca. Todo lo que había pasado, todo lo que había sufrido, me había traído hasta este momento. Mis manos no temblaban. Mi corazón tampoco. Estaba lista para luchar por lo que era mío.
—Más que nunca —respondí, y mi voz resonó con un poder que no era solo mío, sino el de todas las generaciones de Noveria que vivían en mi sangre.
Sin más palabras, Deysi levantó su mano y lanzó el primer ataque.
La batalla comenzó.
Rayos de magia cruzaron el cielo como relámpagos, estallidos de poder sacudieron la tierra, y los gritos de guerra de los elfos y los bramidos de los dragones llenaron el aire. Cada golpe que recibía, cada hechizo que lanzaba, sentía como si me conectara con cada rincón de este mundo, con cada ser mágico, con cada pedazo de tierra que había sido olvidado. Luchaba no solo por mi reino, sino por mi identidad, por la herencia que me pertenecía por derecho.
A mi lado, Isla se movía como un torbellino de viento y luz, protegiéndome de las emboscadas que nos lanzaban. Alex, imparable, abría camino entre las sombras con su espada brillante, cortando todo lo que se interponía entre él y su misión.
En el centro del caos, la vi. Deysi.
Con sus ojos encendidos de furia, vino hacia mí, su odio palpable en cada uno de sus pasos.
—¡Deja de huir! —gritó Deysi, su voz cargada de ira.
Avancé hacia ella, mi mirada llena de determinación. No iba a retroceder. Ya no.
—No soy yo la que huye —respondí con fuerza—. ¡Eres tú la que siempre ha huido del amor que te ofrecieron!
El choque entre nosotras fue brutal. Magia contra magia, sangre contra sangre. Cada hechizo que lanzábamos era más que un ataque: era el eco de nuestro dolor, el grito de las mentiras y los secretos que habían definido nuestras vidas. Y mientras la lucha seguía, algo dentro de mí despertaba con más fuerza que nunca. No estaba sola. No esta vez.
La batalla rugía a nuestro alrededor, pero en mi interior sabía que esta era la última prueba. No solo luchaba por mi reino, luchaba por mí misma. Luchaba por el lugar que me había sido arrebatado, luchaba por la herencia que me pertenecía por derecho.
Y lo haría. Lo haría por mí misma.
Por Noveria.
Por todos aquellos que habían creído en mí.
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Editado: 28.04.2025