La batalla había terminado. O eso creíamos.
El campo de batalla estaba lleno de silencio, como si la tierra misma estuviera tomando un respiro, recuperándose de la violencia que la había sacudido. El polvo cubría mis ropas, mis heridas dolían, pero mi mirada estaba fija en Deysi, derrotada ante mis pies. Había sido un largo y arduo camino hasta este momento. La esperanza se mezclaba con el temor, y la gente de Noveria, las criaturas mágicas, Isla y Alex, se acercaban lentamente, cautelosos, con la mezcla de sentimientos que nacen de una victoria que no borra el sacrificio.
—¡Noveria tiene su Reina! —gritó Isla, sus ojos brillando con lágrimas, y su voz resonó como una verdad que atravesó las ruinas de lo que una vez fue.
Las criaturas mágicas, antes desterradas y olvidadas, emergieron del subsuelo. Los dragones alzaron sus alas al cielo, los elfos levantaron sus arcos, y las hadas guerreras comenzaron a danzar sobre el viento. Había vuelto la vida a este reino maltratado. Y entonces, tomé la decisión que estaba destinada a tomar desde el momento en que nací: subí al trono que me pertenecía.
Cuando la corona tocó mi frente, un rayo de luz atravesó el cielo nublado, iluminando todo Noveria. El renacimiento del reino estaba completo.
Pero, en ese mismo instante, sentí un susurro en la oscuridad, el último aliento de traición.
Desde el suelo, Deysi, aún moribunda pero llena de astucia, lanzó un último hechizo oscuro, directo a mi corazón.
—¡No! —gritó Alex, con un miedo palpable en su voz.
Sin pensarlo, se interpuso. La luz de su espada brilló un segundo ante de que el rayo impactara. El hechizo de Deysi atravesó su pecho, y Alex cayó de rodillas. La tierra tembló por un instante, y mi alma se partió en mil pedazos.
Isla corrió hacia él, su rostro reflejando el mismo dolor que sentí, mientras yo, con la rabia y el dolor quemándome por dentro, liberé todo mi poder ancestral. Un grito de pura magia rasgó el aire, y el hechizo de Deysi se anuló. Pero la victoria tuvo un precio.
Alex yacía herido de gravedad.
Caí de rodillas junto a él, tomando su mano en la mía, con la desesperación a punto de ahogarme.
—Lo lograste —susurró Alex, su respiración entrecortada, pero una sonrisa débil iluminaba su rostro—. Eres la Reina que este mundo necesitaba.
Mi corazón se rompió. La guerra había terminado, sí, pero el precio había sido demasiado alto. Me levanté con dificultad, mi alma rota pero decidida. Miré al pueblo, a las criaturas mágicas, a los sobrevivientes. Miré a Isla, que estaba al lado de Alex, luchando por mantenerlo con vida. Miré al cielo despejado, donde la luna comenzaba a alzarse en todo su esplendor.
Sabía que había ganado, pero también sabía que las cicatrices de esta guerra no sanarían fácilmente. Las sombras de la lucha quedarían marcadas en cada rincón de Noveria, en los corazones de todos los que habían luchado, caído y sobrevivido. Pero en mi alma, una verdad se asentó: este no era el final. Era solo el comienzo de un nuevo capítulo.
Mi primer decreto como Reina no fue sobre poder o castigos. No sobre venganza ni recompensa. Fue un juramento de memoria. De nunca más olvidar a los caídos, a los perdidos, a los sacrificados. Mi corazón estaba en el recuerdo de todos los que habían luchado por este reino, y mi deber era reconstruir un mundo donde nadie, nunca más, sería dejado de lado como lo fue Deysi.
Con un profundo suspiro, levanté la corona entre mis manos, mi alma llena de gratitud y dolor. La luna brillaba en el cielo despejado mientras la colocaba sobre mi cabeza.
Era el renacimiento de Noveria, pero también el mío. La Reina había encontrado su propósito. Y, mientras todos celebraban la victoria, algo aún más importante ocurría.
La magia de Noveria seguía viva, y con ella, la conexión con aquellos que habían sido parte de mi vida.
De repente, como si el viento hubiera susurrado un mensaje, vi a Isla mirando al horizonte, sus ojos buscando algo más allá de la batalla. En sus ojos vi la misma desesperación que yo había sentido al perder a mis seres queridos. Entonces, vi cómo su rostro se iluminaba con la esperanza. A lo lejos, aparecieron figuras conocidas: sus padres.
Isla corrió hacia ellos, y en ese momento, todo se detuvo. Las lágrimas cayeron de sus ojos, y sus brazos rodearon a su madre y a su padre. La familia que había perdido se había reunido de nuevo. Yo observé, mi corazón lleno de amor por la magia que traía vida incluso en los momentos más oscuros.
Y luego, como si todo el universo estuviera alineándose, sentí una cálida presencia a mi lado. Cuando miré, vi a mis padres adoptivos, aquellos que me habían amado como si fuera su propia hija. Ellos también estaban allí, entre los sobrevivientes. Mi madre adoptiva sonrió, sus ojos llenos de orgullo, y mi padre adoptivo me abrazó con fuerza, sin palabras, porque sabíamos que no eran necesarias.
A lo lejos, vi a Aron y a mis hermanos, acercándose, con sonrisas llenas de alivio y amor. Mi familia, mi verdadero refugio, estaba allí, en el mismo espacio que yo, y nada importaba más que eso.
Noveria había encontrado a su Reina, y la Reina había encontrado su hogar, su propósito y su familia. Y en esa última noche, bajo el cielo estrellado, con el reino finalmente en paz, sabía que, por primera vez en mi vida, todo estaba en su lugar.
Ahora, el reino estaba listo para renacer. Y yo, como su Reina, nunca olvidaría la batalla que nos trajo hasta aquí.
Fin
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Editado: 28.04.2025