Aparecieron ante la puerta de la cueva donde se podía ver brillar una luz azulada en el interior. Fernando observó aquello sintiendo cómo todo su valor se desboronaba a sus pies.
No le gustó nada aquel sitio pero sabía que no tenía opciones. Había dado su palabra y él era hombre de honor. Jamás faltaría a su propia palabra. Suspiró profundamente antes de adentrarse a ese misterioso lugar donde lo esperaban quién sabe qué peligros desconocidos.
Volvió a mirar a Elena para sentir que recuperaba algo de valor. El sol la envolvía por completo logrando que toda ella brillase con luz propia.
Tan bella, tan indefensa, tan sola y tan peligrosa. No le gustaba nada el poder que ella ejercía sobre su persona. Sonrió con dulzura y aquello hizo estragos en su cuerpo ya que él no era de piedra.
— Aquí te esperaré Fernando — dijo con voz hipnótica
— Claro — se escuchó responder sumisamente y se odió por ello.
Volteó para no seguir mirándola y humillándose. Instantes después se alejó de su lado adentrándose a esa misteriosa cueva azulada.