La Prisión Sin Muros

Paris

En las entrañas de la tierra donde la oscuridad más absoluta reinaba, se alzaba una celda cuyos barrotes de rojo escarlata relucían un brillo intenso. En medio de una franja de tierra firme similar a una isla se encontraba la jaula escarlata en cuyo interior yacía Paris, el bello rey de la deslumbrante ciudad que una vez fue conocida como Troya.

Su negra cabellera se apelmazaba  en su nuca pero brillaba como si acabade de lavarsela, lo mismo que su piel blanca como la leche. Efectos del conjuro de la jaula misma y del lugar donde había sido confinado por su enemigo Menelao luego de haber perdido la guerra.

Sabía que varios dioses le dieron la espalda ya que desaprobaron su accionar pero ¿Qué pudo hacer él? Se había enamorado de la mujer equivocada pero la habia amado con todo su ser y ella le hubo correspondido. Fue la mejor dicha jamás experimentada.

En esos instantes el recuerdo de Elena era lo único que lo mantenía cuerdo, la esperanza de volver a verla y a sentirla temblar entre sus brazos era lo que le daba fuerzas para seguir adelante, aguantando aquel cautiverio eterno.

Ya había dejado de intentar abrir la puerta de la jaula escarlata porque las veces que lo había intentado su cuerpo lo pagó y con creces, los intensos dolores se prologaron por casi meses. Aquello resultaba imposible.

Alrededor de la diminuta isla se extendía un oscuro lago cuyas traicioneras aguas parecían calmadas pero cuando algo caía las inquietaban y de su interior más profundo emergían brazos con garras que rasgaban las orillas de la isla donde él estaba.

Escuchaba rugidos monstruosos e infernales provenientes del interior de esas aguas. No sabía qué clase de criaturas yacían debajo pero lo que sí sabía era que no eran nada amistosas.

Paris supo el instante preciso en que su amada recuperó la memoria perdida y aquello lo colmó de dicha. Supo que ella lo recordó y que se disponía a buscarlo sin cesar mientras si limitada libertad se lo permitiera. 
— Elena, algún día volveremos a estar juntos mi amor — decía en un susurro — Búscame por favor

Sus pensamientos estaban conectados desde que ella recobró la memoria alentándolos a seguir soportando el martirio de la separación forzosa. 
— Paris — escuchó el jóven rey a su amada susurrar en su mente — No te preocupes mi amor, no descansaré hasta encontrarte y liberarte

Paris cerró los ojos para poder retener su dulce voz el tiempo que le fuera posible. Respiraba entrecortado pero sabía que él feliz encuentro se acercaba cada vez más.

— Elena, mi amor — murmuró el jóven una y otra vez. Las aguas oscuras se agitaban de tanto en tanto permitiendole ver moverse algo bajo las mismas. Parecían ser sirenas y tritones pero él no estaba seguro.

Jamás emergían al exterior de forma completa, solo sus brazos y temibles garras que lo perforaban todo.

¿Quiénes podrían ser en verdad aquellas criaturas? Paris siempre sintió curiosidad pero por más que intentó hablarles siempre recibió feroces rugidos del interior de las oscuras aguas. Con el tiempo renunció a todo intento por comunicarse con criaturas monstruosas como ellas.

 




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