La Prisión Sin Muros

El Palacio De La Sabiduría I

La entrada al palacio de la sabiduría se alzaba ante ellos con majestuosa magnificencia. Fernando tocó el portón e inmediatamente se abrió de par en par. Del interior solo salía una oscura y densa niebla que lo cubría todo y envolvía los pies de Elena y Fernando

— Buena suerte Fernando — dijo la muchacha
— Volveré, te lo prometo
— Lo sé — dijo ella con una alentadora sonrisa.

Fernando tomó aliento y se encaminó al interior del Palacio sintiendo un frío congelante circular por todo su cuerpo. La puerta se cerró detrás suyo al instante que este traspasó el umbral. Ya estaba dentro, no tenía más opción que seguir avanzando.

APOSENTOS DE ATENEA

Atenea contemplaba al intruso a través de un espejo mágico, jóven, muy buen mozo, elegante y decidido. Hacia tiempo que no veía un hombre humano así, un deleite para su vista.

Pero supo al instante que pertenecía a Perséfone, frunció el ceño molesta. La diosa del Inframundo le ganó de mano, no era ninguna tonta. Su interés desapareció de la misma forma en que surgió.

Sin embargo ese humano se disponía a entrar en sus dominios, molesta por tener a alguien digno de ser su sirviente y a su vez no poder atarlo a ella ordenó a una de sus sirvientes interceptarlo.

— Enfréntalo y exigele una explicación — Ordenó la diosa — Pregúntale todo lo necesario
— Si mi señora — contestó la muchacha haciendo una reverencia y desapareció en el aire.

La diosa seguía contemplándolo muy interesada, algo podría obtener de ese humano seguramente; si se había atrevido a entrar a sus dominios significaba que andaba en busca de información. Sonrió divertida

— Nada es gratis y menos si se trata de algún humano ¿Qué estás dispuesto a darme a cambio de la información deseada? Ya veremos qué tan lejos puedes llegar...Fernando

INTERIOR DEL PALACIO

A medida que iba  adentrándose en el interior de semejante fortaleza, su corazón latía como un tambor.

Aquel sitio era extrañamente enigmático, no tenía idea por dónde iba ni hacia dónde se dirigía. Solo sabía que debía encontrar algo que le facilite las respuestas necesarias a los múltiples interrogantes de Elena.

Pero no pudo avanzar más ya que  una lanza se clavó frente suyo deteniéndola subditamente. Fernando miró hacia arriba, en dirección al sitio por dónde vino la lanza.

— No podrás pasar — escuchó a una voz femenina decir — Tendrás que enfrentarte a mí primero — Luego la muchacha llegó, desde las alturas al suelo cerca de la lanza — Tómala — ella sujetaba otra en su mano derecha mientras la movía en círculos en el aire

— ¿Por qué? — preguntó Fernando — ¿Qué es lo que intentas conseguir? — la muchacha nada dijo limitándose a seguirlo con la mirada — No tengo intensión de enfrentarme a tí — continuó diciendo — A menos que me des una buena razón para hacerlo

Pero la muchacha le lanzó un brusco e inesperado ataque con su lanza arrojándolo al suelo varios metros más allá

— ¿Ésto te parece un buen motivo extranjero? - le preguntó ella — ¿Suficiente razón para tí será conservar la vida? — y volvió al ataque pero ésta vez el jóven rodó lejos de allí y consiguió colocarse de pie. La muchacha había clavado la lanza en el suelo donde él estuvo tan solo unos segundos antes.

Respirando entrecortado miraba aquello, de no haber tenido buenos reflejos ella bien podría haberle atravesado el pecho con esa arma.  Sujetó la lanza que ella le había tirado antes de presentarse

— Veo que no me dejas otra opción doncella — dijo él mientras quitaba la lanza del suelo. Ella hizo lo mismo — ¿Puedo saber al menos por qué nos tenemos que enfrentar?

— Estás en los dominios de Atenea, nadie osa entrar aquí sin previa invitación de la diosa y vive para contarlo.

Fernando suspiró hondo, otra diosa más. Sabía que algunas eran un poco molestas pero aquello empezaba a fastidiarlo en serio.

Comenzaba a odiar a las diosas mujeres en verdad. Pero ¿Qué otra cosa podría hacer? Al menos de momento seguirles el juego hasta lograr librarse de una vez por todas de ellas. No tenía elección

¿Cierto? Pero no pudo seguir meditando aquello ya que la muchacha lo volvía a atacar con mayor ferocidad en esta ocasión forzándolo a defenderse repentinamente.

Los dos demostraron tener grandes destrezas en el combate cuerpo a cuerpo ya que sus armas lanzaban chispas al entrechocar una contra la otra.

— ¿Por qué viniste aquí? — le preguntó la muchacha no bien recuperó el aliento — La diosa Atenea no acepta la presencia de ningún humano aquí ¡Mucho menos de un hombre! — esto último lo dijo asestándole un fuerte golpe que lo dejó tambeleándolo — ¡Responde!

— Vine a buscar algo — respondió Fernando como pudo. Ella sabía combatir — Solo necesito obtener unas cuantas respuestas nada más — La muchacha logró tumbarlo y apuntándolo con la lanza finalizó el combate — Eres buena en esto, muy buena — continuó Fernando — Pero es cierto lo que dije, necesito obtener algunas respuestas

— ¿Sobre qué? 
— Tengo que saber dónde se encuentra una persona en concreto que desapareció
La diosa Atenea le ordenó a su súbdita alejar el arma del humano y ésta así lo hizo.

— Puedes levantarte — dijo la muchacha tras escuchar en su mente la voz de la diosa — ¿Qué es exactamente lo que deseas saber humano? — Fernando se incorporó velozmente y antes de responderle tomó aliento

— El rey de Troya, llamado Paris, desapareció luego de que su ciudad fuese destruida. Quisiera saber dónde se encuentra ahora?

— En el Inframundo — dijo la muchacha despreocupada
— No es así, ya estuve allí y supe que sigue vivo. Es un inmortal
— Ve por el sector derecho del Palacio — le indico la muchacha — Busca la piedra dorada, con ella conseguirás obtener la respuesta que buscas

— Gracias, en serio gracias
— No me agradezcas a mi — dijo ella con desdén — Es el deseo de Atenea que diga esto

Fernando contempló a la joven estupefacto, era leal a la diosa al extremo de vivir solo para servirla. Sin perder más tiempo que el necesario tomó la ruta que le fue indicada y se alejó de allí.




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