La Prisión Sin Muros

El Palacio De La Sabiduría II

Busca "La Piedra Dorada" le había dicho esa extraña muchacha luego de intentar acabar con él ¿Qué sucedía con esa gente? ¿,Por qué lo atacó si tan solo quería saber qué hacía allí?

Habría sido mucho más fácil preguntar que atacar. Fernando estaba verdaderamente molesto. Fabricio era el culpable de todas sus desgracias, si él no lo hubiese encerrado en esa oscura prisión de tierra sin fondo no estaría en estos momentos sumergido en medio del caos, debiendo favores a todos. Suspiró hondo y profundo ¿Qué podía hacer? Nada.

A medida que el adentraba en el inmenso palacio, sus pensamientos vagaban sin cesar. Su bella esposa volvía a invadir su mente y el anhelo de recuperarla lo alentaba a seguir más el echo de liberar a su hijo de las garras de su cruel hermano le terminaba de brindar las fuerzas necesarias.

Pero sus pensamientos fueron interrumpidos al entrar en un sector donde los vientos tenían formas visibles. Parecían almas en pena que deambulaban por allí sin consuelo alguno, sus rostros tristes y sus gemidos melancólicos conseguían que a él se le colocase la piel de gallina.

Aquellas figuras deambulaban por doquier como almas en el río del Inframundo sólo que aparecían y desaparecían al instante. Todas las figuras tenían formas de hombres, no había ninguna mujer allí. Un ligero escalofrío le recorrió el cuerpo a Fernando al percatarse de este echo pero prosiguió su camino.

Salían de las paredes para perderse en el interior del techo o del suelo y viceversa. Aunque intentaban sujetarlo sus manos no llegaban a él, traspasaban su persona sólida. Breves y sueltas palabras le llegaban a sus oídos:

— Detente
— No sigas
— Cuidado
— Ayúdanos
— Liberamos
— Desconfía
— Es traicionera
— Te atrapará
— Observalo todo
— No te rindas
— No es lo que parece ser

Fernando aumentó la marcha cerrando sus ojos e intentando no oirlos gemir ni prestarles atención, aquello resultaba ser muy desalentador pero sabía que debía seguir avanzando.

Desde que salió de la prisión en la que lo encerró Fabricio supo que sus opciones habían sido anuladas. Por fin pudo llegar a la puerta en cuyo umbral se levantaba un hechizo que evitaba a las almas en pena salir de su confinamiento.

Cuando lo hubo cruzado los sonidos, gemidos y quejidos desaparecieron como así también aquellos espectros espeluznantes. 

Una luz dorada lo invadió reconfortándolo completamente y haciéndolo entrar en calor. Había estado más frío que un cubo de hielo.

La habitación donde había llegado era dorada al completo, en su centro se alzaba un altar en cuyo interior yacía un topacio del tamaño de una pelota de fútbol. Amarillo transparente brillaba con gran intensidad.

— Bienvenido jóven — escuchó decir  a una mujer — Soy Atenea, la soberana de este lugar — frente suyo se fue corporizando la diosa de negra cabellera y ojos azules oscuros con blanca tez de porcelana. Vestía un blanco vestido largo de fiesta con un discreto escote y mangas cortas. Realmente era bella, digna de ser una diosa — Te he estado esperando

— Atenea — murmuró Fernando algo incómodo — Vine en busca de información
— ¿Estás dispuesto a correr el riesgo? - quiso saber ella — No suelo dar información a quien no es digno de merecer la
— ¿Y como evalúas eso?

Ella le mostró la puerta falsa situada a su izquierda, el hueco de la puerta era lo suficientemente alto y ancho para que un hombre robusto pueda colocarse allí.

— Párate en el centro de esa abertura — le indicó ella — Si eres honesto y mereces obtener las respuestas doradas lo sabré

— ¿Si lo soy, qué sucederá?
— Nada, podrás preguntar cuánto gustes y la piedra dorada te sabrá responder

—¿Y si no lo soy?
— Tu cuerpo se desintegrara y tu espíritu se unirá a los demás en el pasillo de las almas perdidas

— ¿Eternamente?
— Eternamente, mientras yo así lo desee
— ¿Algunos de ellos pudieron...recuperar su libertad?

— Si
— ¿Y los liberarías a todos?
— No
— ¿Por qué?

— No debo ni quiero responder a esa pregunta. Ahora ¿Estás dispuesto a pasar la prueba?
— Si

Fernando se colocó en el sitio indicado por la diosa y cerró los ojos. Solo sintió un cosquilleo recorrerle todo el cuerpo durante unos cuantos minutos.

Cuando aquello desapareció el jóven abrió los ojos y contempló a Atenea quien lo miraba con una enigmática sonrisa
—¿Listo?
— Si

Él se miró el cuerpo comprobando que seguía intacto. Luego suspiró hondo y profundo. Estaba aliviado.

—Vaya — exclamó suspirando 
— ¿Qué deseas saber? — Fernando se acercó a ella con sus pensamientos a full, tenía tantas cosas que preguntarle qué de golpe no sabía por dónde empezar — Por lo visto ésto será largo. Tómate tu tiempo

Fernando sabía lo que debía averiguar, tenía que preguntarle sobre el paradero de Paris ya que Elena confiaba en él. Sabía que estaría aguardando ansiosa su respuesta. Pero...¿Por qué entonces no decía nada?

Sencillo. En su mente se hubo formulado otro interrogante, uno que su propio corazón anhelaba conocer más que cualquier otro asunto. ¿Por qué motivo Fabricio, su gemelo, le hizo aquello?

¿Cómo era posible que estuviese vivo si todos, él incluído lo creían muerto? ¿Qué ocasionó aquel repentino cambio en su hermano?

Aquel torbellino giraba en su interior confundiéndolo por completo, la angustia lo estaba consumiendo. Desde que fue encerrado en esa oscura prisión por su gemelo hasta el presente sentía que su corazón iba resquebrajandose. Fabricio, su bella esposa y su amado hijo. Los extrañaba tanto, añoraba aquellos momentos felices y tranquilos.

Repentinamente la luz dorada que provenía del interior de la Piedra comenzó a brillar con mayor intensidad. La diosa sonrió y lo miró profundamente antes de decir: 
— Tus preguntas serán respondidas, mira la piedra con atención
— Pero...si aún no pregunté nada
— Ya lo hiciste, tu corazón formuló varios interrogantes




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