La Prisión Sin Muros

La Cueva Oscura I

Fernando caminó varios kilómetros antes de llegar a destino, atravesó el bosque entero contemplándolo tanto bajo los rayos del sol como a plena luz de la luna.

Fue testigo del cambio que en aquel se producía ya que parecía tener dos fases diferentes. A plena luz diurna era algo hermoso y encantador, pero cuando la noche aparecía se tornaba aterrador y sombrío.

Las criaturas que vivían allí eran más peligrosas en las oscuras noches. Sin embargo Fernando pudo atravesarlo sin problemas, así llegó a las cercanías de la Cueva Oscura.

El lugar tenía el aspecto de un cementerio, la neblina se asemejaba a una marea oscura que cubría todo lo que se encontraba en el suelo.

Sobresalían esculturas de personas intentando huir de allí sin lograrlo, sus rostros reflejaban el terror que sentían.

A Fernando se le erizaron  los bellos de la nuca ya que esas esculturas parecían personas auténticas convertidas en piedra.

Bajo sus pies crujían huesos y hojas secas a medida que iba avanzando por el lugar. La oscuridad era casi total, la pálida luz lunar iluminaba escasos detalles de aquel tétrico escenario.

A lo lejos divisó la entrada que descendía bajo tierra, directamente al corazón de la misma. Fernando apresuró la marcha ya que estaba ansioso por concluir aquella travesía de una vez por todas.

Rugidos fantasmales llegaban a sus oídos arrastrados por el viento, ecos de sollozos atravesaban su mente incomodándolo aún más de lo que ya estaba.

Cuando estuvo frente a la puerta pudo ver cómo el camino se perdía bajo tierra a lo lejos bajo la oscuridad del lugar.

El frío congelante lo envolvía, éste procedía del interior de la cueva en sí. Escuchaba gritos y rugidos como ecos venir de allí dentro, dónde los rebeldes que negaron la grandeza de Poseidón fueron encerrados por toda la eternidad en una esclavitud perpetua.

Será muy difícil conseguir su propósito pero no imposible. Tomó aliento y se hubo adentrado al corazón de la cueva siendo devorado por las penumbras de la misma. Después de todo, el que no arriesga nunca gana.

El viento lo golpeaba con toda su fuerza como queriendo arrojarlo fuera de allí, llegó un momento en el cual el viento se calmó convirtiéndose al fin en una suave y reconfortante brisa.

Las antorchas se iban encendiendo a medida que él iba atravesando aquel camino confuso. Las oscuras rocas tenían relieves profundos, el suelo arenoso ocultaba restos humanos y de extrañas criaturas que perecieron tiempo atrás allí dentro.

Llegó un momento en el cual el camino de tierra terminaba y frente suyo tenía un lago oscuro en cuya otra orilla proseguía el sendero negro. Contempló a su alrededor en busca de alguna balsa que lo ayude a cruzar pero nada pudo encontrar.

Arrojó una piedra a las aparentes tranquilas aguas pero ésto provocó tumultos bajo las mismas. Se veía la forma en que empezaron a agitarse hasta que de sus profundidades emergió un monstruoso ser mitad hombre y mitad pulpo.

Desde su cintura hacia arriba tenía la forma de un hermoso y juvenil jóven de negra cabellera sedosa y verde mirada cargada de frialdad. Pero la parte inferior de su cuerpo tenía forma de pulpo con gruesos y gigantescos tentáculos.

Tras mirarlo la criatura marina abrió la boca de un rugido. Fernando observó que la misma se iba agrandando cada vez más, mucho más de lo que cualquier humano era capaz de hacer y varios afilados dientes emergían.

Su rugido se estrelló en las sólidas rocas del lugar lanzando ecos hacia todas partes. Fernando sacó de su bola la soga dorada y la arrojó al cuello de la criatura, que forcejeó en monstruosos intentos por soltarse sin conseguirlo.

Se sumergió en las oscuras aguas profundas pero tuvo que salir a flote nuevamente debido a la soga que lo aprisionaba. No conseguía huir y al intentar atacar al humano que lo capturó su cuello y sus manos padecían intensos dolores como si estuviesen siendo quemados por el mismo fuego.

Entre sus rugidos escuchó la voz de aquel ser, era una voz gruesa y estruendosa.
— ¡Maldito humano! ¡Déjame! ¡Me estás dañando y nada te hice! 
— ¡No lo haré! — le esperó Fernando.

La criatura volvió a rugir rasgando el aire con sus afiladas garras que habían crecido varios centímetros. El odio con que miró a Fernando era intenso.

— ¡Me la pagarás humano!
— Quiero pasar al otro lado y tú me ayudarás. ¡Te guste o no!

La criatura de las oscuras aguas tomó impulso y arrancó a Fernando del suelo, elevó por los aires y formando un arco lo arrojó al suelo de la otra orilla donde sintió crujir todos sus huesos.

Quedó sin aliento unos breves instantes pero pudo recuperarse velozmente. La soga dorada soltó el cuello de la criatura marina para volver a enroscarse en las manos de Fernando quien la guardó nuevamente en la bolsa.

El monstruo tenía el cuello adolorido y de un color rojo carmesí, lo miró con profundo odio y resentimiento durante unos segundos antes de sumergirse y desaparecer.

Las oscuras aguas volvieron a calmarse, como si nada hubiese ocurrido. Fernando se incorporó, sacudió la tierra de sus ropas y tras sujetar la bolsa prosiguió la marcha.

 




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