La Prisión Sin Muros

La Cueva Oscura II

Fernando siguió adentrándose más y más en aquella oscuridad sin conocer los peligros que ocultaba, ni las criaturas que permanecían encerradas allí.

Al cabo de un par de horas de caminar comenzó a sentir un extraño perfume flotar en el ambiente. Un repentino cansancio se fue adueñandose de todo su cuerpo, sus pasos volvieron lentos.

Llegó a sujetarse en la pared rústica por temor a perder el equilibrio, el mareo amenazaba con noquearlo pero no lo permitió. Respiró bocanadas de aire para darse ánimos y siguió andando.

Transcurrida una media hora más, Fernando no pudo proseguir  avanzando. Tenía que descansar un rato o lo Lamentaría. La visión se le nublaba de tanto en tanto.

Cuando se sentó y apoyó en la pared, sus párpados se fueron cerrando. No supo en qué momento perdió la conciencia tras caer dormido.

En ese instante emergieron del interior del suelo de tierra y de la pared, en dónde permanecía apoyado, lianas marrones y lo fueron envolviendo por todo el cuerpo hasta amarrarlo por completo.

Luego apareció una luz roja, envolvió su cabeza sujetando sus dientes con intensidad. Esa luz fue cobrando mayor intensidad y brillo a medida que introducía en la mente del jóven pesadillas con proporciones reales.

Agitado por aquellos nefastos sueños, Fernando respiraba entrecortado intentando moverse sin lograrlo, sudaba por cada poro de su piel.

La luz roja fue ocupando toda su cabeza transformando se en una masa sólida con forma de casco.

El brillo rojo fue expandiéndose por todo el lugar y de la tierra fueron surgiendo flores rojas que despedían aquel polen cuyo aroma dulzón generaba en quien lo respiraba sueño.

Aquel que se quedaba dormido allí era absorvido por las raíces de esas flores alimentando así su energía y poder. Todo el sendero oscuro se cubrió de esas flores rojas cuyos pétalos se abrieron y brillaban con gran intensidad.

En sus oscuros sueños, Fernando estaba atrapado en el interior de una jaula y por más que lo intentaba no conseguía salir de esa prisión, que a su vez permanecía sujeta a una gruesa cadena y pendía en el aire.

Debajo suyo se veía un monstruo negro en forma de viscosa materia  cuya boca tenía múltiples y afilados dientes. Lentamente la cadena se alargaba más para ir acercando la jaula y su presa hacia la boca del oscuro monstruo.

Gritaba pidiendo ayuda pero nadie acudía, la oscuridad se iba aproximándose cada vez más a él. No recordaba en qué momento fue atrapado allí ni cómo. Lo último que recordaba era caer dormido en medio del sendero oscuro por dónde circulaba.

La puerta permanecía cerrada con llave y él no tenía la bolsa blanca donde estaba la llave de onix azúl ¿Cómo saldría de esa?

Arañaba los barrotes con desesperación pero solo consiguió lastimarse las uñas y los dedos. ¿Moriría allí? ¿Aquel sería su final?

Lo hubo intentado todo pero nada resultó, la jaula seguía intacta y la cercanía del monstruo era cada vez más atroz. Podía sentir el putrefacto aroma del interior de la boca del monstruo.

Estuvo a punto de darse por vencido cuando la voz de su amada esposa resonó en el lugar y una intensa luz blanca apareció de la nada fuera de la jaula flotando en el aire.

— Fernando, Fernando ¿Acaso piensas renunciar luego de haber llegado tan lejos? ¿Dejarás a nuestro hijo perecer por capricho de Eros, la diosa de la discordia? ¿Permitirás que Fabricio sufra el resto de su vida por causa del veneno de aquel fruto prohibido?

El joven se acercó a la luz y extendió su brazo a través de los barrotes para que la luz blanca acariciara su mano y muñeca. La cercanía de su esposa lo reconfortaba.

— Despierta — susurró — No es real, nada de lo que ves aquí lo es.
— ¿Nada de ésto es real? — preguntó incrédulo — Nada lo es. Absolutamente nada — Sentenció con más convicción — ¡Nada es real!

Tanto la jaula como el monstruo y la cadena se fueron derritiendo como si estuviesen hechos de cera y el fuego lo destruyese todo. La luz blanca lo envolvió arrancandolo de allí.

Fernando abrió los  ojos agitado, la coraza roja que cubría su cabeza comenzó a quebrarse hasta que se hubo roto en mil pedazos. Las lianas marrones que lo sujetaban repentinamente volvieron a sumergirse en la tierra y en el interior de la pared.

Las flores rojas se marchitaron y murieron junto con el peculiar aroma dulzón que despedían. Se incorporó inmediatamente, observó el sendero con flores marchitas y huesos de personas.

Prosiguió la marcha hasta llegar a la otra orilla. En ésta ocasión todo giraba en círculos, en el centro se podía ver una isla sobre cuya superficie estaba la jaula con Paris dentro. Las aguas que rodeaban el lugar se agitaban continuamente.

Fernando pudo ver a varios monstruos marinos bajo las mismas, sirenas y tritones emergían para lanzarle crueles rugidos y volver a sumergirse otra vez.

El prisionero Paris se incorporó de inmediato y sujetando la jaula comenzó a gritar pidiendo ayuda. Fernando tenía que descubrir el modo de llegar a él sin ser capturado por los tritones ni las sirenas.

— ¡Ayúdame! — gritaba Paris
— ¡Por eso estoy aquí! — le contestó Fernando — ¡No te preocupes más! ¡Te sacaré de allí! ¡Ya lo verás! — luego pensó "aunque todavía no se cómo".




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