Las aguas se movían agitadamente a medida que él se acercaba a ellas. De repente un tritón emergió de las profundidades para lanzarle arañazos al aire.
Rugía mostrándole sus afilados colmillos y sus garras que se clavaron en la orilla desgarrando la tierra. Se trataba de una bestia salvaje, el torso era de color blanco y aunque la apariencia era de un joven humano facciones terroríficas no lo eran su cola de pez que se movía causando grandes revuelos en el lago.
Era evidente que ese monstruo deseaba morderlo y comerlo de ser posible. Extrajo del interior de la bolsa blanca el collar dorado que le regaló Atenea. Suspiró hondo tras rogar que funcione.
Lo lanzó con seguridad, consiguiendo que se colocará justo en el cuello del tritón. La criatura rugió, se llevó las manos al cuello e intentó arrancarselo.
Se movía alocadamente sumergiéndose al lago para emerger al instante, gritaba alborotando lo todo. Saltaba y caía en picada al lago nuevamente.
Cuando el collar comenzó a oscurecerse el tritón fue perdiendo energías y agotándose. Las demás criaturas marinas se alejaron del lugar con gran temor dejándolo solo.
Respirando entrecortado fue saliendo del lago solo a medias, por lo tanto su cola de pez seguía en él. Tocía como si se hubiese atragantado con algo. Instantes después la criatura marítima clavó su dura mirada en el humano causante de tal martirio.
El odio se reflejaba en sus facciones.
— ¿Qué quieres de mí, humano?
—Me llevarás a la isla y luego nos traerás a ambos — se limitó a decir Fernando.
— ¿Por qué lo haría?
— ¿Quieres que te quite el collar?
Como respuesta el tritón lanzó un rugido bestial que desgarró el ambiente. Fernando sacó la soga dorada y lo amarró. Ésto provocó nuevos revuelos en la criatura, aunque su fuerza disminuyó aún más. Por tal motivo Fernando no tuvo inconvenientes en sujetarlo.
—¡Te mataré! — gritó el tritón — ¡Juro que lo haré!
— No, no lo harás — repentinamente el joven tuvo una idea. Sabía que esa soga podía extenderse tanto como él lo desease y jamás se rompería.
Sacó la llave de onix azúl y se la entregó al tritón diciéndole dúramente:
— Llévatela al prisionero y en cuanto haya salido de la jaula tráelo aquí.
El tritón tenía la soga dorada amarrada en su cintura y sentía que le quemaba todas las entrañas. Agarró las llaves y se sumergió en el lago para aparecer instantes después en la isla. Fernando fue testigo del momento en que Paris sujetaba la llave azúl y abría la puerta de la jaula donde estaba confinado.
El príncipe de Troya fue sujteado por el tritón quien lo sumergió en las oscuras aguas por dónde fue conducido hasta la otra orilla. Las demás criaturas se mantenían alejadas ya que la presencia poderosa de aquella soga dorada que aprisionaba al tritón los espantaba.
Sin embargo se mostraban furiosos ante la mirada de París. Poseidón los confinó ahí por no reconocerlo como Dios sobrenado de todos ellos, sin dignarse a escucharlos.
Tampoco aceptó verlos en libertad en ningún momento. Paris contemplaba a esas criaturas y tras haber padecido aquel confinamiento él también comenzaba a entenderlos.
Comprendía el motivo por el cual se mostraban tan rebeldes y crueles con cualquiera. Había veces en las que los dioses eran inflexibles y muy injustos.
El joven podía respirar bajo las aguas gracias al tritón que lo protegia con sus poderes especiales. Cuando llegó a la otra orilla sintió la tan ansiada libertad.
Fernando cumplió la promesa y liberó al tritón quitándole el collar que recuperó su brillo dorado al instante y la soga. El tritón se sumergió al segundo siguiente sin atreverse a asomarse siquiera.
Luego Paris le devolvió la llave azúl pero ante sus ojos ésta desaparecía para reaparecer nuevamente en el cofre de plata situado bajo el océano. Éste se cerró nuevamente quedando así bajo la custodia de las letales y bellas sirenas.
Fernando le entregó al joven Paris el relicario que Elena le hubo dado y brevemente le relató su historia y el motivo de su llegada allí. Aquel objeto brilló tanto que su luz los envolvió a los dos y los transportó a la puerta del sitio donde Elena se encontraba prisionera
Paris pudo abrir la puerta desde fuera con fascilidad, consiguiendo así romper el conjuro que mantenía a su amada prisionera, aislada y encerrada. Fernando fue testigo del re-encuentro de los amantes sintiéndose al fin aliviado por el deber cumplido.
Paris y Elena pudieron juntarse otra vez y en ese momento se prometieron no separarse jamás. Ya nadie conseguiría alejarlos el uno del otro.
Los dos se volvieron para agradecerle a Fernando su valiosa ayuda, el muchacho sonrió sin decir nada más que lo siguiente:
— No se alejen el uno del otro y procuren disfrutar de cada instante de vida.
—Así lo haremos — dijo Paris
—Gracias de nuevo — contestó Elena.
Los dos enamorados se dirigieron a la ciudad más cercana, se mesclarían con los humanos del presente y se adaptarían a las nuevas formas de vivir de esa época. Podrían ir aprendiendo juntos, total tenían la eternidad por delante para intentarlo.
El final de la historia de amor de Elena y Paris estaba cargado de amor y felicidad pero no el de Fernando ya que tenía una obligación que cumplir con Perséfone, la diosa del Inframundo.
Por lo tanto se dirigió a la cueva dónde todo comenzó, aquella que conducía al Inframundo ya que debía cumplir cumplir con lo pactado con la diosa.