La Prisión Sin Muros

De Regreso Al Inframundo

Persefone.lo aguardaba en el umbral de la cueva con cierta impaciencia. Cuando el jóven llegó ella sonrió feliz.

— Sabía que cumplirías con tu palabra — dijo al verlo llegar.
- Por supuesto que lo haría — contestó Fernando — Quiero que mi esposa vuelva al mundo de los vivos.

— Una vida a cambio de otra vida muchacho — dijo ella repentinamente sorprendiéndolo al completo.
—¿Cómo dices? — Fernando no lo podía creer
— Ya lo oíste, solo devolveré a tú esposa si aceptas ocupar su lugar en el Inframundo.

— Ese no era el trato Perséfone.
— Jamás dije que te permitiría llevártela así nada más. Un precio hay que pagar.
—¡Ya pagué bastante! — explotó indignado Fernando.
— No para éste tipo de requerimiento y lo sabes — dijo ella sin perder la calma — Tómalo o déjalo.

Fernando cerró los ojos con pesar infinito, ya que tenía ante sí una gran dicotomía. Sea lo que sea lo que él decida, jamás volvería a tenerla en sus brazos. Había perdido en el instante en que Eros envenenó a su gemelo Fabricio. Aquel maldito veneno de la discordia.

— Pero...no podré volver a verla nunca más — dijo con gran pesar.
— Así son las cosas ¿Qué decides?

La furia se adueñaba de su persona, la miró indignado. Odiaba a las malditas diosas que se creían con el poder de decidir sobre las vidas de los demás por el simple hecho de ser superiores a ellos, los humanos.

—¡Tramposa! — le espetó.
— ¿Es tu última palabra?
— No ¡No! ¡Espera!
— ¿Si?

— De acuerdo, está bien. Lo acepto. Ocuparé su lugar en el Inframundo, solo déjala ir por favor — suspiró resignado.

Perséfone chasqueó los dedos de su mano derecha e inmediatamente la amada esposa de Fernando se corporizó en ese sitio.

Ella estaba desconcertada pero al verlo a los ojos supo que era él, su amado verdadero y se lanzó a sus brazos. La diosa les concedió unos momentos de privacidad para que puedan despedirse.

Fernando le relató lo más brevemente que le fue posible su historia, desde que fue arrojado a la prisión de tierra por Fabricio hasta el momento en que ambos estaban allí. También le contó el motivo de aquel problema. Ella no daba crédito a lo que él le iba contando.

Luego le dió el frasquito con el líquido rosado en su interior recomendándole que Fabricio debía beberlo. Sólo así se rompería el hechizo que pesaba sobre él. Pero ella estalló por la angustia.

— ¡No! — gritó — ¡No lo acepto! ¡¿Por qué tienes que quedarte aquí?! 
— Así se decidió mi amor
— No quiero, no me iré. Ya estoy muerta ¿Cierto?

— No — contestó Perséfone quien regresó a ellos y escuchó eso último — Acabas de volver a la vida por pedido de tu marido quien ocupará tu lugar.

— No lo acepto — la desafió ella
— No me importa — le contestó la diosa — Ya está hecho. Ahora procura que el sacrificio de Fernando no haya sido en vano ¿De acuerdo? Libera a tu hijo y salva a tu cuñado — Luego se volvió a Fernando sin inmutarse por la angustia de la humana — Ya es hora, debemos regresar al Inframundo.
— De acuerdo

Fernando besó a su esposa con intensa pasión una última vez, pidiéndole luego que le expliqué a su hijo todo cuando el momento haya llegado. Ella, sin otra opción, aceptó aquello.

Vió cómo su esposa sujetaba la mano extendida de Persefone y desaparecían del interior de la cueva. Luego una luz la transportó lejos de allí.

Tras abrir los ojos se vió recostada en una cama. Estaba en un hospital. Había estado en coma durante un mes completo.

Además vió que en su mano derecha sujetaba el frasquito que le dió Fernando. Así fue conciente de la realidad de los últimos acontecimientos.

No tardó en recuperarse y en salir del hospital, para dirigirse al psiquiátrico dónde su hijo estaba confinado. Pudo sacarlo de allí fácilmente y regresar a casa juntos. Pero le llevó tiempo y esfuerzo encontrar a Fabricio ya que éste, al saber que ella se hubo recuperado había huido del país.

Cuando dió con él, le hizo beber el contenido del frasquito para ser testigo del renacer de su corazón. Así Fabricio volvía a ser aquel joven tan dulce y amable que en el paso había sido. Antes de ser víctima de Eris.

Su cuñada le relató todo y le prometió jamás denunciarlo. Pero el peso de la culpa cayó en él, no bien el hechizo se rompió. No le bastó arrodillarse ante su cuñada pidiéndole perdón, no fue suficiente el saber que ambos lo perdonaron argumentando que él no era culpable de nada ya que había sido víctima de la diosa de la discordia.

Cuando se había asegurado de que tanto su cuñada como su sobrino estaban bien, se marchó sin decir nada a nadie dejando a su cuñada un único mensaje en una nota.

"Descuida cuñada. Buscaré la forma de remediar mi culpa y conseguiré que Fernando regrese a tu lado, donde debe estar"




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