La Prisión Sin Muros

El Dolor De Persefone

Perséfone había sido una mujer alegre y comprensiva, pero aquello acabó hacía mucho tiempo con la traición de su amado esposo, el soberano del Inframundo.

La diosa oscura había habitado en el mundo exterior, en aquel mundo de luz junto a Atenea y a los demás dioses entremezclándose muchas veces con los mismos humanos. Una sonrisa sensual y pura siempre iluminaba su angelical rostro.

Pero todo cambió cuando conoció a Hades, el oscuro inmortal. El amor por aquel Dios fue capaz de transformarla por completo. Llegó a concebir la idea de seguirlo a dónde fuese que él se encuentre.

Nunca antes hubo sentido algo tan intenso por alguien. La colmaba de dicha y a su vez la asustaba.

Hades siempre fue gentil y caballero con ella hasta enamorarla. Perséfone lo amaba con intensa pasión. Él la llevó a su mundo de oscuridad y ella pudo contemplarlo a través de los ojos de su amado. Era lo más hermoso que jamás antes pudo conocer.

El Inframundo le pareció bello y fascinante como así también siniestro y peligroso. Sin embargo a su lado no tenía nada que temer, cuando él le propuso matrimonio ella aceptó al instante y sin pensarlo.

Con placer dejó atrás aquel solitario mundo de luz para adentrarse al oscuro mundo de Hades convirtiéndose así en su soberana. Vivieron momentos muy felices en los cuales solo importaban ellos dos, recorrieron el Inframundo juntos tomando las decisiones sobre diversas cuestiones de a dos.

Varios milenios transcurrieron así, la felicidad era la diaria convivencia mutua. Pero aquello acabó cuando Eris se fijó en su esposo y éste cayó en su tentación mortal.

Perséfone misma creyó que Hades tenía ojos exclusivamente para ella, su esposa legítima. Por tal razón no le dió importancia a la presencia de la diosa de la discordia en un primer momento.

Pero cuando los vió juntos, abrazados bajo el roble que tantas veces compartió ella con su esposo, todo quedó claro. Su ingenuidad se desvaneció y ante sus ojos se reflejó una dura realidad que la golpeó en lo más profundo de su ser.

Su bello y amado esposo jamás fue suyo ni mucho menos sincero con ella. La traición quebró su corazón haciendo añicos su confianza y alegría.

Perséfone endureció su destrozado corazón. Aguardó a que él llegase a casa como tantas veces pero nunca apareció. Ésto la enfureció aún más pero fue al sitio nuevamente donde ambos seguían juntos riéndose de ella seguramente.

Su intervención fue brusca y veloz, empleó sus dones sobrenaturales para separarlos. Hades estaba más pálido que de costumbre, parecía enfermo, pero ella no quiso fijarse en los detalles.

Sin embargo algo en él la perturbó pero solo fue unos instantes ya que consiguió sobreponerse a ese sentimiento.

Estaba enojada. Muy por el contrario Eris estaba en extremo felíz, mucho más felíz que nunca, de hecho se reía como una hiena antes de evaporarse en el aire y desvanecerse.

A Perséfone poco le importó aquello ya que su asunto era con Hades quien la contemplaba en silencio. 
— ¿Cómo pudiste traicionarme así? — le preguntó ella dolida — ¿No éramos felices?

— Perséfone....yo....
— ¡Calla! ¡No te sirven las excusas! — rugió la diosa — Te confinaré en la prisión de los inmortales eternamente.

—¿Qué? — Hades estaba asorado ante semejantes palabras de su esposa — ¿Quieres encerrarme en la Prisión De Los Inmortales? 
— ¿Y todavía te asombras? — le espetó ella furiosa — ¡Es lo mínimo que te mereces! ¡Traidor!

Ante esas palabras, Hades la contempló en silencio con infinita tristeza en su rostro.  En verdad Perséfone no supo observar los detalles que revelaban la verdad sobre el asunto. Suspiró profundamente.

—¿Acaso tienes algo que argumentar a tu favor....Hades?
— ¿Serviría de algo? — preguntó él — De todas maneras ya me condenaste y sentenciaste ¿Verdad?
— Si — dijo ella tozudamente
— En ese caso no vale la pena decir ni hacer nada más.

Perséfone había esperado que él desmienta todo, que intentara convencerla de lo equivocada que estaba. Anhelaba ser convencida por él. En cambio Hades se llamó al silencio confirmando así su traición. Ésto acabó destrozando el poco corazón que le quedaba.

— En ese caso....¡Púdrete en la oscura prisión envuelto en cadenas! ¡Para siempre!

Las cadenas aparecieron debajo del suelo, y como si fueran serpientes fueron envolviendo el cuerpo de Hades inmovilizándolo por completo. El dios del Inframundo empezó a respirar entrecortado sintiéndose más que desesperado.

Una densa niebla verde esmeralda surgió, para ir dolsificandose a su alrededor. Antes de ser sellado para siempre, él miró a su amada a los ojos y susurró.

— Siempre te amé, eso jamás cambiará. Y siempre te amaré. Para mí fuiste y seguirás siendo la única. Eris nunca pudo ni podrá cambiar eso en mí.

El ataúd verde apareció encerrándolo en su interior, luego se desvaneció perdiéndose bajo el suelo para dirigirse a una de las múltiples celdas de la Prisión De Los Inmortales. Esas bellas palabras de amor no lograron revivir su destruido corazón, ni suavizarlo ya que había sido endurecido.

— Ya no creo en tus cuentos Hades — fue lo último que él escuchó decirle antes de caer en la más profunda y solitaria inconciencia.

Cuando Perséfone vió a Fernando, aquel humano le recordó a su esposo Hades. Su misma personalidad y su mismo carácter. Las mismas convicciones que en una época tuvo Hades.

El mismo amor e idéntica devoción hacia su esposa. En otro momento ella nunca habría separado a la felíz pareja. Habría convencido a su amado esposo para devolver a la humana al mundo de los vivos sin más precios a pagar que la eterna promesa de fidelidad y amor mutuo.

Pero ahora ella era otra mujer y una muy diferente por cierto. Ya no le interesaba el dolor ajeno, le resultaba totalmente indiferente el sentimiento del amor mutuo por la sencilla razón de saber que eso era algo inexistente.

Cuando vió a Fernando caer luego de beber las aguas del olvido sintió placer de ver a ese humano, tan similar a su marido, convertirse en su esclavo. Alejado de su esposa e hijo, condenado a las eternas sombras.




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