La Profecía

Capítulo 26: Salvarlos

You soon find you have few choices 

All you have is your fire

 

El tiempo aquí abajo es eterno. Perdí la cuenta de los minutos, las horas o los días que llevo encerrada aquí. Los gritos se hacen cada vez más fuertes y difíciles de oír. Trato de cubrir mis oídos con mis manos, deseando parar los gritos que vienen de afuera, pero es inútil. Aún puedo oírlos. 

No me puedo evitar preguntar que les están haciendo para que griten de esa manera, pero temo que la respuesta vaya a ser mucho peor. Los gritos al fin cesan, todo se queda en un completo silencio, un silencio que me asusta.

—¿Qué está pasando?—le pregunto a Agatha confundida por el tan repentino silencio.

—Significa que la extracción ha terminado, por ahora.

Me sorprende ver cómo las personas aquí, incluida mi madre, pueden dormir con todos esos gritos. Imagino el cansancio es tan grande. Jackson está sentado junto a ella, no la ha dejado sola ni un solo momento, puedo ver la culpa que siente en sus ojos y el los restos de lágrimas que siguen marcadas en sus mejillas. Agatha se remueve a mi lado acomodándose mejor.  

—¿Cuánto tiempo lleva aquí?—me atrevo a preguntarle.

—Un tiempo—suspira con tristeza. 

Su ropa esta sucia, toda ella esta cubierta de tierra, sus ojos están apagados y está tan delgada que puedo ver sus costillas. Estas no son condiciones para vivir, respirar esta aire contaminado, beber y comer de lo poco que nos dejan, es peor que estar en una cárcel. 

Veo a mi madre hecha un ovillo en el suelo. Lágrimas de impotencia y dolor nublan mi vista. 

—¿Son tu familia?

—Si—aparto las lágrimas. No quiero que me tenga lastima.—¿Su familia también está aquí?

—Espero que no. Aunque quiera verlos de nuevo, no me gustaría verlos aquí—asiento entendiendo lo que quiere decir.

Las rejas se abren de nuevo despertando a todos en el calabozo. Los orcos entran por las rejas, solo que esta vez no traen personas con ellos. Se mueven entre nosotros tomando personas al azar del suelo. Gritos se oyen por todo el calabozo, los aldeanos luchan por resistirse a ellos lo cual no les ayuda de mucho, reciben golpes en cambio. 

Un orco se acerca a dónde estamos nosotros. Dice algo en su idioma antes de tomar a Jackson por el brazo. Lo levanta del suelo al mismo tiempo que lo empuja hacia las rejas. Al igual, Jack se resiste, el orco no duda en golpearlo. Una fina línea de sangre resbala por su ceja y yo empiezo a ver rojo. 

Me levanto del suelo para enfrentarlo. 

—Sloch le daj—las palabras salen de mi boca sin siquiera procesarlas. No tengo ni idea de cómo logré decir eso, tan solo me salió natural. Estaba tratando de decir que lo dejara ir. El orco que tiene a Jackson se detiene y me mira.—Sloch le daj, ibxkeb vu beh ukwelg.

—¿Repoc obeplak ibxeb ke zalg?—el orco responde.

—¿Kate, que estás haciendo?—Jackson me pregunta inquieto.—¿Qué es lo que está diciendo?

—Me pregunta porque debería llevarme a mí en tu lugar.

Los ojos de Jack se abre por completo al entender lo que trato de hacer. 

—No lo hagas—busca mi mirada.—Kate, escúchame, puedo soportarlo, por favor no lo hagas. 

Se mueve con el orco, pero este lo detiene. 

—Pousa im lak mog tak, olgav akiog—hablo ignorando la suplica de Jack. El orco me repasa debatiendo que hacer. 

—¿Kate?

—Le he dicho que soy la hermana de Blake y que valgo mucho más que cualquiera de aquí.

—Te ordeno que te detengas—su expresión se endurece. 

—¡Ikkra com tah!—le grito al orco.

Irritado el orco deja ir a Jackson tomándome a mí en cambio.

—Kate no... qué estás haciendo?—puedo ver lo enojado que esta por la vena que resalta en su cuello.

Intenta acercarse a mí, los orcos lo rodean impidiéndole que se mueva. No puedo quedarme aquí, sin hacer nada, escuchando las suplicas y los gritos de mi gente. No puedo permitir que le hagan daño e él. 

—Lo correcto—o al menos eso espero.

Me reúno con las demás personas afuera del calabozo. Escucho como cierran las rejas detrás de nosotros. Los aldeanos frente a mí se miran resignadas y tristes. Nos sacan de calabozo haciéndonos caminar por un pasillo estrecho. Las antorchas pegadas en la pared alumbran nuestro camino. El olor a moho y suciedad me es familiar, me recuerda a los pasillos por donde llegamos al castillo. 

Nos detienen cuando llegamos a una puerta de metal. La abren para luego empujarnos adentro de una oscura habitación. Observo todo a mi alrededor buscando algo que me diga en dónde estoy. Una silla está en medio de la habitación, como si estuviera esperando por nosotros. 

Uno de los orcos me empuja hasta la pared, toma mis manos amarrándolas sobre mi cabeza. Un chico a mi lado trata de golpear al orco con sus pies, pero recibe un golpe en el estómago en cambio. Cuando terminan de amarrarnos a todos se van, dejándonos solos en la habitación. Todos sostenemos la respiración en espera. La puerta se abre, una mujer se adentra a la habitación. 

La pelirroja está aquí. Sus ojos me encuentran, no disimula su desagrado hacía mí. 

—Vaya sorpresa—se acerca a mí con una sonrisa maliciosa.—Cuando me dijeron que estabas aquí no pude creerlo. ¿Ofrecerte como voluntaria por alguien? Lo hubiera pensado dos veces de haber sido tú—Se acerca más a mí para que solo yo pueda oírla.—Pero me alegra que lo hayas hecho.

Pasea sus ojos por mí alejándose con parsimonia. Escanea el lugar analizando a los aldeanos que están aquí. Sin dudar, se acerca al muchacho que está a mi lado. Él lucha contra ella con las pocas fuerzas que le quedan, sus ojos me encuentran suplicándome que lo ayude, esta aterrado. Lucho contra los amarres en mis manos queriendo ayudarlo, pero no puedo, no puedo. 

Sin ninguna dificultad lo sienta en la silla, amarra sus manos a sus lados al igual que sus tobillos, pasa una cuerda por su pecho y sus piernas pegándolo más a la silla, inmovilizándolo. Lágrimas se escapan de los ojos del chico reasignado con su situación. Ella se mueve hasta una mesa dónde descansan unas herramientas. Se gira con una especie de taladro en sus manos. 




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