La profecía

"Punto de inflexión"

La noche cae de forma sombría y helada, la luna frente a mi ilumina el mar como un espejo de plata, las rocas emergen del oleaje. Sentada sobre las piedras erosionadas, la liberación llegó como un susurro de alivio. La soledad me envolvió como un manto silencioso en la orilla escuchando el murmullo de las olas chocando contra la arena. En un instante, vi una figura surgir a la distancia, como un destello de luz granate en la oscuridad pasando por delante, desconocido para mi hasta ese momento.

La figura emergió en la profunda neblina de lavanda, era una chica que apareció con sus manos hundidas en los bolsillos, su rostro era un reflejo de indiferencia, una máscara de desinterés. Se acercó a mí con pasos lentos sin una palabra, su presencia era un enigma que cerraba la distancia entre ambas con gran naturalidad, un misterio que había surgido a mi lado sin anunciarse. Aquella desconocida se materializó como un sueño, una realidad más intensa que la vida misma.

En silencio nos sumergimos en la contemplación del mar, nuestra mirada se mantuvo fija en el horizonte donde no existía espacio para palabras, solo para el ritmo de las olas. Su cercanía era un contraste, una mezcla de rudeza y vulnerabilidad, de distancia y proximidad. A pesar de la ausencia de palabras que nos envolvía, una conexión invisible nos unía. Nuestras vidas eran un libro cerrado para la otra, la falta de conocimiento mutuo era palpable, pero lograba sentir que había algo más, algo que se escondía de aquel rostro que parecía ser un monumento de la frialdad y la dureza que había sido esculpida por la vida misma.

Su figura era un faro que me guiaba hacia ella, una llamada que no podía ignorar, de alguna u otra forma sentía que la conocía, que había conexión entre nosotras que trascendía lo desconocido.

Mi mirada se posaba en ella intentando entender el porqué de su presencia, su mudez se mantenía, como una barrera que me bloqueaba el paso. La brisa marina acariciaba su cabello rojizo, haciéndolo danzar suavemente al ritmo de las olas, su mano derecha descansaba sobre su rodilla, con los dedos ligeramente curvados hacia abajo mientras su pecho subía y bajaba lentamente.

El tiempo se extendía como un hilo de seda, cada minuto una nueva hebra se tejía en la tapicera de mi curiosidad. A pesar de la calma que reinaba en el aire, la tensión que emanaba de ella era perceptible a mis ojos. Mi mente era un laberinto de preguntas sin respuesta, cada una de ellas girando en torno a ella, a su historia, a su misterio. Y cuánto más la miraba, más me sentía atraída por ella.

De un momento a otro, su cabeza se apoyó en mi hombro sin previo aviso. La intimidad de aquel gesto causó que mi cuerpo se tensara ligeramente por la confianza que implicaba. Me sentí envuelta en una sensación de responsabilidad, como si hubiera sido elegida para contener un secreto que solo ella conocía. Mi boca se abrió para intentar hablar, pero antes de poder pronunciar alguna palabra, su voz me susurró:

“No digas nada”.

En ese instante, fue como si el silencio se hubiera convertido en una entidad viva y el tiempo se hubiera ralentizado.




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