La profecía de Elysia

Capítulo 1: El Contrato

Antes de que todo se volviera un caos, la vida de Elysia era normal. Era una joven de veinte años, llena de sueños, y la ciudad de Barcelona le parecía la oportunidad perfecta para empezar de cero. Estaba lista para estudiar, hacer amigos y, por fin, encontrar su lugar en el mundo.

En su pueblo, las oportunidades eran limitadas, y deseaba algo más grande, algo que pudiera marcar la diferencia en su vida. Su familia, aunque amorosa, no entendía del todo su necesidad de aventura. Querer ver un mundo nuevo lejos de su pequeño pueblo rural, al que apenas llegaba internet, era su gran anhelo. No quería quedar atrapada en la rutina del día a día, así que lo dejó todo atrás.

Pero con el tiempo, el mundo cambió. El cambio climático y las guerras empeoraron, y junto con ellos, algo extraño comenzó a sucederle: empezó a tener sueños extraños.

En esos sueños, no era ella. Hablaba un idioma que nunca había aprendido, veía rostros desconocidos que sentía como familia, y su reflejo en el agua no era el de una chica normal de veinte años, sino el de una mujer con una mirada llena de historia.

Esos sueños eran tan vívidos, tan reales, que se despertaba sudando, incapaz de distinguir si eran parte de una pesadilla o si algo más estaba sucediendo. Soñaba con batallas, con antiguos campos de guerra y con una figura imponente que la observaba. A veces, se despertaba con la sensación de que no estaba sola, de que algo dentro de ella había despertado también. No comprendía lo que sucedía, pero sabía que no era normal.

Al principio, pensó que estaba perdiendo la cabeza, hasta que llegaron los primeros signos de que algo iba mal.

Días antes del Día Crítico, las noticias hablaban de sucesos extraños: aviones desaparecidos sin rastro, animales comportándose de manera errática, grietas abriéndose en lugares inesperados. Pero nadie se lo tomó en serio. Pensaban que era paranoia.

25 de octubre del año 2100. Ese día lo cambió todo.

Encendió la televisión mientras desayunaba, esperando ver las mismas noticias de siempre. Pero lo que apareció en la pantalla le heló la sangre.

—¡Dios mío… son monstruos! ¡Las ciudades están bajo ataque!— la voz de la reportera temblaba, y el caos de fondo hacía que apenas se escucharan sus palabras.

Las imágenes eran devastadoras. Ciudades enteras reducidas a ruinas. Columnas de humo oscureciendo el cielo. Criaturas que solo existían en los mitos caminaban entre los escombros, destruyéndolo todo a su paso.

El suelo retumbó como si algo monstruoso estuviera despertando bajo la ciudad. Un rugido ensordecedor llenó el aire, un sonido gutural que le heló la sangre.

La gente corría en todas direcciones, gritando. Las sirenas de emergencia sonaban incesantes, mezclándose con el estruendo de edificios colapsando. En el cielo, las sombras aladas de quimeras surcaban el horizonte, dejando estelas de fuego en su camino.

Entonces lo vio: un cíclope gigante avanzaba con pasos pesados, su ojo único resplandeciendo con un brillo ambarino. Y en ese instante, comprendió que el mundo que conocía había llegado a su fin.

La sensación de frío fue lo primero que notó. Luego, el silencio. Un vacío tan abrumador que le provocó escalofríos.
Abrió los ojos con dificultad. Su cabeza latía con fuerza, como si

acabara de despertar de una pesadilla demasiado real.
Miró a su alrededor y un escalofrío recorrió su cuerpo. Era su habitación… pero no lo era.
Todo parecía igual: la cama, los muebles, los pósters en la pared. Pero

el aire se sentía denso, pesado, cargado de algo que no podía ver pero sí sentir. La luz plateada que entraba por la ventana le daba al lugar un brillo irreal.
Y entonces la vio.
Frente a ella, un espejo dorado cubría la pared. Su superficie reflejaba la luz de una manera extraña, como si dentro de él habitara algo vivo.
Se acercó con cautela, con el corazón acelerado, hasta que vio su reflejo.
Pero no era ella.
Una mujer de cabello dorado y armadura resplandeciente la miraba con calma. Sus ojos… eran los suyos, pero al mismo tiempo no lo eran.
Su respiración se volvió errática. Dio un paso atrás, pero su reflejo no la imitó.
—He dormido muchos años… necesito despertar. —Su voz resonó en su interior, envolviéndola en un escalofrío.

Se llevó las manos a la cabeza. Esto no tenía sentido.

—¿Quién… quién eres?— susurró, pero apenas reconoció su

propia voz.

La mujer la observó con paciencia, como si esperara que encontrara

la respuesta por sí misma.

—Tú serás mi recipiente.

Un escalofrío recorrió su espalda. Todo esto era un sueño…

¿verdad? Tenía que serlo.

—No… esto no tiene sentido. Yo… yo solo soy una estudiante. Esto

no puede ser real.

Su expresión no cambió.

—Eres yo. Y yo soy tú. Solo necesitas recordar.

La mujer sonrió, como si supiera lo que estaba pensando.

—Ahora dime, humana… ¿aceptas el contrato?

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