El reflejo y la transformación
—Θα αναλάβω το σώμα σου και θα πάρω τον έλεγχό του.
Las palabras fluyeron de los labios de Elysia sin esfuerzo. No tenía idea de griego, pero en su mente, las entendió con claridad.
"Tomaré tu cuerpo y asumiré el control sobre él".
Su piel se erizó. ¿Por qué había dicho eso? Sintiendo un escalofrío recorriéndole la espalda, observó cómo el reflejo en el espejo se volvía más nítido. No era ella.
Se llevó una mano a la boca, aturdida. La imagen en el cristal no reflejaba a la chica de veinte años con cabello castaño y ojos comunes. Era alguien más.
Una mujer de cabello dorado, piel resplandeciente y una armadura imponente la observaba con calma. Sus ojos eran los suyos… pero al mismo tiempo, no lo eran. Había algo en ellos. Algo antiguo.
Su corazón latía con fuerza. Esto es un sueño. Tiene que ser un sueño.
Pero el reflejo no se desvaneció.
Tomó el móvil con manos temblorosas y abrió la cámara. No podía ser real. Pero ahí estaba. Su rostro había cambiado.
Su respiración se volvió errática. ¿Qué demonios estaba pasando?
Una risa suave resonó en su mente.
"Qué ridícula eres".
Soltó el móvil. No solo estaba viendo cosas. Ahora estaba escuchando voces.
Su cuerpo temblaba. Se pellizcó el brazo con fuerza, tratando de despertar, pero el dolor fue real.
No era un sueño.
Dudas y confusión
Los días siguientes pasaron en una niebla. Todo le parecía irreal. No sabía si estaba perdiendo la cabeza o si algo verdaderamente extraño estaba sucediendo.
Cada vez que se miraba al espejo, esa mujer estaba ahí, observándola. No se desvanecía como un simple reflejo. Estaba atrapada con ella.
A veces, cuando cerraba los ojos, la veía en sus sueños. O quizás no eran sueños.
Ya no podía distinguir la realidad de la fantasía.
Después de tres días de confusión, tomó una decisión.
Se dirigió a la dirección que Alex le había dado. Necesitaba respuestas.
El encuentro con Helena y Atenea
El aire en la ciudad era sofocante. El cielo seguía cubierto de un gris inquietante, como si la tormenta del fin del mundo aún no hubiera terminado.
A lo lejos, vio a dos mujeres de una belleza irreal. Algo en su interior se removió. No eran humanas. Lo sabía, aunque no podía explicar cómo.
Una de ellas, una mujer pelirroja de mirada cálida, se acercó sin vacilar y, para su sorpresa, la abrazó con ternura.
—Florecita mía… —susurró con cariño.
Su cuerpo se tensó. No entendía nada.
—¿Cómo no reconocerte? —continuó la mujer pelirroja, aspirando el aire con una sonrisa—. Hueles a flores silvestres.
Su mente tardó en reaccionar. ¿La conocía? ¿Cómo?
Dio un paso atrás y la miró con ternura.
—Perdón, soy tu abuela. Pero nunca me llames así, prefiero que me llames Gran Madre.
Su sonrisa tenía algo hipnótico.
—Mi nombre es Helena de Troya.
Su garganta se cerró.
—¿Qué?
Antes de que pudiera decir más, la otra mujer, de cabello dorado y expresión firme, chasqueó la lengua con impaciencia.
—Hola, no me ignoréis. —Su tono era autoritario pero elegante—. Yo soy Atenea, tu tía. Hermana de tu padre.
Sintiendo un mareo repentino, Elysia apenas pudo mantenerse en pie.
—¿Qué tal si vamos a un lugar más tranquilo y nos ponemos al día? —sugirió Atenea.
No tuvo fuerzas para negarse.
Revelaciones impactantes
Se alejaron a un rincón más apartado. Apenas se sentó, Helena comenzó a hablar.
—Hace mucho tiempo, cuando Afrodita nació, Zeus la vio y se enamoró de ella a primera vista. Decidió hacerla su esposa, algo que no le hizo gracia a Hera, su reina. Así que la envenenó.
Su cabeza daba vueltas. Esto no podía estar pasando.
—Afrodita renació como humana —continuó Atenea—. Zeus la buscó por siglos y, al encontrarla, la transformó en un cisne.
Helena asintió.
—Así fue como nací yo. Y mis hermanos: Clitemnestra, Pólux y Cástor.
Su mirada se volvió más intensa.
—Tu madre… era hija mía y de París.
Su respiración se aceleró. Su madre… descendiente de Helena de Troya.
—Cuando ambas morimos, recuperamos nuestra divinidad —añadió Atenea con calma—. Mi madre y yo.
El aire se sentía pesado. Demasiada información.
—Tu padre fue un hijo ilegítimo de Zeus con una titánide desconocida.
El corazón le dio un vuelco.
—Tu madre era muy débil y murió joven —continuó Atenea, su voz más suave—.
Sintiendo un nudo en la garganta, Elysia cerró los ojos un momento.
Helena tomó su rostro entre sus manos con una calidez inesperada.
—Familia es familia, Elysia. Y siempre te apoyaremos.
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Editado: 10.06.2025