La profecía de Elysia

Capítulo 3: Ruinas del Pasado y el Llamado del Destino

El peso del pasado

Elysia avanzó con cautela por las calles devastadas de su pueblo natal. El aire era espeso, cargado de ceniza y un silencio ominoso. El suelo, cubierto de escombros y restos calcinados, crujía bajo sus botas. A su alrededor, lo que alguna vez fueron hogares estaban reducidos a escombros, sus estructuras deformadas por incendios y explosiones.

Las casas destruidas parecían murmurar lamentos mudos. En las paredes que aún quedaban en pie, las sombras del fuego dejaban huellas como cicatrices imborrables. Un poste de luz tambaleante emitía chispazos, la última señal de una civilización que ya no existía.

Elysia sintió un nudo en el estómago cuando llegó a su antiguo hogar. La fachada estaba irreconocible, el techo derrumbado, las ventanas rotas como si hubieran sido testigos mudos de la tragedia. Con la garganta cerrada, avanzó entre los restos chamuscados. El olor a madera y metal quemado seguía impregnando el aire, una prueba tangible del horror que se había vivido allí.

Dio unos pasos hasta llegar al patio trasero, donde su madre solía cuidar un pequeño jardín de rosas blancas. Ya no quedaba nada de él. El suelo estaba removido, y a pocos metros de distancia, varias fosas comunes habían sido improvisadas. Elysia sintió que el corazón se le encogía al ver los cuerpos alineados, cubiertos con mantas viejas, algunos sin siquiera un sudario.

Cuando sus ojos se fijaron en dos figuras pequeñas, sintió que el mundo se detenía. Su madre. Su hermana menor. Muertas.

Sus piernas temblaron y se arrodilló junto a ellas, con la respiración entrecortada. Su garganta se cerró, incapaz de liberar el dolor que la asfixiaba.

—Las encontramos hace unos días... lo siento, niña.

La voz grave y cansada de un hombre mayor la sobresaltó. Se giró y vio a un anciano cubierto de harapos, con el rostro marcado por la fatiga y el dolor.

—¿Quién eres? —logró preguntar con voz quebrada.

—Un vecino. Antes del caos. Ahora solo quedamos unos pocos... en el búnker.

Elysia frunció el ceño.

—¿Búnker?

El anciano señaló un portón metálico semienterrado entre los escombros. Había huellas en el suelo, signos de que había sido abierto recientemente.

—Algunos logramos escondernos a tiempo —continuó—. Pero el mundo ya no nos pertenece.

Elysia sintió un escalofrío. Comprendió que aquellos que sobrevivieron estaban condenados a esconderse bajo tierra como ratas. No podía salvarlos.

Pero podía salvar el mundo.

Se puso de pie, limpiándose las lágrimas. Había tomado una decisión.

—Además de los monstruos, ¿qué más han visto? —preguntó.

—Rumores... de una organización. Aegis.

El anciano sacó un cartel sucio y arrugado con una inscripción:

SE NECESITAN VOLUNTARIOS PARA LA RESISTENCIA.
CONTACTO: COMANDO AEGIS.

Elysia lo observó en silencio. Aegis. Había oído hablar de ellos antes del colapso. Eran la última esperanza humana contra los monstruos.

Apretó el papel entre sus manos.

—Gracias. Ahora debo irme.

Se alejó sin mirar atrás. Su hogar estaba muerto. Su familia, perdida.

Su destino ya estaba decidido.

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