El fuego de la batalla
El sonido del metal chocando contra metal resonó en el aire.
Elysia cayó de rodillas, jadeando. Su espada temblaba en su mano.
Atenea, de pie frente a ella, no mostraba signos de agotamiento. Ni siquiera respiraba con dificultad.
—Levántate —ordenó con frialdad.
Elysia sintió su cuerpo arder. Cada músculo gritaba en protesta.
Pero si algo había aprendido en estas semanas de entrenamiento era que la debilidad no era una opción.
Con los dientes apretados, apoyó una mano en el suelo y se impulsó hacia arriba.
Antes de que pudiera reaccionar, Atenea atacó de nuevo.
Un destello plateado
Elysia apenas levantó su espada a tiempo para bloquear el golpe. El impacto le recorrió los brazos como un relámpago.
—Tu técnica es demasiado humana —dijo Atenea, desviando su arma con un solo movimiento.
Elysia resopló.
—Pues lo siento, pero me crié como humana.
Atenea bajó su espada, observándola con el ceño fruncido.
—Y eso es lo que te detiene.
Elysia apretó los dientes. Había sido así desde el inicio.
Por más que entrenara, sentía que algo dentro de ella no despertaba del todo.
Podía pelear. Su cuerpo respondía. Pero no con la fluidez y la gracia de Atenea.
Como si su propio ser se resistiera a aceptar lo que realmente era.
—No puedes seguir luchando como una humana —Atenea se acercó, mirándola fijamente—. Si lo haces, morirás.
Elysia sintió un escalofrío recorrer su espalda.
No era solo un entrenamiento. Era una advertencia
El rugido del pasado
Esa noche, Elysia tuvo un sueño extraño.
Se encontraba en un vasto campo de batalla, con el cielo cubierto de humo y el olor a sangre en el aire.
A su lado, una figura imponente se alzaba: un león alado con una
melena dorada como el sol.
Su rugido resonó en su pecho como un latido familiar.
—Leónidas… —susurró sin pensar.
El león la miró con aquellos ojos dorados que parecían contener siglos de historia.
Y entonces, los recuerdos la golpearon como una ola imparable.
Recordó a su padre, Filipo, entregándole un cachorro de león alado cuando era solo una niña.
—Este será tu guardián, Elysia. Nunca estarás sola mientras él esté contigo.
Recordó cómo creció con él, cómo jugaban juntos en los campos de batalla, cómo Leónidas se lanzó contra los enemigos para protegerla sin dudar.
Recordó… cómo lo perdió.
Una batalla. Un enemigo demasiado fuerte. Un sacrificio.
Leónidas murió protegiéndola.
Elysia abrió los ojos de golpe. Su corazón latía con fuerza.
Fue entonces cuando sintió su presencia.
Se giró.
Y allí estaba.
A la luz de la luna, en el borde del templo, Leónidas la observaba.
No era un sueño.
El león alado estaba frente a ella, con su melena dorada brillando bajo las estrellas.
Elysia sintió su garganta cerrarse.
—¿Cómo es posible…?
Atenea apareció detrás de ella.
—Nunca murió realmente.
Elysia la miró, confundida.
—¿Qué?
—Su esencia fue sellada con su poder mágico cuando caíste en tu vida pasada. Leónidas esperó hasta que volvieras.
Elysia sintió un escalofrío. Era como si el destino hubiera decidido que jamás estuviera sola.
Apretó los puños. No podía seguir resistiéndose.
Si Leónidas había regresado por ella, era hora de aceptar quién era.
La primera transformación
A la mañana siguiente, Helena la llevó a lo alto del santuario.
—Míralos.
Elysia miró hacia abajo. Más allá del valle, vio un grupo de humanos acampando en una zona destruida.
Refugiados.
Sobrevivientes del colapso.
—No confían en ti—susurró Helena—. Te ven como una salvadora, pero no saben quién o qué eres realmente.
Elysia sintió su pecho oprimirse.
—¿Cómo lo saben?
Helena sonrió.
—Porque los humanos pueden percibir lo que no comprenden. Tu presencia es diferente.Luego descubrirán que no podrás envejecer, sanaras más rápido… Y cuando usas tu poder, el mundo a tu alrededor responde.
Elysia tragó saliva.
—¿Cómo lo oculto?
—No puedes. No por mucho tiempo. Lo único que puedes hacer es decidir qué hacer con ese poder.
Cerró los ojos.
Y la voz en su mente habló.
—"Θα αναλάβω το σώμα σου και θα πάρω τον έλεγχό του."
"Tomaré tu cuerpo y asumiré el control sobre él."
El aire vibró. Una energía cálida recorrió su piel.
Cuando abrió los ojos, su reflejo en el agua del acantilado ya no era el mismo.
Su cabello se veía más dorado. Sus ojos brillaban con un verde intenso.
A su lado, Leónidas rugió con fuerza, como anunciando su regreso al mundo.
Aegis toma nota
En una base submarina secreta, un grupo de hombres y
mujeres observaban la escena en pantallas de alta tecnología.
—¿Quién demonios es esa mujer?
—No lo sabemos. Pero no es humana.
—Mutación. Experimento. Algo más. No podemos descartarlo.
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Editado: 10.06.2025