Aquella tarde, Juliana llevó a su pequeño a la sala y lo hizo sentar.
—¿Qué pasa, mamá?
—Es hora de que sepas por qué te llamas Augusto.
Después de aquel anuncio, ella se acercó a la biblioteca y, con aire solemne, bajó el libro negro. Los ojitos de Augusto brillaron ansiosos. Mil veces había preguntado por aquel libro que descansaba en el estante más alto. Mil veces la respuesta había sido la misma: “Cuando seas grande, lo sabrás”. Augusto siempre se había preguntado qué tan grande debía ser para que le develaran los misterios que contenía aquel libro anhelado. Al parecer, sus cortos ocho años parecían al fin ser suficientes.
—Se trata— comenzó ella, con el libro aún cerrado en su regazo— de la historia de una persona muy importante para tu padre y para mí. Su nombre era Augusto Strabons, y en honor a él es que te llamas Augusto.
Acto seguido, abrió el libro y comenzó a leer con voz queda...
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Editado: 24.03.2018