La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 15

Cuando desperté, me quedé un rato acostado en el suelo, sobre la manta. Aunque me dolía el cuerpo y sentía la necesidad de ponerme de pie y estirar los músculos, no tenía fuerzas para levantarme. No tenía fuerzas para cruzar a la otra habitación y enfrentar la mirada acusadora de Algericock. Me sentía otra vez como cuando estaba con los hermanos: culpable, irremediablemente culpable y más allá de cualquier posible redención. Era un condenado a muerte a quién se le había mostrado misericordia, ofreciéndole el exilio. Toda la angustia con la que había vivido cuando había estado con los hermanos volvía a hundirme en un pozo de desesperación.

            La puerta de la habitación se abrió bruscamente. Era Algericock.

            —Lávate y desayuna. No querrás demorar tu partida hasta después del mediodía— ordenó con voz fría.

            Me levanté del suelo sin responder, me puse la camisa y los zapatos, y fui a lavarme fuera de la casa. Mientras el agua helada terminaba de despertarme, pensé por un momento que tal vez debería quedarme hasta después del mediodía... y dejar que Algericock me matara. Había tenido la oportunidad de descubrir mi identidad, de encontrar mi destino y la había desperdiciado miserablemente. De qué me servía saber quién era si no podía estar con la única familia que me quedaba en el mundo.

            Entré a desayunar. Apenas probé bocado del pan y el queso que Algericock me había puesto junto a la taza de té. Gwyddion no estaba por ningún lado. No me atreví a preguntar a Algericock por él. Algericock parecía atareado, seleccionando unos utensilios de cocina. Cuando hubo elegido una cuchara, un tenedor, un cuchillo, un cuenco de madera y una pequeña cacerola de lata, los puso sobre la mesa. Luego se metió en la habitación contigua y salió unos momentos más tarde. Llevaba en la mano una mochila de tela gruesa y la manta que me había dado para dormir en el suelo la noche anterior. Apoyó la mochila sobre la mesa y luego envolvió los utensilios de cocina con la manta, metiendo todo en la mochila. Agregó luego unos trozos de cuerda. Se volvió al gabinete donde guardaba sus frascos y tomó un paquete envuelto con tela, colocándolo también dentro de la mochila.

            —Estas provisiones no van a durar mucho, pero al menos te ayudarán hasta que consigas más— dijo, dándome la mochila. Luego sacó dos piedras de un bolsillo y las levantó ante mi rostro: —Para encender fuego— dijo, y las agregó a la mochila.

            —No sé si puedo aceptar tanta generosidad— dije sin emoción.

            —No te confundas. Esto no es generosidad, es solo lo mejor que puedo hacer para que te alejes lo más posible de Gwyddion.

            Asentí en silencio. Terminé mi té y me puse de pie.

            —¿Qué hay del atuendo que me regaló Gwyddion?

            —Haz lo que quieras con él. No me incumbe.

            Tomé la mochila y me dirigí a la otra habitación. La túnica y la capa estaban cuidadosamente dobladas en un rincón, tal como las había dejado la noche anterior, con el cinto con incrustaciones de plata encima. Tomé el atuendo cuidadosamente y lo metí en la mochila. Cuando quise meter las botas me di cuenta de que ya no había más lugar. Me saqué los zapatos, dejándolos en un rincón y me puse las botas. Me colgué la mochila en la espalda y volví a la cocina. Algericock miraba hacia el bosque por la ventana.

            —¿Tienes alguna idea de dónde puedo encontrar el portal para volver?— pregunté.

            —No— respondió él, sin apartar la vista de la ventana.

            Suspiré. De pronto, recordé...

            —Cuando llegué, caminé por una pradera y luego vi a lo lejos una cúpula azul. Traté de llegar a ella, pero una tormenta me lo impidió. Cuando la tormenta pasó, llegué hasta ella, pero cuando entré... creo que me desmayé y luego aparecí en el bosque de las Rosas Azules donde ustedes me encontraron.




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