Escuché el sonido del agua y apuré el paso. No tardé en tenerlo frente a mí. Era un manantial que fluía por unas rocas. Me descolgué el odre y lo llené. Luego me lavé la cara, los brazos y la cabeza en el agua refrescante. Me descolgué la mochila y me froté los hombros doloridos. Me senté sobre una roca cercana al manantial y observé por un rato el sol que caía por el oeste hacia Kalaab. El ejercicio de la caminata bordeando el bosque había logrado disminuir un poco la angustia que me oprimía el pecho, pero ahora que me sentaba a descansar, el solo mirar hacia el oeste volvía a traer a la superficie todo el dolor de mi alma. Quité la vista del horizonte y la dirigí al bosque. El bosque siempre me recordaba a mi tiempo con Walter. Mi época más feliz. Era extraño pensar que mi época más feliz hubiera sido con los hermanos... no, no había sido con los hermanos, había sido con Walter.
La culpa infinita que había sentido con los hermanos volvía a invadirme, inexorable. Strabons y Walter me habían liberado de esa culpa, me habían hecho ver la verdad. Y luego... ¿Por qué Strabons se había tomado tanto trabajo para liberar mi alma de la tortura de los hermanos solo para enviarme a otra tortura peor? No, no debía culpar a Strabons, la tortura que oprimía mi alma ahora, la había provocado yo mismo. Estaba en mí el liberarme ahora: debía ir a Cryma, encontrar el portal y volver... ¿Pero volver a qué? ¿A la universidad? ¿A los hermanos? Sabía que si volvía, mi vida sería tan miserable como ahora. La única diferencia era que mi padre estaría a salvo.
—Lo siento, Strabons— murmuré—, le agradezco que me haya ayudado. Lamento haberlo arruinado todo.
Al menos, al volver al mundo de donde había venido, ya no tendría mi habilidad, ya no podría dañar a nadie, ya no sería un monstruo.
Abrí la mochila y extraje el paquete que me había dado Algericock. Contenía unos pedazos de pan, queso y unas manzanas. Metí la mano en mi bolsillo y saqué unas moras que había recogido en el camino. Tomé una manzana y un trozo de pan con queso y guardé el resto junto con las moras. Estaba hambriento, pero debía racionar la comida por si acaso no encontraba nada que comer el resto del camino hasta Cryma. Mientras acomodaba el paquete en la mochila, vi los trozos de cuerda que Algericock había puesto allí. Las saqué y armé unas trampas como las que Walter me había enseñado a hacer para cazar conejos. Después de comer, me interné en el bosque y distribuí las trampas. Con suerte, a la mañana siguiente no tendría que preocuparme por racionar la comida.
Cuando regresé hasta el manantial, el sol ya casi había desaparecido en el horizonte. Pensé en hacer fuego, pero lo descarté, la noche era cálida y la luna llena iluminaba el claro donde estaban las rocas. Me saqué las botas y me lavé los pies en el agua fresca, masajeándolos suavemente. Luego saqué la manta de la mochila y la extendí junto a la roca donde me había sentado a comer. Me acosté boca arriba, observando la luna. El cansancio no tardó en vencerme y me dormí.
A la mañana siguiente, revisé las trampas. Había atrapado dos conejos. Sonreí. Si Walter pudiera verme, estaría orgulloso de mí. Até los conejos con las sogas y me los colgué. Descansado y de buen humor, emprendí nuevamente mi camino hacia el este.
De camino, recogí más moras que parecían crecer en abundancia en el bosque de los Sueños y junté también unas hierbas que me podrían servir para condimentar los conejos. Cuando el sol estuvo sobre mi cabeza, decidí detenerme a descansar. Me sequé el sudor de la frente con la manga de la camisa y apoyé la mochila contra un árbol. Luego me aboqué a la tarea de buscar ramas caídas para hacer fuego. Estuve un buen rato peleando con el pedernal para prender el fuego, pero finalmente lo logré, y en un par de horas, estaba disfrutando de un estofado de conejo. No era el mejor estofado que había comido: le faltaban más vegetales y más especias, pero para mí, simbolizaba un triunfo inmenso.
Mientras comía allí sentado, comencé a pensar que no estaría del todo mal vivir en un bosque, si no fuera que era tan solitario... Había perdido a mis amigos, a mi profesor... a mi padre... tal vez mi destino era estar solo después de todo. Pero no quería estar solo.
A la tarde del tercer día, vi el humo. Me saqué la mochila de la espalda y me trepé a un árbol. Y entonces pude verla: Cryma. Desde donde estaba, se veía que era una pequeña aldea con construcciones mayormente de madera. El humo provenía de las chimeneas de algunas casas. No pude ver mucho movimiento, pero tal vez estaba demasiado lejos para detectarlo. Bajé con cuidado del árbol y me encaminé hacia el poblado. Después de unos cientos de metros, me detuve en seco. Se me ocurrió una idea. Abrí la mochila y saqué la túnica blanca y la capa plateada. Me puse la túnica sobre la camisa y el pantalón, ajustando la cintura con el cinturón incrustado de símbolos de plata. Me puse la capa sobre los hombros, atándola al frente a la altura del cuello. Luego escondí la mochila entre unas rocas y la tapé con unas ramas. Llegaría a Cryma con el aspecto de un príncipe. Si actuaba como una persona importante, sería más fácil conseguir la información que necesitaba.
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Editado: 24.03.2018