SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 17

            Cuando desperté, hubiera querido sentir la voz de Gwyddion preguntando si me encontraba bien, pero no había nada ni nadie, solo lodo...

            Me dolía todo el cuerpo. Un dolor agudo en el costado derecho apenas me dejaba respirar. Me costaba abrir el ojo izquierdo, y la cabeza me latía dolorosamente. Cuando la mente se me aclaró un poco, pude ver que estaba en un pozo húmedo y lodoso de unos tres metros de profundidad. Habían hecho una excavación, me habían echado dentro, y habían puesto una reja de cañas arriba para que no pudiera escapar.

            Quise moverme, pero no pude. Después de un minuto me sentí mejor, y pude contemplar el sol que brillaba con inusitada fuerza sobre mi cabeza. Debía ser cerca de mediodía, lo que significaba que había pasado toda la noche allí.

            Intenté moverme nuevamente, fue entonces cuando me di cuenta de que me habían amarrado con fuerza las manos y los pies.

            Respiré con cuidado para tratar de evitar el dolor del costado, y armándome de paciencia, me moví lentamente, tratando de buscar apoyo con las manos atadas a la espalda hasta que me senté en el suelo.

Al cabo de un rato, percibí que alguien se acercaba, permanecí en silencio, simulando estar inconsciente. Una sombra se acercó al pozo y se arrodilló, apoyándose suavemente en las cañas:

            —¡Hey!— susurró— Lug, soy yo, ¿puede oírme?

            Reconocí la voz y entreabrí los ojos. Y lo vi, aún llevaba su camisa amarilla que estaba un poco sucia. Estaba pálido, agitado, se lo veía asustado.

            —Lo sacaré de ahí— dijo en voz baja. Movió con fuerza las cañas hasta que pudo arrancarlas de donde estaban clavadas. Luego me tiró una soga para que pudiera izarme, pero le señalé que estaba atado y no podía servirme de la soga. Colib frunció el ceño y se dio vuelta hacia atrás. Escuché que le hablaba a otra persona.

            Al cabo de un momento, la cabeza de Colib apareció de nuevo en la boca del pozo.

            —Ayúdese con esto— dijo, y me arrojó un puñal largo que se clavó en el lodo a centímetros de mi pierna derecha.

            Me contorsioné y me arrastré por el suelo hasta que pude cogerlo y liberarme de mis ataduras. Luego me tomé de la soga y subí con ayuda del tabernero. El dolor del costado se agudizó hasta lo insoportable al tomarme de la soga.

            Una vez arriba, pude ver a la otra persona con la que Colib había estado hablando. Era la mujer más extraordinaria que había visto en mi vida. El cabello rubio le caía en cascadas onduladas pasando sus hombros. Sus facciones eran tranquilas y perfectas. Vestía un vestido negro con un corsé de cuero negro con lazos en el frente que ajustaban su figura, resaltando sus pechos y dándole un aspecto guerrero. La falda del vestido era abierta al frente y debajo se podían ver unos pantalones ajustados también negros y unas botas de cuero que pasaban las rodillas. La miré embobado, con la boca abierta. Sus ojos azules me inspeccionaron de arriba a abajo:

            —Estás hecho un desastre— sentenció.

            Me miré. La túnica no estaba rota, pero estaba llena de lodo pegado con sangre seca. El cinturón y la capa habían desaparecido. Mis brazos y manos llenas de moretones presentaban heridas sucias con tierra y sangre. No quería imaginarme el aspecto de mi cara.

            —Creo que eso me pertenece— dijo ella, extendiendo la mano, su mirada indicando mi mano derecha. Le devolví el puñal. A la luz del sol, pude ver que era un arma magnífica. La espina de la hoja estaba grabada con espirales entrelazados, y el mango revestido con cuero negro tenía detalles de plata a lo largo del centro.

—Gracias— dije.

            Ella asintió con la cabeza.

            —Fue increíble lo que hizo con Gin— sonrió Colib, palmeándome la espalda. Hice una mueca de dolor.