Olvidando el dolor y el cansancio, me acerqué a la cúpula, palpando la pared y corriendo las enredaderas, buscando una abertura.
—Por este lado— dijo Dana con una inclinación de cabeza cuando vio lo que yo buscaba.
Encontró una puerta de madera reseca y agrietada, y la empujó con cuidado hacia adentro. La puerta tenía todo el aspecto de comenzar a desintegrarse en cualquier momento, pero resistió. Dana entró y descolgó las dos mochilas de su espalda, apoyándolas contra la pared. Yo entré tras ella lentamente. El lugar estaba hecho un desastre. La luz que se filtraba por los vitrales sucios e invadidos por enredaderas, más la que atravesaba libremente por los huecos de los vidrios rotos, iluminaba trozos de sillas y mesas quebrados y diseminados por doquier. Algunas plantas se habían ganado adentro por entre grietas gruesas en la pared y crecían orgullosas dentro de la cúpula. El piso, que originalmente parecía haber sido de mármol, estaba cubierto de polvo y trozos de rocas. Dana había limpiado un área pequeña cercana a la puerta, y había armado una cama con paja y una manta, en el suelo contra la pared. Más al centro, había un círculo hecho con pequeñas rocas con cenizas y otros restos de una fogata.
—¿Tienes alguna idea de cómo funciona el portal?— pregunté.
—¿Qué portal?— preguntó ella de espaldas a mí, mientras se agachaba, sacaba mi túnica de la mochila y la colgaba de las enredaderas para que se terminara de secar.
—Este portal— dije, extendiendo los brazos para abarcar la habitación de la cúpula.
—Esto es solo una cúpula climática abandonada— respondió ella.
—No. No entiendes. Cuando llegué aquí desde el otro mundo, lo hice a través de una cúpula igual a ésta. Era un portal.
Dana se encogió de hombros:
—Lo que digas. Pero ésta es solo una cúpula climática abandonada.
Me acerqué a ella y la tomé de los hombros, mirándola a los ojos:
—Dana, tienes que ayudarme. Yo no sé cómo activar el portal, pero tú conoces todo sobre el Círculo. Por favor, ayúdame.
Dana tomó mis manos de sus hombros y las alejó lentamente sin quitarme la mirada de encima. Me quedé como hechizado por un momento, perdido en el mar de sus ojos azules.
—Mira a tu alrededor— comenzó ella con voz suave pero firme—. ¿Crees que algo de este lugar tiene la más remota posibilidad de funcionar todavía?
Tragué saliva y desvié mi mirada de la de ella. En el fondo, sabía que ella tenía razón.
—Y después de todo, ¿para qué quieres un portal?
—Debo volver al mundo de donde vine. Cada minuto que estoy aquí pongo en peligro a otros.
Dana me miró sin comprender. Suspiró:
—Ven, siéntate.
Me senté en el suelo y crucé las piernas frente al círculo de rocas preparado para la fogata. Ella fue hasta el otro extremo de la habitación, apartó unos pedazos de madera, y recogió un paquete y un odre que trajo hasta donde yo estaba. Se sentó frente a mí y desenvolvió el paquete. Sacó unas galletas y un trozo de queso, y me los ofreció junto con el odre. Mientras yo masticaba una galleta, ella me dirigió una mirada intensa:
—Ahora, ¿quieres explicarme de qué estás hablando?
—Mi madre tenía una habilidad— comencé—. Al ser su hijo, heredé la posibilidad de tener también una habilidad.
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Editado: 24.03.2018