La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 24

—No necesitas seguir cargándome— me dijo Dana—. Me siento perfectamente.

            —¿Estás segura?— pregunté, al tiempo que la depositaba suavemente en el suelo.

            —Estoy bien. El que debería descansar eres tú; has hecho un gran esfuerzo y encima has estado cargándome durante un buen rato.

            —No es nada— dije, mientras emprendía la marcha nuevamente.

            Ella me detuvo del brazo en el angosto sendero y me miró con una sonrisa:

            —Gracias por salvarme— me susurró al oído y me dio un beso en la mejilla. El contacto de sus labios tibios en mi mejilla me hizo sentir un calor inesperado en el rostro.

            —Bueno, no podía permitir que eludieras tu trabajo con la excusa de estar secuestrada, ¿o sí?

            Ella rió con una risa feliz. Y yo también reí. Me sentía feliz y en paz por primera vez en mi vida.

            Unos metros más adelante, los dos nos detuvimos en seco. En un instante, Dana tuvo el puñal en la mano, su rostro alerta. Le apoyé la mano en el brazo suavemente.

            —Guarda el puñal— le susurré.

            Ella me miró con el ceño fruncido. No tenía ninguna intención de seguir mi sugerencia.

            —¿Por qué?— preguntó, apretando el puñal aun más en su mano.

            —Son quince y nos tienen rodeados. Tal vez podamos razonar con ellos, pero si iniciamos un ataque, no podremos con todos. Además, creo que son amigables.

            A regañadientes, Dana regresó el puñal a su bota.

            Apartando unas ramas, Colib apareció ante nosotros. Otras personas, la mayoría hombres, comenzaron a salir de entre la vegetación hacia nosotros. El hecho de que estaban armados con hachas y cuchillos no inspiraba tranquilidad. Dana estaba tensa, la mano extendida, cerca del puñal, lista para el ataque.

            Colib sonrió y se abalanzó sobre mí, abrazándome. El gesto evaporó la tensión.

            —¡Cuánto me alegro de que estén bien!

            —Colib, ¿qué es todo esto?— pregunté.

            —No podía dejar que lo mataran por mi culpa, así que armé una partida de rescate.

            —Un poco tarde— protestó Dana.

            —Lo siento— respondió Colib, avergonzado. Luego se volvió a la gente que había venido con él y les dijo:

            —Este es Lug, el que nos libró de Gin y sus amigos. Él es el que liberó a Cryma de esos criminales.

            Todos comenzaron a vitorear. Varios se acercaron a darme palmadas en la espalda.

            —No, escuchen...— intenté hablarles, pero nadie me prestaba atención. Algunos agitaban sus hachas en forma de saludo. Una mujer con un cuchillo en la mano se me acercó y me dio un largo beso en la frente. Otros me palmeaban los brazos y murmuraban palabras de agradecimiento.

            —Escuchen...— probé de nuevo. Traté de hacerles señas con las manos para que se detuvieran, pero ellos solo seguían palmeándome la espalda y estrechando mis manos con rostros sonrientes.

            —Dana, ayúdame a explicarles— pedí. Pero Dana solo me miró con los brazos cruzados y una sonrisa divertida.




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