—¿Qué es eso de que debemos viajar a otro lugar?— preguntó Dana de pronto.
Terminé de doblar mi túnica junto con la capa y las metí en mi mochila, poniendo el cinturón encima. Pensé un momento, y volví a sacar el cinturón y me lo puse. La túnica y la capa no eran muy prácticas para viajar por el bosque, pero el cinturón me agradaba y decidí que viajaría con él puesto. Dana revolvió la cacerola con el estofado de vegetales que estaba cocinando en el fuego rodeado de rocas en el centro de la cúpula abandonada. Olía delicioso. El sol del mediodía calentaba los vitrales.
—Bueno— comencé—, ya que arruinaste mis opciones, tuve que pensar en otras.
Dana se acomodó en el suelo junto al fuego y me miró interesada.
—Mi problema es que no sé controlar bien mi habilidad...
—A mí me pareció que la controlaste muy bien allá en el galpón— me interrumpió ella.
Sacudí la cabeza:
—No, necesito ayuda. Necesito a alguien que me enseñe, y pensé, si tu padre es uno de los Antiguos, seguro posee una habilidad y sabe de estas cosas. ¿Crees que podría enseñarme?
Dana se encogió de hombros:
—Supongo. Él me ayudó a desarrollar la mía.
—¿Tú tienes una habilidad?— pregunté, sorprendido.
—¿Es tan impensable?— retrucó ella, ofendida.
—No... claro que no— balbuceé—. Lo siento, perdóname.
Ella resopló furiosa, sacudiendo la cabeza, y echó una ramita al fuego.
—Entonces...— intenté—. ¿Cuál es?
—Ya te lo he dicho varias veces. Si prestaras más atención, no tendría que repetirte las cosas a cada rato. Soy la Mensajera.
Sabía que me estaba haciendo las cosas difíciles a propósito porque estaba de mal humor. Eso no me detuvo.
—¿Y cómo funciona?
Ella revolvió la cacerola sin contestarme. Yo esperé en silencio a que ella se decidiera a responderme. Después de un momento, levantó la vista hacia mí:
—No es una habilidad tan impresionante como la tuya— comenzó, rascando distraídamente con una uña la corteza de una rama antes de echarla al fuego.
—Si la mía te impresiona tanto, te la regalo. Yo no la quiero— dije.
Mi comentario pareció aliviar un poco su incomodidad.
—Puedo enviar mensajes. No importa la distancia a la que esté el destinatario, si formo un mensaje en mi mente y lo envío, el destinatario lo recibe en su mente en el mismo momento en que lo envié, como si hubiera escuchado las palabras de mi boca— explicó.
—Yo diría que es muy impresionante— aseguré.
Ella solo me lanzó una mirada incrédula. No era una mujer que aceptara halagos fácilmente, sobre todo si pensaba que solo estaban siendo condescendientes con ella.
—Todavía no lo he desarrollado del todo. Existen muchas restricciones.
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Editado: 24.03.2018