La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 28

Amanecía. Mi turno de guardia llegaba a su fin. Observé a Dana dormir por un rato más. Me parecía un crimen despertarla. Su respiración suave y su rostro tranquilo y delicado la hacían parecer un ángel.

            Agregué unas ramas más al fuego y puse agua a calentar para preparar té. Cuando el agua estuvo lista, le eché unas hierbas que me había dado Algericock. Saqué unas moras y unas manzanas para acompañar el té.

            —Dana...— le rocé apenas el brazo para despertarla.

            Ella dio un suave suspiro y entreabrió los ojos.

            —El desayuno está listo— anuncié.

            Ella sonrió:

            —No recuerdo la última vez que alguien me preparó el desayuno— dijo complacida, tomando la taza de té que le alcancé—. Y este té es excelente— admitió un tanto sorprendida.

            —¿Te parece tan impensable que sepa hacer buen té?— pregunté, simulando estar ofendido.

            Ella sonrió, se mordió el labio inferior y se metió una mora roja en la boca, pasándose la lengua por los labios, mientras me miraba con ojos lujuriosos. Por un momento, se me cortó la respiración y sentí un calor que me subía por todo el cuerpo. Ella me miró divertida mientras yo trataba de ocultar mi cara roja. Luego se puso seria y se acercó a mi rostro deliberadamente.

            —Gracias por un delicioso desayuno— dijo, dándome un beso suave en los labios. Sentí la dulzura de la mora en sus labios, y por un momento, se me aflojó todo el cuerpo. Quise responderle, pero las palabras habían huido de mi cerebro. Ella comenzó a separar su rostro del mío, pero la tomé de la nuca y la atraje hacia mí, devolviéndole el beso. Ella respondió con labios tibios y apasionados. Nunca nadie me había hecho sentir así. Después de un momento infinito, ella separó los labios de los míos y me miró con dulzura, rozando sus dedos por mi mejilla. Yo estiré la mano y le acaricié el cabello.

            En ese momento, supe cuál era mi destino. Mi destino no era matar a Bress. Mi destino era estar con ella, para siempre.

            —Debemos seguir camino— murmuró ella como pidiendo disculpas por tener que hacerme volver a la realidad.

            Yo asentí con la cabeza, todavía no había recuperado el habla.

 

            Apagué el fuego con un poco de agua mientras ella doblaba las mantas y las guardaba. Pronto estuvimos en camino otra vez.

            Cerca del mediodía, llegamos a un claro amplio y luminoso. Dana se detuvo y se sacó la mochila de la espalda.

            —Creo que necesito un descanso— dijo.

            —Sí, yo también— dije. Los hombros me dolían por las correas de la mochila.

            —No, tú no.

            —¿Qué?

            —Yo puedo descansar, pero tú necesitas practicar— explicó, pasándome el arco y el carcaj con las flechas.

            La miré con el ceño fruncido. Ella solo arqueó una ceja diciendo:

            —Tienes mucho que practicar si quieres llegar a ser la cuarta parte de lo buena que soy yo.

            Tomé el arco a regañadientes y me coloqué la muñequera. Dana se sentó en un tronco caído a observarme. Me sentía más confiado con el arco, y eso ayudó a que diera un par de veces más en el blanco que el día anterior. Después de cada tiro, miraba a Dana de reojo, buscando su evaluación de mi accionar. Ella siempre me alentaba a seguir con la mirada.



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En el texto hay: mundos paralelos, fantasiaepica

Editado: 24.03.2018

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