Era el atardecer. Dana y yo observamos la puesta de sol con el mismo brillo en los ojos, con la misma satisfacción en el corazón. Sentía como si quisiera aprehender ese momento para siempre. Luar se puso un poco inquieta:
—¿Qué pasa?— le susurró Dana al oído.
—Creo que es su hora de descansar— dije.
—Parece que Kelor también está fatigado— comentó Dana, señalando las pataditas del unicornio en el suelo.
Asentí con la cabeza.
El clima tibio que habíamos disfrutado los días anteriores había comenzado a cambiar. La tarde fresca pronosticaba una noche fría.
—Desmontemos y hagamos una pequeña fogata para calentarnos— sugerí.
De inmediato, Dana saltó de su montura y descargó unas frutas de las que había recogido. Mientras Dana cepillaba a los unicornios, me aboqué a la tarea de buscar ramas caídas para iniciar el fuego.
La noche aún no había llegado del todo, cuando, estando Dana y yo sentados al lado del fuego, divisamos a lo lejos a un jinete que cabalgaba hacia nosotros desde las sierras. No parecía tener prisa. Cuando estuvo más cerca, pude apreciar claramente su excelente cabalgadura: un hermoso caballo negro con su crin bien recortada. El jinete era un hombre de mediana edad que vestía muy curiosamente: llevaba un gorro de lana rojo con rayas azul eléctrico, el mismo azul de su increíble saco largo combinado con zarcillos entrelazados verde esmeralda, amarillos y rojos, que también adornaban, junto con otras figuras geométricas multicolores, sus anchos pantalones. Sus pies estaban resguardados por unas babuchas anaranjadas que parecían estar hechas con la piel de algún animal. Cuando estuvo a unos dos metros de distancia, se detuvo y nos miró con curiosidad.
—Salud amigos— saludó el desconocido—, mi nombre es Mesher, soy mercader de la vieja Estia.
Dana le lanzó una mirada de desconfianza:
—Estia queda muy lejos de aquí.
—Muy cierto, jovencita. Hace tiempo que abandoné Estia para aventurarme por pueblos desconocidos para vender mejor mis productos... ¿Pero es que no van a invitarme a sentarme junto a su fuego para calentar mi viejo cuerpo?
Dana permaneció en silencio.
—Desde luego, buen hombre— contesté—. ¿Gustaría alguna fruta silvestre?
—Bienvenida sea para mi pobre hambriento estómago que hace días no conoce alimento, en verdad se lo agradezco, mi buen amigo... ¿Pero cómo es que aun no sé su nombre? ¡Oh, en verdad ha de ser mi culpa! ¡Con tanta locuacidad no le he dejado decir palabra! Debe usted perdonarme, es que hace mucho que no tengo la oportunidad de hablar con alguien.
—Desde luego, está perdonado, mi nombre es Lug— dije con una sonrisa.
Noté que Dana se ponía un poco nerviosa ante mi declaración. Zenir nos había advertido insistentemente que eran tiempos peligrosos y era difícil saber en quién confiar. Observé disimuladamente a los unicornios, pastaban tranquilos sin prestarnos la más mínima atención. Aquello era una buena señal, si Mesher estuviera ligado a la oscuridad, los unicornios habrían sido los primeros en notarlo. Vi que Dana tenía la mano posada casualmente en la empuñadura del puñal que asomaba de su bota derecha. Su acción no pasó desapercibida a los ojos vivaces y movedizos de Mesher, pero no pareció darle importancia y siguió parloteando como si nada:
—¡Mmm! ¡Lug!— exclamó el hombre entre un bocado de fruta y otro—. Es un verdadero honor para mí estar sentado aquí tan cerca de usted.
—Se lo agradezco— dije un poco presumido, mientras él seguía devorando la fruta.
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Editado: 24.03.2018