La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 38

—Creo que ya no necesitas estar en el agua— dijo ella, tocándome de nuevo la frente—, todo ha vuelto a la normalidad.

            Apoyé un codo en el lecho rocoso del arroyo y salí del agua con ayuda de Dana. Los bordes de su falda negra, oscurecidos y pesados por el agua del arroyo, me rozaron la pierna. Al ponerme finalmente de pie me di cuenta.

            —¡Dana!— exclamé.

            —¿Qué?

            —¡Estoy totalmente desnudo!

            —Por supuesto— dijo ella, sin comprender por qué yo me mostraba tan alterado frente al hecho—. No había necesidad de meterte al agua vestido. Tienes una sola muda de ropa, bueno, sin contar la túnica, pero no me pareció oportuno que andes por ahí mostrando a todos que eres Lug. No después de que intentaron asesinarte por eso.

            Solo atiné a mirarla con la boca abierta.

            —Además, tienes un cuerpo bien formado. No tienes nada de qué avergonzarte.

            Sentí que me ponía rojo de pies a cabeza. Ella sonrió con picardía y me alcanzó una manta para que me secara.

            —Tu ropa está sobre aquella roca— señaló con el dedo—. Fui yo la que te la sacó, si quieres, te la puedo volver a poner— sonrió burlona.

            —Gracias, puedo vestirme solo— respondí, enfurruñado.

Una vez vestido, me recosté contra un viejo sauce mientras Dana acomodaba unas ramas secas para comenzar una fogata. La luna llena iluminaba el rostro de la bella Dana. Los unicornios estaban echados, descansando unos metros más allá.

            —¿Quién es Walter?— preguntó ella, al tiempo que una chispa de su pedernal encendía el fuego.

            —¿Qué?

            —En medio del delirio de la fiebre, nombraste a varias personas, pero el nombre más recurrente fue Walter: ¿quién es?

            Suspiré con una punzada de nostalgia en el corazón.

            —Walter era mi mejor amigo en el mundo de donde vine. Desde que era un bebé estuve viviendo en una comunidad religiosa llamada los hermanos del Divino Orden. No sabía quién era yo ni de dónde venía. Supongo que eso hizo más fácil el que me manipularan a voluntad.

            —¿Qué es una comunidad religiosa? ¿Es como un clan?

            —Es un grupo de personas que comparten ciertas creencias espirituales y una vida en común en un lugar determinado. Los hermanos del Divino Orden vivían en un lugar al que ellos llamaban el Complejo. Era un campo de varias decenas de hectáreas con un casco central, con edificios donde estaban los lugares para dormir, comer y rezar. Existían jerarquías inamovibles y reglas estrictas de convivencia.

            —¿Cómo cuáles?— preguntó ella, apoyando una olla con agua en unas piedras sobre el fuego y echando adentro dos puñados de arroz.

            —Bueno... no había virtualmente ningún espacio de tiempo libre. Desde temprano en la madrugada hasta tarde en la noche, había que trabajar, escuchar las meditaciones de los hermanos superiores, comer lo que los hermanos disponían, volver a trabajar, ofrecer sacrificios, volver a trabajar, y con suerte, cenar, si es que no habías cometido algún error castigable con dejarte sin cena.

            —¿Qué clase de errores?

            —Llegar tarde a alguna de las actividades o cometer errores menores durante los trabajos, como haber olvidado limpiar una mancha en un piso o haber demorado demasiado en cumplir con una tarea. Errores más graves, como contestar a los hermanos, eran castigados con azotes públicos. Pero eso no era lo peor.




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