La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 39

La mañana llegó ventosa, agitando los árboles, zumbando incansable a través de las ramas, penetrando en las carnes de todo lo viviente. Tomamos nuestro escaso equipaje y proseguimos nuestro largo camino hacia el norte, que prontamente nos llevaría hacia las sierras de Rijovik.

            —No hay duda de que este arroyo nace en las sierras— declaró Dana.

            —¿Nos llevará hasta el paso Blanco?— quise saber.

            —Tal vez— dudó ella—. La única forma de averiguarlo es seguirlo hacia el norte— comentó.

            —De acuerdo— asentí.

            Montamos y comenzamos a cabalgar por la orilla del pequeño arroyo, cuyo lecho se volvía más gris y pedregoso a medida que avanzábamos. Después de un tiempo, ya estando cercanos a las sierras, la vegetación se volvió más seca. Había arbustos espinosos que ostentaban pequeñas florecillas anaranjadas, las plantas de enmarañadas ramas mostraban una escena verde pardusca, casi seca, amarronada.

            La marcha comenzó a hacerse más difícil por la cantidad de rocas que obstruían el camino. Dos veces Kelor trastabilló y casi se cayó al angosto surco de agua. Hacia adelante, las elevadas sierras se dibujaban un tanto amenazantes contra el claro cielo. Un momento más tarde, ya estábamos al pie de ellas.

—Mira— indicó Dana—, el Paso Blanco.

            —Bueno— decidí—, emprendamos la ascensión y esperemos que los tetras estén durmiendo— bromeé.

            Pensé que Dana sonreiría, pero no lo hizo. Su rostro se veía preocupado, y sus ojos reflejaban un estado de ansiedad y miedo.

            El Paso Blanco no era más que una pequeña depresión entre dos picos redondeados, aun así, era la parte más baja del encadenamiento. Llevaba ese nombre porque a los lados del paso se extendían dos paredes inmensas de roca blanco-grisácea que parecían sostener las sierras.

Kelor y Luar jadeaban y rezongaban, subiendo con dificultad por el escarpado terreno. Llegamos a un punto donde ya no pudimos avanzar más sobre los unicornios. Desmontamos y seguimos a pie, con la pareja de animales tras nosotros, caminando mucho más aliviados, ahora que solo cargaban nuestros pequeños bultos.

            —Tal vez deberíamos dejar que los unicornios volvieran con Zenir— comentó Dana—. El paso se hace cada vez más estrecho y difícil, y ya no podremos montarlos.

            —¿Cuánto hay desde las sierras hasta Polaros?

            —No mucho, unos quince kilómetros.

            Asentí:

            —No tiene sentido arriesgarlos en un encuentro con los tetra.

            Descargamos nuestras mochilas de los lomos de Kelor y Luar, y doblamos las mantas que habíamos usado como monturas. Mientras Dana empujaba una de las mantas para hacerla entrar en su mochila, se detuvo de pronto, petrificada. Alzó la vista hacia mí, sus dulces ojos turbados por el terror. Yo asentí y tragué saliva: también lo había escuchado. Era como un coro de gruñidos salvajes que erizaba la piel.

            —¿Qué...?— comencé.

            Ella se encogió de hombros, negando con la cabeza. Sin perder tiempo, me colgué la mochila de la espalda y la agarré del brazo, arrastrándola hacia una de las paredes rocosas. Busqué frenéticamente alguna cueva, alguna saliente, algún lugar donde pudiéramos escondernos. Las inhóspitas paredes blancas del pasaje se elevaban inmisericordes sin ofrecer refugio alguno.

            —Quédate aquí— le ordené a Dana, mientras me dirigía hacia el sonido. Ella me detuvo del brazo con fuerza.

            —¿Estás loco?



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En el texto hay: mundos paralelos, fantasiaepica

Editado: 24.03.2018

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