La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 43

El té de hierbas terminó de calentar nuestras entrañas y nos hizo sentir renovados. El sol ya casi había bajado del todo. Dana había recobrado su buen humor y se dedicó a preparar un magnífico estofado con habas, tomates secos, cebollas y hierbas.

            —Con todo el ajetreo, no tuve oportunidad de darte las gracias— dijo ella, revolviendo el estofado.

            —¿Por qué?

            —Por salvarme la vida.

            —De nada. Tú habrías hecho lo mismo por mí.

            Ella asintió sonriendo, sus bellos ojos brillando a la luz de la fogata. Con el sol casi oculto, la temperatura había bajado, presagiando una noche fría. Toqué el manto de lana marrón con capucha de Dana, que había puesto a secar cerca del fuego, y al ver que ya estaba seco, se lo puse en los hombros. Luego, me envolví en mi capa plateada y me senté junto a ella.

            —Entonces— continuó ella—, ¿por qué es que los tetras no nos mataron? ¿Y cómo es posible que tú hables su lenguaje?

            —Soy Lug— respondí con una sonrisa orgullosa. Ella me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué?— protesté—. ¿Tú respondes a mis preguntas serias diciendo que ser la Mensajera lo explica todo, y yo no puedo hacer lo mismo?

            —Lug— me llamó ella con tono de reproche, arqueando una ceja.

            —Lo que le conté a Zenir sobre haberme encontrado con los tetras antes, no fue una alucinación, fue verdad. El encuentro fue parecido a éste, pero el mensaje era diferente. Creo que la primera vez que me encontraron, quisieron revelarme quién era yo. Yo no lo pude retener en mi mente porque no estaba listo para aceptarlo.

            —¿Cómo es posible que ellos supieran quién eras?

            —No lo sé. Los tetras que encontramos allá arriba en el Paso Blanco estaban dispuestos a matarnos. Solo cambiaron de idea cuando les revelé mi nombre.

            —Lug, esos tetras no cambiaron de opinión sobre matarnos, solo cambiaron de idea sobre cómo hacerlo: enterrarnos vivos.

            Negué con la cabeza:

            —Si hubieran querido enterrarnos vivos, lo habrían hecho. Lo que hicieron fue protegernos, escondiéndonos de Hermes y los fomores.

            Dana apretó los labios, pensativa. No estaba muy convencida.

            —En fin— suspiré—, aunque los tetras nos rescataron, no sé si estamos al norte o al sur de las sierras. Si tenemos que atravesarlas de nuevo, tal vez sería conveniente buscar otro paso.

            —Lug— comenzó ella, al tiempo que servía el estofado—, si prestaras más atención, te habrías dado cuenta de que el sol se escondió a nuestra izquierda, hacia el oeste...

            —Sé que el sol se esconde en el oeste— protesté, ofendido.

            —Y las sierras están a nuestras espaldas— terminó ella.

            Con el cuenco en la mano y la boca llena de estofado, me di vuelta como para comprobar que las palabras de Dana eran ciertas. Las sierras se recortaban negras y amenazantes detrás de nosotros. Sonreí.

            —Estamos al norte de las sierras— casi grité de alegría.

            Ella asintió.

            —Parece que tus amigos tetras sabían lo que hacían.

            Reí feliz y aliviado. Dana me pasó un brazo por los hombros y me atrajo hacia sí.




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