Las nubes que el viento había empezado a acumular oscurecieron la tarde e hicieron la marcha más lúgubre. Para cuando llegamos a las afueras de Polaros, una lluvia fría dilató aún más nuestra marcha. Dana y yo teníamos la esperanza de conseguir caballos en Polaros, y así, aligerar el viaje para poder llegar a tiempo para el Concilio.
—Creo que lo primero será buscar un lugar donde podamos comer algo y pasar la noche— comenté, pasándome una mano por la cara, tratando de sacar el agua de la lluvia de mis ojos para poder ver mejor el camino.
Dana asintió con la cabeza dentro de la capucha de su manto y ajustó los lazos del cuello, tratando de cerrarlo más para protegerse mejor de la lluvia.
—La única posada del pueblo es la de La Rosa, no tenemos más remedio que caer de visita por allí.
—¿Acaso es un lugar desagradable?
—No— rió Dana—, para nada. Es solo la frase recurrente de Frido, el posadero: "Todos los viajeros que llegan a Polaros no tienen más remedio que caer de visita por aquí".
—¿Has estado muchas veces en Polaros?
—Solo una, ¡y ya fue bastante!— dijo ella, rememorando tiempos pasados.
El pueblo era pequeño como Dana lo había anticipado, pero era muy diferente a Cryma. Era un pueblo con vida. A pesar de la lluvia, uno podía ver gente en las calles, aunque no podía adivinar qué estaban haciendo.
Mientras caminábamos por las empedradas calles, los polareños no nos quitaban los ojos de encima, pero no nos miraban con hostilidad como cualquiera hubiera supuesto, sino con simple y sencilla curiosidad. Al llegar a la mitad de una cuadra, encontramos el lugar que estábamos buscando: una edificación más grande que una casa, pintada de un pálido celeste, con un gran cartel que ostentaba la conocida figura de una rosa azul. Al atravesar las puertas de madera gris y gastada, nos encontramos con un amplio e iluminado salón, donde había cinco o seis mesitas redondas, cada una con tres sillas alrededor. No había nadie a la vista. A la izquierda, ardía fuego en la chimenea construida sobre la pared. Más al fondo, siguiendo por la misma pared, había una escalera de madera que subía al piso superior. A la derecha de la escalera, sobre la pared del fondo, había una puerta pequeña que parecía dar a un patio trasero.
Me bajé la capucha de la capa plateada, que goteaba profusamente sobre el piso del salón, y me dirigí junto con Dana hacia un largo mostrador en el fondo del recinto. Apoyamos las mochilas mojadas en el suelo. Pronto, al escuchar nuestros cansados pasos, apareció un hombrecillo regordete de cara graciosa por una puerta que estaba detrás del mostrador, y ubicándose detrás del mismo, nos sonrió amablemente. Cuando Dana se quitó la capucha, el hombre se quedó sorprendido, mirándola.
—¡Pero si es Dana, la hija de Nuada!— exclamó—. Me siento muy honrado de poder tenerte como huésped una vez más. Me llegaron noticias de que ibas acompañada de Lug— dijo, echándome una breve mirada—, veo que era información correcta. No he de retractarme en "La Voz de Polaros".
—¡Frido!— gritó Dana—. ¿Cómo se te ocurre publicar eso en tu diario? Es una misión secreta— declaró ella con seriedad.
—Era una misión secreta, querrás decir— corrigió él—. Cuando pasaste por Polaros la primera vez, nadie sabía nada de nada, ni siquiera yo (y eso es grave), pero ahora todo el mundo comenta sobre el asunto. Inclusive muchos viajeros me han preguntado si no se nada del Concilio aún.
—¡Cómo es posible!
—Las noticias corren...—dijo él, encogiéndose de hombros.
—Y tú ayudas a que así sea— reprochó Dana.
—Siempre he estado orgulloso de que Polaros sea el mejor centro de información para viajeros de todo el Círculo, y eso, gracias a mí y a "La Voz de Polaros". Pero, Dana, mi querida, sabes que yo jamás traicionaría un secreto que me fuera confiado, publiqué eso porque ya estaba en boca de todo el mundo.
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Editado: 24.03.2018