La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 51

            El sol ya asomaba su anaranjada cara por el este, y Dana aun estaba enfadada por mi decisión de llevar a Calpar con nosotros, sin embargo decidió no discutir más.

            Los caballos de Calpar no eran de tiro, como cualquiera hubiera esperado. Tenerlos atados a aquel pequeño carro de madera era como rebajarlos, pues aquellos corceles eran los más esbeltos, elegantes y rápidos que yo jamás hubiera visto. Dos de ellos, los que tenía Calpar en condición de préstamo, eran blancos y puros como la nieve, y me puse nostálgico al verlos porque me recordaron a los bellos unicornios de Zenir, pero obviamente, la complexión de los caballos era más tosca y menos depurada que la de aquellos animales de fantasía con los que cabalgáramos a través del bosque de los Sueños. El caballo de Calpar, en cambio, era negro como la fría noche, aun más negro que el oscuro caballero que lo montaba; tenía el pelaje lustroso y obedecía las órdenes del jinete negro sin titubeos ni demora.

            El norte era nuestro rumbo, hacia el río Xano, a través de los interminables llanos de Kampirea. Si la llanura que habíamos cruzado desde las sierras para llegar a Polaros, llamada valle Snesell, me había parecido monótona y hastiante, eso no era nada comparado con la desolación de los llanos de Kampirea. Tres humanos montando tres caballos era todo lo que sobresalía verticalmente en aquel mar verde-amarronado. Varias veces, temimos habernos desviado de nuestro rumbo, porque no había referencia alguna con la que guiarnos; solo el sol que iluminaba nuestras cabezas con su cara amarilla, pendía del cielo claro, marcando un huidizo este.

            Pero no todo era tan malo, la llanura era pareja, sin pozos ni piedras, por lo que cabalgábamos a gran velocidad, sin tropiezos, y los caballos parecían no cansarse nunca.

—El sol está sobre nuestras cabezas— gritó Calpar, poniéndose a mi lado—. Será mejor que nos detengamos a comer. De esa forma, descansarán los animales, y no correremos el riesgo de perdernos. Esperaremos a que el sol tome una posición bien clara hacia el oeste.

            —De acuerdo— dije.

            Nos detuvimos, y Dana preparó los alimentos que Bianca nos había proporcionado para el viaje. Yo me acerqué a Calpar para ayudarlo a cepillar los caballos. Él me miró de soslayo, con ojos desconfiados.

            —¿Por qué estaba esperándonos en Polaros?— pregunté.

            —No estoy en libertad de decirlo— respondió él, rascando detrás de la oreja de su caballo.

            Estaba haciendo todo lo posible por creer que Calpar solo quería ayudarnos, pero él no lo hacía fácil. Tal vez solo estaba creyendo lo que quería creer. Sus conflictivos pensamientos no ayudaban tampoco a esclarecer la situación.

            —Y no me gusta que te metas en mi mente a hurgar las respuestas— advirtió.

            —Si fuera un poco más abierto con nosotros...— comencé.

            —¿Tú me cuestionas a mí? ¿Cómo se yo que puedo confiar en ti?

            —Yo soy Lug— declaré.

Para Calpar, aquello no era suficiente.

            —No dudo que lo seas, pero eso no significa para mí lo que significa para otros.

            —¿Qué quiere decir?

            —Tienes una habilidad muy peligrosa. ¿Cómo sé que no nos estás manipulando a todos para luego traicionarnos?

            —Nunca los traicionaría...— protesté, pero él me cortó:

            —Todo lo que haces es invadir mi privacidad todo el tiempo para tus propios fines. ¿Cómo puedo confiar en nada de lo que dices?

            —Si fuera más comunicativo, no tendría que...




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