Nos sentamos en el suelo y comenzamos a comer. Calpar no tardó en unírsenos. Ninguno hablaba. Sentí la necesidad de decir algo para aliviar la tensión.
—¿Cuánto falta para llegar al río?— pregunté.
Calpar me observó mientras masticaba unas verduras y dijo:
—Si cabalgamos toda la noche, llegaremos al Xano mañana en la noche. Pero si estamos cansados, será mejor dormir; de todas formas no cruzaremos el río de noche, no es conveniente, y aunque lo hiciéramos, nunca podríamos cruzar los pantanos de Swodash que se encuentran al otro lado.
—¡¿Swodash?!— exclamó Dana—. Cruzar esos pantanos es una locura, sea de noche o de día.
—Y... ¿Qué sugieres?— preguntó Calpar con calma.
—Rodearlos— dijo ella sin titubear.
—Imposible— protestó él—, eso es una locura aún mayor. Rodear los pantanos nos llevaría cinco días por el lado este y no nos alcanzarían las provisiones. Moriríamos de hambre antes de llegar a Kildare.
—¿Qué hay del lado oeste?— pregunté—. ¿Es posible que el camino sea más corto?
—Más corto sí, pero no más favorable: nos encontraríamos con un desierto rocoso lleno de voros.
El solo recuerdo del voro que nos intentó atacar en el bosque de los Sueños me hizo estremecer. El almuerzo siguió en silencio. Cada uno meditando sobre la forma más conveniente de llegar a Kildare.
Al cabo de un rato, volvimos a montar entre la verde soledad, aún no habíamos hablado de lo que haríamos al llegar al río. Cabalgamos muchas horas, tomando pequeños descansos de tanto en tanto, hasta que el sol se hundió en el oeste, ensangrentando el verdor de la llanura; solo entonces nos detuvimos a descansar. Fue en ese momento cuando advertí que mi odre estaba casi vacío:
—Tal vez sería mejor seguir por la noche y llegar al río lo antes posible— comenté.
—¿Cuál es el problema?— preguntó Dana.
—Debemos descansar —sentenció Calpar, negando con la cabeza.
—Es cierto— dije—, pero ya casi no hay agua en mi odre, y estimo que tampoco en los de ustedes.
Ambos chequearon sus provisiones y me dieron la razón:
—Es verdad— admitió Calpar —. Será mejor que lleguemos al río cuanto antes.
De todas formas, dormimos unas dos horas y volvimos a partir.
La noche se había puesto fría, pero la capa me protegía del frío y del rocío que había comenzado a caer. La luz de la luna menguante era apenas suficiente para ver la silueta de Calpar que guiaba el camino. Dana cabalgaba de a ratos a mi lado y de a ratos en la retaguardia, vigilando, siempre vigilando. Ninguno de mis compañeros de viaje parecía estar de humor para charlar. Hastiado y aburrido por la monótona llanura, volví mis pensamientos a mi montura. Con la práctica que había tenido monitoreando la mente de Calpar durante el viaje, tardé solo unos segundos en desenmarañar los patrones, encontrar la individualidad y hacer conexión con el animal. La sensación de cabalgar se volvió grandiosa, intoxicante. Me sentía como si mis propias extremidades hubieran tomado la forma delgada pero fuerte de las patas del animal, corriendo velozmente por la insondable llanura, con absoluta precisión; éramos uno, en completa comunión mental. Podía sentir la suave hierba bajo mis prolongaciones nerviosas, y disfrutar de la sensación de correr con mi propio cuerpo a la velocidad del viento. El tedio y el cansancio de la marcha desaparecieron por completo, inundados por una sensación de libertad. La primera vez que me conecté con un animal, fue para dominarlo, doblegar su voluntad a la mía. Me había sentido dueño y señor de otro. El poder me había intoxicado, pero lo que sentía ahora, estando en comunión completa con otro, iba mucho más allá. La sensación de compartir un sentir sin violarlo, sin obstruirlo, sumaba a mis propias sensaciones, las hacía infinitamente más profundas. El compartir me llevaba a un plano superior de experiencia que iba mucho más allá de lo que había sentido mediante la dominación. Por un momento, pensé que si Bress hubiera tenido alguna vez la oportunidad de experimentar lo que yo estaba experimentando ahora, no tendría ningún interés en dominar y destruir a otros.
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Editado: 24.03.2018