La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 53

Temprano en la tarde, llegamos al renombrado y problemático río Xano. Sus aguas eran a simple vista poco profundas, pero el claro fondo nos engañaba: Calpar arrojó un guijarro, y ante nuestro asombro, desapareció en el fondo verde pálido, como si el lecho del Xano lo hubiera engullido.

            —No me gusta nada esto— manifestó Dana.

            —Parece que el pantano se prolonga por el lecho del río— comenté.

            —Eso no es normal— declaró Calpar con un gruñido de disgusto.

—Bueno— dijo Dana—, me sentaré aquí un rato a descansar, mientras a alguno de ustedes dos genios se les ocurre alguna idea de cómo cruzar— su voz había sonado extraña, burlona, irónica; como si aquel dilema le causara placer, el placer de ver la derrota de los planes de Calpar.

            —Dana, no es momento para descansar. Debemos cruzar ahora— le dije.

            —¡Déjame en paz, Lug! ¿No tengo derecho a sentarme un momento?

            La miré sorprendido, Dana nunca me había hablado así. Era como si algo maligno se hubiera apoderado de ella en aquel breve instante en el cual hasta sus ojos brillaron como poseídos por una fuerza ajena a ella.

            Miré al Caballero Negro para ver si su rostro reflejaba alguna sospecha acerca de lo que yo había estado pensando. Nada... ¿serían ideas mías?

            La inmensa bola de fuego descendía en el gris firmamento, despejando apenas, la pesada atmósfera que reinaba en el lugar, y descubriendo un paisaje tenebroso y húmedo al otro lado del Xano. No podía entender que hubiera un paisaje semejante en un lugar paradisíaco como aquel. Sentía una especie de tristeza que me invadía el corazón. Aquellos árboles se veían raquíticos, negros, con sus ramas caídas, como terriblemente fatigadas por llevar durante incontable tiempo el peso de la soledad y la oscuridad del pantano. Y como un murmullo siniestro, se escuchaba el viento que cruzaba sibilante entre las ramas.

            —Cuando crucemos— comenzó Calpar—, debemos hacerlo de prisa, pero con sigilo. Algo maligno ronda el pantano, y no debemos darle la oportunidad de que nos atrape.

            —La única forma de no darle la oportunidad es rodeando el pantano— concluyó Dana rotunda, sentada en el suelo como una niña enfurruñada.

            —Dana— me enfadé—, ya discutimos esto. Debemos cruzar el río y el pantano.

            Ante mis palabras, Calpar, que había estado un tanto distraído, se dio vuelta hacia mí como si acabara de descubrir algo muy valioso:

            —Se dice que una mujer es siempre mucho más sensible que un hombre...

            —Gracias— dijo ella irónica.

            —No fue un cumplido— dijo él—, me refería a que las mujeres son más vulnerables a la influencia de presencias negativas y positivas, lo que significa que son las primeras afectadas por esas presencias.

            —¿Otra excusa para tener la razón, Calpar?

            —En absoluto.

            —Ahora lo entiendo— intervine.

            —¿Entender qué?

            —Tu cambio de carácter, tu agresividad. Algo en este lugar te ha afectado.

            Ella miró el pantano de soslayo, temerosa.

            —¿Qué es lo que sientes?— le pregunté, arrodillándome a su lado.

            Ella abrió la boca para contestar, pero no pudo. Sus ojos se volvieron vidriosos de repente. Estaba enajenada, apenas movía los labios como si quisiera decir palabras que no sonaban, se balanceaba y lloriqueaba como una criatura. Me acerqué con cautela, despacio, tratando de no asustarla, y cuando apoyé mi mano en su hombro, ella dio un grito estremecedor, inhumano, y corrió hacia el río.



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En el texto hay: mundos paralelos, fantasiaepica

Editado: 24.03.2018

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