La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 55

Me parecía que hacía miles de años que no dormía en una cama, y eso, a pesar de que aquella no era una de las mejores. Sin duda fue una noche deliciosa, sin frío, sin sobresaltos, en paz.

            El estridente cantar de un gallo anunció el alba, y por consiguiente nuestra partida. Saludamos a Neryok y agradecimos su hospitalidad. El rey de Kildare se mostró amable con nosotros, pero lo noté un tanto ansioso. Apartó a Calpar de nosotros por un momento, y lo vi gesticular nervioso, mientras Calpar trataba de calmarlo. Apenas pude escuchar unas frases de la conversación:

—Ya te lo prometí, estará protegido— insistía Calpar.

—Espero que cumplas con esa promesa— sentenció Neryok.

—No romperé mi palabra. Te lo repito, me aseguraré de que esté protegido.

Finalmente Neryok asintió bruscamente y se volvió hacia nosotros con el rostro aún preocupado. Trató de sonreír y asintió con la cabeza señalando con la mano que avanzáramos escaleras abajo para iniciar nuestra partida.

Todo el pueblo salió a la plaza central para vernos pasar y saludarnos con la mano. Algunos hasta nos dieron regalos para el viaje.

            El trayecto faltante hasta Tu Danacum se convirtió en un viaje de placer: no había voros, ni pantanos, ni Wonur, ni discusiones entre Dana y Calpar.

            Pero, como siempre, no todo podía ser felicidad. Al llegar a Tu Danacum, el buen humor se apagó y fue reemplazado por lágrimas como gotas de rocío que rodaron por las mejillas de la dulce Dana: la ciudad de Tu Danacum no existía. En su lugar, se alzaban restos cenicientos de casas incendiadas. El suelo estaba ennegrecido, y algunas construcciones aún humeaban. La devastación parecía ser reciente porque el fuego todavía ardía en algunas partes, consumiendo restos de madera y paja que seguramente habían formado parte de los techos y las aberturas de las viviendas. Lo único que quedaba intacto aún eran las grandes formaciones rocosas, escenario natural de aquel territorio. Una suave brisa hacía volar los restos de Tu Danacum, por lo que debíamos taparnos los ojos para que no se dañaran.

—Creo que los Antiguos se nos adelantaron— dije.

            —Yo lo presentía— sollozó Dana—, si no nos hubiéramos demorado tanto en el camino... tal vez habríamos llegado a tiempo...

            —Dana...— comenzó Calpar.

            —Por favor— lo cortó ella—, déjenme sola un momento.

            —Como quieras— dijo Calpar.

            Dana caminó un rato entre las ruinas, meditando, mientras Calpar y yo permanecíamos en silencio sentados sobre unas rocas.

            —¿Qué haremos ahora?— dije preocupado.

            —Tal vez la respuesta esté aquí— respondió Calpar sacando una carta de entre sus ropajes y manteniéndola en alto frente a mí.

            —¿La carta para Nuada?

            —¿Nuada? Esta carta no es para él.

            —¿Es acaso para mí?— dije esperanzado.

            El negó con la cabeza:

            —Es para Dana.

            —¿Y por qué no se la has dado?— dije enfadado.

            —Porque cuando quise hacerlo, ella dijo que la dejáramos sola— explicó él como si se tratara de un detalle sin importancia.

            Corrí hacia Dana que estaba sentada en una roca cenicienta observando el vuelo errático de unos trozos de tela quemados, mientras su alma sollozaba en silencio, su corazón, despedazado, sus ojos, desesperados, su cuerpo y su espíritu, derrumbados.

            —Dana— la llamé suavemente. Ella tornó hacia mí secándose las lágrimas.




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