Con la conciencia llegó el dolor. Intenté abrir los ojos para ver dónde estaba, pero los tenía vendados con una tela gruesa que no dejaba pasar la luz. Cuando mi mente se aclaró un poco, me di cuenta de que estaba colgando de las muñecas. Solo tenía puesto el pantalón, me habían despojado de la camisa y las botas. Estiré los pies descalzos buscando soporte, pero no lo hallé. El balanceo que provoqué con el movimiento me causó un dolor agudo en los brazos. Sentía cómo la sangre de las muñecas lastimadas por los grilletes me corría hacia abajo por los brazos. Busqué a ciegas con las manos hasta que encontré las cadenas unidas a los grilletes, las agarré con firmeza, y con un esfuerzo que me hizo saltar lágrimas de los ojos, me icé unos centímetros para liberar el peso de mi cuerpo de la muñecas. La posición de los brazos me hacía difícil respirar. Jadeando y sudando, escuché sus pasos retumbando en la habitación. De inmediato me puse a estudiar sus patrones. Era una mujer.
A simple vista, sus patrones parecían ordenados, cuidadosamente entrelazados, bajo control. Pero hurgando un poco más, descubrí horrorizado lo que los patrones de la superficie ocultaban y controlaban: un odio desbordado, provocado por la envidia y los celos, un odio asesino sin límites. Aquella mujer ardía en deseos de matarme. Penetré más adentro para encontrar la raíz de tanto odio. Tal vez si encontraba la razón, podría desmantelarlo, o al menos disminuirlo. Lo que encontré fue peor que el odio, lo que encontré fue demencia. Patrones rotos, cortados, haciendo contacto de formas incorrectas, desordenados. Intenté reparar algunos, pero la complejidad del desorden era tal que no sabía ni por dónde empezar. Intenté pasar la capa de patrones rotos e ir más hondo, cuando escuché su risa burlona.
—Adelante. Sigue hasta el fondo. Atrévete a llegar hasta las profundidades de la oscuridad, pero debo advertirte que no habrá nadie en la superficie que te pueda traer de vuelta.
Me detuve en seco y me retiré de su mente a toda velocidad. Ella volvió a reír:
—Lástima. Si hubieras seguido, la oscuridad te habría avasallado, y te habrías convertido a nuestro lado. Pero claro, entonces mi trabajo habría terminado, y no podría torturarte.
Se acercó a mí y me acarició la mejilla.
—No voy a permitir que me quites ese placer.
—¿Quién eres? –pregunté con dificultad. Apenas podía respirar.
Ella me abofeteó con fuerza la cara con el dorso de la mano. Tenía anillos con salientes que me partieron el labio. De inmediato percibí el sabor de la sangre en mi boca, y sentí cómo comenzaba a correr por mi mentón.
—Yo soy la que hago las preguntas.
Tragué saliva mezclada con sangre. Ella comenzó a caminar a mi alrededor, en silencio. Escuchaba cómo la madera del piso crujía bajo sus pasos. Parecía no tener apuro alguno. Disfrutaba aumentando la ansiedad, haciéndome esperar el cumplimiento de la promesa de la tortura. De pronto, me agarró con fuerza del pelo, y me tiró la cabeza hacia atrás, hasta que el dolor de los músculos del cuello se hizo casi insoportable. Acercó sus labios a mi oído y me murmuró:
—¿Es así como ella te murmura palabras de amor al oído?
Me empujó la cabeza nuevamente hacia adelante, y siguió caminando a mi alrededor hasta quedar frente a mí. Me agarró la nuca con las dos manos, y apretó sus labios contra los míos con tal fuerza que el ramalazo de dolor del corte me hizo gemir, mientras los ojos se me llenaban de lágrimas. Me pasó la lengua por los labios, saboreando la sangre.
—¿Es así como ella te besa cuando compartes su lecho?
—¿Qué quieres de mí?— gemí casi sin aliento.
—Lo que yo quiero es matarte, muy, muy lentamente— dijo con tono lujurioso—. Pero mi señor te quiere vivo, así que tendré que conformarme con torturarte— agregó decepcionada.
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Editado: 24.03.2018